Thursday, May 29, 2014

Inauguration of the School of Saint Damien of Molokai
The New and Old SS.CC. School in Valparaíso

 English / Español

By Sergio Pérez de Arce, religious consultant of the school / asesor religioso del colegio

The past May 7, the formal inauguration of the School of St. Damien of Molokai in Valparaíso took place, a significant event in the SS.CC. Brothers Province of Chile, because to our three private schools which serve highly-paid sectors is added our presence in a poor section.

But, in truth, the School of St. Damien is not new.  It has existed since July of 1837, as a free school accompanying the SS.CC. School in Valparaíso, opened only 2 months previously.  This free school remained under the wing of the Congregation until 1975.  I believe that there was not much interest in this mission of the Province and in that year the school was given to an Educational Corporation not dependent on the Province, which had been created by Fr. Gregorio Sánchez ss.cc.

Now, as of 2013, the Province has re-acquired the school, making good use of the property and the work that was ours, and concretizing a longing that had for many years been expressed among the Brothers:  to have a more permanent educational presence in the vulnerable sectors, which allows us to carry on the educational tradition of the Province, not only in affluent areas.


To resume as a school, we also took a small secondary high school that had been created by the Corporation of Fr. Gregorio; both establishments were merged into a single new school.  Investments were made to improve the infrastructure, which was quite shabby.  All of this creating a canonical person, Educational Foundation of the School of St. Damien of Molokai, led by the Management Team of the Sacred Hearts School, and relying mostly on continuity of the staff of the fused schools.

The school has almost 500 students, with 14 classes from pre-kindergarten to 4th year of high school.  About 35 teachers and support staff comprise the personnel.  It receives a subsidy from the state, so that only very small percentage (15%) of the families makes some financial contribution.  The rate of vulnerability measured by a government body is above 80% which shows that the school is working with mostly poor families.  The families are mostly from the hills of Valparaíso; 34 of them (43 students) suffered the loss of their homes during the recent fires that affected the city.  Among these students, there are about 25 that live in the Hogares del Patronato de los SS.CC., an entity dependent on the Congregation which supports and accompanies 6 children's homes.

This simple but significant new presence of the Province in the educational field expects to consolidate itself little by little.  St. Damien of Molokai inspires and accompanies us, continues to invite us to go to the little ones, and to stand at his side, with the joy given us by the Sacred Hearts.




Inaugurado Colegio San Damián de Molokai
NUEVO Y ANTIGUO COLEGIO SSCC EN VALPARAÍSO


El pasado 7 de mayo, se inauguró formalmente el Colegio San Damián de Molokai de Valparaíso, un acontecimiento significativo en la Provincia Chilena SSCC de los hermanos, porque a sus tres colegios particulares pagados que atienden a sectores medios altos, suma esta presencia educacional en sectores pobres.

Pero el Colegio San Damián de Molokai en verdad no es nuevo. Existe nada menos desde julio de 1837, como aquella escuela gratuita que acompañó la apertura del Colegio SSCC de Valparaíso, inaugurado solo dos meses antes. Esa escuela gratuita permaneció al alero de la Congregación hasta 1975, creo que no con mucha relevancia en la misión de la Provincia, entregándose a ese año a una Corporación Educacional no dependiente de la Provincia y que había creado el P. Gregorio Sánchez ss.cc.

Ahora, a contar del 2013, la Provincia ha recuperado el sostenimiento del Colegio, aprovechando que la propiedad en que funcionaba era nuestra y concretizando un anhelo que se venía expresando hace años entre los hermanos: tener una presencia educacional más permanente en sectores vulnerables, que permitiera entregar la tradición educativa de la Provincia no solo en sectores acomodados.

Al reasumirse la escuela, se asumió también un pequeño liceo secundario que tenía la Corporación creada por el P. Gregorio, se fusionaron ambos establecimientos en un único y nuevo colegio, y se hicieron inversiones para mejorar la infraestructura, que estaba bastante deteriorada. Todo esto, creando la figura canónica Fundación Educacional Colegio San Damián de Molokai, conducida por el Equipo de Gestión de los Colegios SS.CC., y contando mayoritariamente con la continuidad del personal que tenían los colegios fusionados.

 El Colegio tiene casi 500 alumnos, con catorce cursos desde Pre-Kinder a IVº Medio. Unos 35 profesores y personal auxiliar componen el personal. Recibe subvención del Estado, de manera que solo un porcentaje muy menor (15%) de las familias paga alguna contribución económica. La tasa de vulnerabilidad medida por una instancia gubernamental está por sobre el 80 %, lo que muestra que se trabaja con familias mayoritariamente pobres. Son familias principalmente de los cerros de Valparaíso, 34 de las cuales (43 alumnos) sufrieron la pérdida de sus viviendas en el reciente incendio que afectó a la ciudad. Entre sus alumnos, hay también unos 25 que viven en los Hogares del Patronato de los SS.CC., entidad dependiente de la Congregación que sostiene y acompaña 6 hogares de menores.

Esta sencilla pero significativa nueva presencia de la Provincia en el ámbito educacional, espera ir consolidándose poco a poco. Nos inspira y acompaña San Damián de Molokai, quien nos sigue invitando a ir hacia los más pequeños y permanecer a su lado, con la alegría que nos dan los Sagrados Corazones.









Saturday, May 24, 2014

Adoration: Invitation to love and sharing

By J.A. Raja Sebastian sscc, from India, General Econome

English  /  Español

When I sit in adoration, all that comes to my mind are my sins, guilt feelings and unworthiness. The mantra that my heart sings again and again: “Lord Jesus, have mercy on me sinner.”  So I bend my knees for mercy. By this way, I repair myself and the world around me.

Damien writes to his brother, “My brother, it is really only at the foot of the altar that we find the necessary strength in our isolation…. Without the Blessed Sacrament, a situation like mine would be unbearable. But with the Lord at my side I am always joyful and happy.” (December 13, 1881)

How could Damien was always joyful and happy! Not me! May be my focus is narrowed on my sins. May be I need to shift my focus on wondering the grace of God  more than anything else.  

The majesty of absolute Love that approaches man in revelation goes out to meet him, invites him, and elevates him to an inconceivable intimacy,” writes Hans Urs Von Balthasar in his book Love alone is credible.  Adoration is where we meet our Lord: the Love that mystifies us. There is no oneself bending in mercy, on the contrary we are invited to be part of that mystery: coming close to that Love! What an open invitation it is! We just sit in wonder!

This experience of love will never leave us to remain close to ourselves. We cannot silently watch again the world around us. Around us are so many contradictions! Poor, sick, oppressed, orphans, needy, etc. Most of the times, we silently watch and participate in those contradictions. We dare not to address the root! We try to cure the wound!
We offer our services to those oppressed and unwanted, but not raise our voices against what causes it: the root. Most of the times, we are not aware of it.  By being silent we become part of it.

Damien raised his voice against the government that did not offer its duty to the lepers. May be we need to ask for courage not to be silently watching but to raise our voices. We are just tools in the hands of God as Damien reminds us.

In wonder we adore the Lord! In response to that Love we change our silence! Our conversion leads us to share in our littleness. We open ourselves so that the Lord may use us!



Adoración : invitación a amar y compartir
Cuando me siento en la adoración, todo lo que viene a mi mente son mis pecados, mis sentimientos de culpa y de indignidad. El mantra que mi corazón canta una y otra vez es: "Señor Jesús, ten piedad de mí, pecador”. Así que inclino mis rodillas pidiendo misericordia. De esta manera, puedo repararme a mí mismo y al mundo que me rodea.

Damián le escribe a su hermano : "Mi querido hermano, al pie del altar es donde encontramos la fuerza necesaria en nuestro aislamiento… Sin el Santísimo Sacramento, una situación como la mía sería insoportable. Pero teniendo a nuestro Señor a mi lado, ¡pues bien! sigo estando alegre y contento” (Carta a Pánfilo, 13 diciembre 1881).

¿Cómo podía Damián estar siempre alegre y feliz? ¡Yo no! Puede ser que mi enfoque se constriñe a mis pecados. Puede ser que tenga que cambiar mi enfoque admirando más la gracia de Dios que cualquier otra cosa.

"La majestad del amor absoluto, que se acerca al hombre en la revelación, va a su encuentro, lo invita y lo eleva a una intimidad inconcebible", escribe Hans Urs Von Balthasar en su libro “Sólo el amor es creíble”. La adoración es donde nos encontramos con nuestro Señor: el amor que nos desconcierta. No es que uno se incline pidiendo misericordia, sino más bien que estamos invitados a ser parte de ese misterio: ¡acercarse a ese amor! ¡qué abierta invitación! ¡simplemente nos sentamos con asombro!

Esta experiencia del amor nunca nos dejará permanecer cerrados en nosotros mismos. No podemos de nuevo mirar en silencio el mundo que nos rodea. A nuestro alrededor hay tantas contradicciones: pobres, enfermos, oprimidos, huérfanos , necesitados, etc.  La mayoría de las veces, silenciosamente observamos y participamos en esas contradicciones. ¡No nos atrevemos a ir a las raíces! ¡Tratamos de curar la herida!

Ofrecemos nuestros servicios a los oprimidos y a los no deseados, pero no levantamos nuestras voces en contra de lo que lo causa: la raíz. La mayoría de las veces, no somos conscientes de ello. Por estar en silencio nos convertimos en parte de ella.

Damián alzó la voz contra el gobierno que no ofrecía lo que debía a los enfermos de lepra. Puede ser que tengamos que pedir valor para no estar observando en silencio, sino que levantemos la voz. Sólo somos herramientas en las manos de Dios, como Damián nos recuerda.

¡En admiración adoramos al Señor! ¡En respuesta a ese amor cambiemos nuestro silencio! Nuestra conversión nos lleva a compartir desde nuestra pequeñez. Nos abrimos para que el Señor puede hacer uso de nosotros.



J’ai vu, j’ai vu la misère de mon peuple (Ex. 3, 7) 


Camille Sapu sscc, Vicaire général

Français / Español

J’ai toujours été frappé par la dimension du « voir » de Dieu. Lui qui a tout crée, il utilise un langage compréhensible à l’homme pour manifester combien il est toujours proche de son peuple. Il voit la misère de son peuple, et par conséquent il a agi : « maintenant va, dit-il à Moise ». Dieu a vu et il a agi pour la libérer son peuple de l’esclavage.
Nous sommes pendant l’année Damien, une année où notre frère doit nous aider peu à peu à « voir » pour « agir » afin de « libérer », d’abord notre être personnel et ensuite celui du prochain pour un monde juste et meilleur.

Dans mes réflexions, je suis arrivé à une petite conclusion : comme fils et filles du Bon Père et de la Bonne Mère, nous sommes appelés à voir et à agir. Comme Damien, notre frère, il a vu et il a agi. Et c’est justement l’adoration. Le lieu par excellence pour apprendre à voir-agir, selon les critères de Jésus, en vue de notre libération et celles de nos frères.

Il est un peu triste de constater que la dernière partie de notre dénomination comme Congrégation n’est pas tellement utilisée, sauf pour les documents officiels. J’ai su que nous sommes « … et de l’adoration perpétuelle du Très Saint Sacrement » seulement au Noviciat, soit quelques années après avoir été en contact avec la Congrégation (Postulat). Nous portons facilement le « titre » des Sacrés Cœurs, et nous laissons de côté la partie de l’adoration perpétuelle.

Le Fondateur voulait à ce que nous ayons un « nom » qui nous rappellerait à chaque instant ce que nous sommes. Bien que son souci soit directement lié, à ce moment-là, au nom du « zélateur », je pense que le nom officiel complet devrait nous inviter à être « perpétuellement adorateur ». Mais comment l’être aujourd’hui ? Tout en sachant que le nombre se réduit remarquablement.

C’est ici que je vois l’importance du « voir ». Celui qui voit ne s’endort pas. C’est quelqu’un qui veille. C’est celui qui est prêt à témoigner car il est attentif à ce qui se passe autour de lui. La permanence de l’adoration ne tient plus à seulement se tenir 24h/24h devant le Saint Sacrement, mais aussi à vivre les fruits de l’adoration de façon permanente. Un des fruits les plus importants de notre ministère d’adoration est le pardon. Le pardon n’est pas possible si on ne voit pas l’autre comme créature de Dieu, et frère en Jésus. Il n’est pas possible si son cœur ne « sent » pas qu’on est aussi fragile que l’autre. Le pardon est utopique quand on pense que l’autre devrait agir exactement comme moi je le pense. Le pardon s’éloigne de nous quand on est « aveugle » et on met un point final sur le prochain comme s’il n’était que ce que je crois en connaître. On oublie que chacun de nous est plus que son nom ou son problème.

Devant toutes ces difficultés, le « voir » nous rapproche de l’autre et nous fait entrer perpétuellement dans l’adoration. Sergio Silva sscc, dans son livre intitulé « José Maria Coudrin, fundador de la Congregación de los Sagrados Corazones, en sus cartas » dit que pour le Fondateur, l’adoration est une permanente façon de demander pardon à Dieu (p. 165). Et pourtant, nous savons tous que Dieu pardonne parce que nous sommes aussi prêts à pardonner (Mt 6, 14 ; 18, 35).

Damien, notre frère, a vu son peuple et il a agi. Damien, notre frère, a demandé pardon de ses péchés devant le Saint Sacrement pendant qu’il ne pouvait pas se confesser. Devant notre adoration, nous sommes invités à « voir » notre monde ; à l’apporter devant Dieu pour que tout soit vécu selon son Cœur.

Ne « dormons » point car notre mission est de « voir » pour le bien de l’humanité. Que l’adoration nous aide à garder cet esprit de permanence, d’éveil et de vigilance pour que notre agir, comme Jésus,  comme Damien, plaise à Dieu, et à Dieu seul.



He visto la aflicción de mi pueblo (Ex. 3 , 7 )

Siempre me ha llamado la atención la dimensión del "ver" en Dios. El que creó todo utiliza un lenguaje comprensible para con el hombre, para demostrar la forma en que siempre está cerca de su pueblo. Él ve la miseria de su pueblo, y por ello actúa: "Ahora ve, le dijo a Moisés". Dios vio y actuó para liberar a su pueblo de la esclavitud.

Estamos en el año Damián, un año en que nuestro hermano nos debe ayudar gradualmente a "ver" para "actuar", a fin de "liberar", primero nuestro ser personal y luego al prójimo, para hacer un mundo justo y mejor.

En mis reflexiones llegué a una pequeña conclusión: como hijos e hijas del Buen Padre y la Buena Madre, estamos llamados a ver y a hacer. Como Damián, nuestro hermano, que vio y actuó. Y eso es precisamente la adoración. El lugar por excelencia para aprender a ver-hacer,  de acuerdo con los criterios de Jesús, en vistas a nuestra liberación y la de nuestros hermanos.

Es un poco triste constatar que la última parte de nuestro nombre como  Congregación no se utiliza mucho, excepto para documentos oficiales. Yo supe que somos "... y de la adoración perpetua del Santísimo Sacramento" tan sólo en el Noviciado, unos años después de estar en contacto con la Congregación (como postulante). Llevamos fácilmente el "título" de Sagrados Corazones y dejamos de lado la parte de la Adoración Perpetua.

El Fundador quiso que tuviésemos un "nombre" que nos recordase en cada momento lo que somos. Es verdad que aunque su preocupación está directamente relacionado, en ese momento, con el título de “zeladores”, creo que el nombre oficial completo nos debe invitar a ser "un adorador perpetuo". Pero, ¿cómo serlo hoy? Sabiendo que el número se reduce notablemente.

Aquí es donde veo la importancia del "ver". El que ve no se duerme. Se trata de alguien que observa. Es el que está dispuesto a declarar porque está atento a lo que está sucediendo a su alrededor. La perpetuidad de la adoración ya no se atiene solamente a mantenerse 24h sobre 24h delante de Santísimo Sacramento, sino también a vivir los frutos de la adoración de forma permanente. Uno de los frutos más importantes de nuestro ministerio de alabanza es el perdón. El perdón no es posible si no nos vemos como criaturas de Dios y hermanos en Jesús. No es posible si el corazón no "siente" que no es tan frágil como los otros. El perdón no es realista cuando se piensa que el otro debería  actuar exactamente como yo pienso. El perdón se aleja de nosotros cuando somos "ciegos" y ponemos un punto final sobre el otro, como si él no fuese sino aquello que yo creo conocer. Nos olvidamos de que cada uno de nosotros es más que su nombre o su problema.

Antes de todos estos problemas, "ver" nos acerca unos a otros y nos hace entrar en la adoración perpetua. Sergio Silva sscc, en su libro "José María Coudrin, fundador de la Congregación de los Sagrados Corazones, en sus cartas”, dice que para el Fundador, la adoración es una forma permanente de pedir el perdón de Dios (pág. 165). Y sin embargo todos sabemos que Dios perdona porque nosotros también estamos dispuestos a perdonar (Mt 6,14; 18,35).

Damián, nuestro hermano, vio a su pueblo y actuó. Damián, nuestro hermano, pidió perdón por sus pecados ante el Santísimo Sacramento, cuando él no podía confesarse. Antes de entrar en nuestra adoración, se nos invita a "ver" nuestro mundo; a traerlo ante Dios para que todo sea vivido de acuerdo a su Corazón.

No nos “durmamos”, porque nuestra misión es la de "ver" para bien de la humanidad. ¡Qué la adoración nos ayude a mantener el espíritu de perpetuidad, de alerta y de vigilancia para que nuestro actuar, al igual que el de Jesús , sea agradable a Dios y sólo a Dios!



Friday, May 23, 2014

Vida Religiosa Sagrados Corazones

Interview with Javier Álvarez-Ossorio sscc

During the canonical visit to Peru, Javier Álvarez-Ossorio sscc was interviewed by the team of Vocation Ministry of the Province.He spoke of the vocation to religious life and priesthood as a way in which all life is involved and of the three-loves to be fed to keep the joy of vocation: the love to Jesus, love to the brothers and love for the poorest.
Durante la visita canónica a Perú, Javier Álvarez-Ossorio sscc fue entrevistado por el equipo de Pastoral Vocacional de la Provincia.Habló de la vocación a la vida religiosa y sacerdotal como de un camino en el que se empeña toda la vida y de los tres amores que hay que alimentar para mantener la alegría de la vocación: el amor a Jesús, el amor a los hermanos y el amor a los más pobres. 
Lors de la visite canonique au Pérou, Javier Álvarez-Ossorio sscc a été interviewé par l'équipe de la pastoral de Vocations de la Province.Il a parlé de la vocation à la vie religieuse et au sacerdoce comme un chemin dans lequel toute la vie est mis en gage, et aussi des trois amours à être nourris pour garder la joie de la vocation: l'amour à Jésus, l'amour aux frères et l'amour aux les plus pauvres.


                  

           
                   
     



Wednesday, May 21, 2014

Damián: reparación y adoración  


 Raúl Pariamachi sscc, Provincial del Perú

Español / Français / English


Damián no era un sacerdote aséptico, 
era un hombre, a la vez tierno y recio,
que imprimió la huella de sus botas en el lodo de la historia.
P. Hubert Lanssiers, ss.cc.

  
“Damián mismo es un milagro”, dijo Teresa de Calcuta. No es posible descubrir la historia de Damián sin conmoverse hasta las entrañas. No es posible tocar sus manos tan heridas por la lepra y quedarnos indiferentes ante el sufrimiento de los pobres. No es posible mirar su rostro desfigurado como el Crucificado, sin atisbar el pozo espiritual de su amor hasta el extremo. Damián inspira, inquieta, interpela…

       La comunión de destino con el Maestro

La historia de Damián en la isla de Molokai puede ser vista como un paradigma de la fecunda relación entre la reparación y la adoración en nuestra tradición espiritual. Casi espontáneamente evoco el ora et labora de san Benito, el padre de nuestra regla de vida. En el retiro anual de mi provincia, una benedictina nos decía, usando las metáforas del alma y del cuerpo: “el alma de mi trabajo es la oración, el cuerpo de mi oración es el trabajo”. Al respecto, me llama la atención lo que Damián escribió en una de sus cartas, cuando trabajaba como sacerdote joven en Kohala.

“Desgraciadamente, ¿qué es la vida del misionero sino un tejido de penas y miserias? Uno se pasa todo el tiempo en ingratas tareas como Marta y está muy poco tiempo a los pies del Señor como María Magdalena. ¡Felices los misioneros que solo tienen que ocuparse de su ministerio! Nosotros, en cambio, tenemos que ocuparnos de los aspectos materiales de nuestros puestos de misión, cosa que nos causa muchas preocupaciones…” (24.Octubre.1865).

            No cabe duda de que Damián hizo un camino de conversión siendo misionero en Hawái. Damián no solo tuvo que vencer sus prejuicios sobre la salud, la conducta sexual y las creencias religiosas de los hawaianos, sino que también se enfrentó con su propio genio. Un árbol es el símbolo de su recorrido. Las primeras noches en Kalawao durmió bajo un pandano porque no podía evitar sentir repugnancia por los habitantes de la isla; dieciséis años más tarde sería enterrado bajo el mismo árbol, como señal de su deseo de quedarse para siempre con sus entrañables leprosos.
Tremelo


            Digo todo esto porque me parece que Damián aprendió también a integrar tanto el trabajo como la oración en su ministerio; siguiendo su lectura alegórica diríamos que comprendió vivencialmente que en definitiva Marta y María son una sola: “como tengo a nuestro Señor cerca de mí, siempre estoy alegre y contento, y trabajo con entusiasmo por la felicidad de mis queridos leprosos” (08.Diciembre.1881).

            En realidad cuando hablo de reparación y adoración pretendo llamar la atención acerca de un aspecto clave de nuestra identidad religiosa. La vinculación estrecha entre trabajo y oración aparece en toda su plenitud en las cartas de Damián; como en aquella que escribe cuando la lepra comenzaba a atacar su cuerpo: “sin la presencia constante de nuestro divino Maestro en mi pobre capilla, nunca habría podido perseverar en la unión de mi destino al de los leprosos de Molokai” (26.Agosto.1886). La comunión de destino con el Maestro es comunión de destino con los leprosos.

     Me he hecho leprosos con los leprosos

            Bastaría comparar las referencias a la reparación en el capítulo preliminar (1817) con el capítulo primero (1990) de las Constituciones para darse cuenta de la evolución. En el capítulo preliminar se habla de la adoración del Santísimo como forma de reparar “las injurias hechas a los Sagrados Corazones de Jesús y de María por los innumerables crímenes de los pecadores” (art. 3). En cambio en el capítulo primero se habla más bien de la reparación como comunión con Jesús en la identificación con su actitud reparadora y en la colaboración con quienes trabajan por construir un mundo de justicia y de amor, signo del reino de Dios (cf. art. 4). Digamos que el sentido de la reparación se explicita como servicio al cuerpo herido de Cristo en el mundo.

            En realidad, un repaso a la historia de la reparación permite apreciar sus aristas. Es el caso de los padres de la Iglesia, quienes presentan la reparación como la acción de Cristo para restaurar la imagen de Dios en el ser humano. Más tarde se destacará que el cristiano es invitado a participar de la obra reparadora de Jesús en la Iglesia y el mundo. Las palabras del Crucifijo de San Damián: “Francisco, repara mi Iglesia”, hicieron que el Pobre de Asís uniera su corazón a la pasión del Señor, abriéndose la herida del amor que se hará visible en los estigmas al final de su vida.

            En su libro “Reparar el mundo”, el rabino Emil Ludwig Fackenheim subraya que el acontecimiento inexplicable del Holocausto (con sus seis millones de muertos judíos) es no solo una piedra de escándalo para el mundo contemporáneo, sino también el lugar originario y originante de una humanidad nueva que solo puede pervivir reconciliándose consigo misma y con el propio Dios. El rito de Tikkun hatzot rememora que el llanto de Dios a la medianoche por sus hijos muertos es el despertar de la comunidad para reparar lo que está roto en la tierra. En alusión a la tarea divino-humana de “reparar el mundo” (tikkun olam), el autor dice que la reparación es el fundamento del presente y del futuro. No deja de sorprender el potencial semántico que posee el simbolismo de la reparación para la recuperación de las víctimas en el mundo.

            La parábola viva de Damián es una participación en la obra reparadora de Jesús. Los enfermos de lepra que habían sido capturados y recluidos en Molokai llegaron a ser la pasión de su vida. En su primer año en la isla escribió que se había hecho leproso con los leprosos; el último año de su vida dirá que muere de la misma manera y de la misma enfermedad que sus ovejas en aflicción (1889). Damián se preocupó de que sus amigos tuvieran vivienda, dignidad, comida, alegría, vestido, consuelo y sepultura; su presencia es signo de que Dios no se ha olvidado de los pobres.

            Al respecto el papa Francisco ha recordado que cuando san Pablo se acercó a los Apóstoles de Jerusalén para discernir si había corrido en vano (Ga 2, 2), el criterio clave de autenticidad que recibió consistía en que no se olvidara de los pobres (Ga 2, 10). Este criterio que sirvió también para que las comunidades paulinas no se dejaran devorar por el estilo de vida individualista de los paganos, tiene enorme validez en nuestros tiempos. El Papa dice que “la belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (Evangelii gaudium, n. 195). ¡La belleza del Evangelio resplandeció en Molokai!

    Sin el Santísimo yo no hubiera podido

            Entiendo que en las Constituciones la adoración está caracterizada al menos por tres elementos esenciales: eucaristía, comunión y reparación. Podría parecer obvio que la adoración es eucarística; no obstante, precisamente un modo de evitar su deformación es reubicarla siempre en su humus eucarístico. Las Constituciones dicen que en nuestra vida religiosa apostólica “la adoración se enraíza en la celebración de la Eucaristía y es un tiempo de contemplación con Jesús resucitado” (art. 53). La adoración no se reduce a una devoción privada sino que se orienta al cuerpo místico de Cristo.

            La médula de la adoración consiste en que entramos en comunión con Jesús, que participamos de sus sentimientos ante el Padre y ante el mundo (cf. art. 5). La adoración es una parte esencial de la herencia de nuestra Congregación y de su misión reparadora en la Iglesia justamente porque nuestra reparación es comunión con Jesús, es participar de la misión de Jesús resucitado que nos envía a anunciar la buena noticia, es reconocer nuestra condición de pecadores, es sentirnos solidarios con las víctimas de la inequidad y la violencia, es colaborar para construir un mundo de justicia y de armonía. Cada vez que nos sentamos a los pies del Señor se dilata nuestro corazón, para hacer nuestras las actitudes que lo llevaron a tener su corazón traspasado en la cruz.

            Hemos visto cómo Damián reconoce que sin la presencia de Cristo en su capilla no hubiera podido unir su propio destino al destino de sus leprosos. En otra de sus cartas señaló: “sin el Santísimo Sacramento una situación como la mía no se podría aguantar” (08.Diciembre.1881). Delante del Santísimo se sabe reparado por la presencia de Jesús, aceptando las consecuencias de su servicio en su propia carne con el estigma de la lepra: “es al pie del altar donde con frecuencia me confieso y donde busco alivio a mis penas” (26.Noviembre.1885).

            Resulta oportuno enfatizar que Damián transmitió la práctica de la adoración en Molokai. En una carta comunica al superior general que se ha establecido la adoración perpetua en las capillas de la leprosería: “es verdad que resulta bastante difícil mantener la continuidad de las horas ya que las enfermedades impiden a veces a los miembros de la Adoración venir a la iglesia la media hora; sin embargo, resulta edificante verles en adoración, a la hora que les corresponde, en el lecho del dolor de sus humildes cabañas” (04.Febrero.1879). De hecho, esta práctica en Molokai es un hermoso ejemplo de cómo la adoración eucarística sigue el doble movimiento del amar y ser amados: ser reparados para reparar el mundo desde el amor de Dios encarnado en Jesús.

            El relato evangélico de Damián se traduce en la llamada a redescubrir el valor de la adoración reparadora en nuestra vida. Muchas veces hemos acumulado motivos para sospechar de la deformación “cosista” de la eucaristía y la adoración. Al mismo tiempo, navegamos en una época propicia para recuperar el sentido de la adoración. Felizmente podemos contar con el testimonio radical de Damián, que tendría que ser releído a la luz de la buena teología de nuestras Constituciones. Recientemente se nos ha recordado que somos ministros de la adoración reparadora (38° Capítulo General).

DAMIEN : REPARATION ET ADORATION

« Damien n’était pas un prêtre « aseptisé ». 
C’était un homme, à la fois tendre et rude, 
dont les pas marquèrent de leur empreinte 
les chemins boueux de l’Histoire !»
                                                                                                P.Hubert  Lanssiers,sscc


« Damien lui-même est un miracle », disait Mère Térésa de Calcutta. On ne peut  découvrir l’histoire de Damien sans être ému jusqu’aux larmes. On ne peut  prendre  ses mains blessées par la lèpre sans être touchés par la souffrance des pauvres. On ne peut regarder son visage défiguré  comme celui du Crucifié, sans entrevoir  la profondeur spirituelle  de son amour jusqu’à l’extrême. Damien inspire, Damien inquiète, Damien interpelle…

Communion de destin avec le Maître

La vie de Damien sur l’ile de Molokai peut être considérée comme un modèle parfait de  fécondité  profonde entre la réparation et l’adoration, dans notre tradition spirituelle. Presque spontanément  cela m’évoque le «ora et labora » de Saint Benoit, le père de notre règle de vie. Durant  la retraite annuelle de ma province, une sœur bénédictine nous disait, utilisant les métaphores de l’âme et du corps : « l’âme de mon travail c’est la prière, le corps de ma prière c’est le travail ». A ce sujet, me vient à l’esprit  ce que Damien écrivit dans une de ses lettres, quand il travaillait comme jeune prêtre à Kohala :

« Hélas, qu’est la vie du missionnaire ? ce n’est  qu’un tissu de peines et de misères. On passe tout son temps à accomplir des tâches ingrates comme Marthe et très peu de temps aux pieds du Seigneur comme Marie Magdeleine. Heureux les missionnaires  qui n’ont qu’à  s’occuper de leur ministère ! Nous, au contraire, nous avons à nous occuper de tous les aspects matériels de nos postes de mission, occupations qui nous causent beaucoup de soucis… » (24 octobre 1865)

Il est certain que le P. Damien fit un chemin de conversion quand il fut missionnaire aux Hawaï. Damien non seulement eut à dépasser ses préjugés sur la santé, les comportements sexuels  et les croyances  religieuses des hawaïens, mais il eut aussi à affronter son propre caractère.
Un arbre est le symbole de son parcours. Les premières nuits à Kalawao , il dormit sous un pandanus parce qu’il ne pouvait  s’empêcher de ressentir  du  dégoût  pour  les habitants de l’île ; seize années plus tard il sera enterré sous le même arbre, comme signe de son désir de rester pour toujours auprès de ses chers lépreux.

Je dis tout cela parce qu’il me semble que Damien apprit aussi à intégrer le travail comme la prière dans son ministère ; en continuant  la lecture allégorique de sa vie, nous dirions que, en définitive, dans le vécu quotidien,  il comprit que Marie et Marthe ne sont qu’une seule et même personne. « Comme j’ai le Seigneur près de moi, je suis toujours joyeux et content, et je travaille avec enthousiasme pour le bonheur de mes chers lépreux. » (8 décembre 1881)

De fait quand je parle de réparation et d’adoration, je veux attirer l’attention sur un point clé  de notre identité religieuse. Le lien étroit entre travail et prière apparait en  pleine lumière dans les lettres de Damien ; comme  celle où il écrivit, quand la lèpre commençait à ronger son corps : « Sans la présence permanente de notre Divin Maître dans ma pauvre chapelle, jamais je n’aurais pu continuer à lier mon destin à celui des lépreux de Molokai » (26 août 1886) La communion de destin avec le Maître est communion de destin avec les lépreux.
   
Je me suis fais lépreux avec les lépreux

Il suffirait de comparer les références sur le sens de la réparation dans le chapitre préliminaire (1817) avec celles  du  premier chapitre (1990) des Constitutions, pour se rendre compte de  son évolution. Dans le chapitre préliminaire il est question d’adoration du Saint Sacrement comme manière de réparer « les injures faites aux Sacrés Cœurs de Jésus et de Marie par  les innombrables crimes des pécheurs » (art.3). Par contre dans le premier chapitre,  on parle plutôt de la réparation en communion avec Jésus , en s’identifiant à lui dans son attitude réparatrice  et en collaborant  avec ceux qui travaillent à construire un monde de justice et d’amour, signe du Royaume de Dieu  ( cf.art.4). Disons que le sens de la réparation s’entend comme service au Corps blessé du Christ présent dans le monde.

En réalité, un regard sur l’histoire de la réparation permet d’en relever les divers aspects. D’abord les Pères de l’Eglise présentent  la réparation comme l’action du Christ restaurant l’image de Dieu dans la personne humaine. Plus tard on soulignera que le chrétien est invité à participer à l’œuvre réparatrice de Jésus dans l’Eglise et le monde. Les paroles du Crucifix de San Damiano : « François répare mon église ! » poussèrent  le pauvre d’Assise à unir son cœur à la passion du  Seigneur, lui ouvrant la blessure de  son amour qui deviendra visible dans ses stigmates à la fin de sa vie.
  
Dans son livre «  Réparer le monde », le Rabin Emil Ludwig Fackenheim  souligne que l’évènement incroyable de l’holocauste (avec six millions de juifs morts !) est non seulement un scandale pour le monde contemporain, mais  bien  l’origine d’une humanité nouvelle qui ne  survivra qu’en se réconciliant avec elle-même et avec son Dieu.  Le rite de « Tikkun hatzot » rappelle que le cri de douleur de Dieu, à minuit, pour ses fils morts, est le réveil de la communauté pour réparer ce qui a été brisé sur terre. En faisant allusion à la tâche divino-humaine de « réparer le monde (tihhun olam), l’auteur dit que la réparation est le fondement du présent et du futur. On ne peut qu’être surpris par le potentiel sémantique que contient le symbolisme de la réparation pour le rachat des victimes dans le monde.    

La parabole vivante de Damien est une participation à l’œuvre réparatrice de Jésus. Les malades de la lèpre qui avaient été enlevés  puis enfermés à Molokai, devinrent la passion de sa vie. La première année de sa présence sur l’île, il écrivit qu’il s’était fait lépreux avec les lépreux ; la dernière année de sa vie il dira qu’il meurt de la même manière et de la même mort que ses brebis dans le malheur. (1889) Damien travailla sans relâche pour que ses amis aient  maison, dignité, nourriture, joie, vêtements, réconfort  et sépulture : sa présence est signe que Dieu n’a pas oublié les pauvres.

A ce sujet, le pape François  rappelle que quand Paul alla rencontrer les  Apôtres à Jérusalem pour vérifier s’il n’avait pas œuvré en vain (Ga 2,2), il reçut comme critère de l’authenticité de son ministère son choix prioritaire pour les pauvres (Ga 2,10). Ce critère, qui servit également pour que les communautés pauliniennes ne se laissent pas envahir par le style de vie individualiste des païens, est pour nous aussi,  aujourd’hui,  d’une grande importance. Le pape dit que « la beauté de l’Evangile ne peut pas toujours être manifestée adéquatement, mais nous devons toujours manifester ce signe : l’option pour les derniers, pour ceux que la société rejette et met de côté » (Evangelii gaudiuun, n°195) La beauté de l’Evangile resplendît  à Molokai !

Sans le Saint Sacrement, je n’aurais pas pu !

Je comprends que dans les Constitutions, l’adoration soit  caractérisée au moins par trois éléments essentiels : l’Eucharistie, la communion et la réparation. Il pourrait paraitre évident  que l’adoration est eucharistique ; cependant c’est une manière importante d’éviter sa déformation, que de la resituer toujours dans son sillon eucharistique. Les Constitutions disent que dans notre vie religieuse apostolique, «  l’adoration s’enracine dans la célébration de l’Eucharistie et qu’elle est un temps de contemplation avec Jésus ressuscité » (art. 53) L’adoration ne se réduit pas à une dévotion privée ; elle est orientation vers le Corps mystique du Christ.

Le point central de l’adoration consiste à entrer en communion avec Jésus, à participer à ses sentiments devant le Père et devant le monde (cf.art.5) L’adoration est un héritage essentiel de  notre congrégation et de sa mission réparatrice dans l’Eglise, justement parce que notre réparation est communion avec Jésus. L’adoration c’est : participer à la mission de Jésus ressuscité qui nous envoie annoncer la bonne nouvelle,  reconnaitre notre condition de pécheurs, nous sentir solidaires des victimes de l’iniquité, de la violence, collaborer à la construction d’un monde juste et harmonieux.  Chaque fois que nous nous asseyons aux pieds du Seigneur, notre cœur se dilate  pour faire nôtres les attitudes qui le conduisirent  jusqu’au Cœur transpercé sur la croix.

Nous avons vu comment Damien reconnait que sans la présence du Christ dans sa chapelle il n’aurait pu  unir son propre destin à celui des ses lépreux. Dans une autre de ses  lettres, il signale : «  Sans le Saint Sacrement une situation comme la mienne serait intenable » (8 déc.1881) Devant le Saint Sacrement  il se sait guéri par la présence de Jésus, acceptant les conséquences de son dévouement en sa propre chair, avec les stigmates de la lèpre. « C’est au pied de l’autel que souvent je me confesse et là où je cherche soutien dans mes peines » (26 nov. 1885)

Il est intéressant de souligner que Damien transmit la pratique de l’adoration à Molokai. Dans une lettre il signale au Supérieur Général comment l’adoration perpétuelle s’est organisée dans la chapelle de la léproserie : « Il est vrai qu’il est assez difficile d’établir la continuité des heures car les infirmités empêchent parfois les membres de l’Adoration de venir à l’Eglise une demie heure ; cependant, il est édifiant de les voir en adoration, à l’heure qui leur correspond, dans le lit de douleur de leurs humbles cabanes » (4 févr. 1879) De fait, cette pratique à Molokai est un bel exemple de la façon dont   l’adoration eucharistique accomplit, dans un même geste, ce double mouvement: celui  d’aimer et d’être aimé ; être guéris  (réparés) pour réparer le monde à partir de l’amour de Dieu incarné en Jésus.

Le récit évangélique de Damien nous conduit  à redécouvrir l’importance de l’adoration réparatrice en notre vie. Parfois dans le passé nous avons cherché  des raisons pour déprécier ou remettre en question  le sens de l’adoration et de l’eucharistie. Aujourd’hui, nous entrons en un temps favorable  pour récupérer le sens de l’adoration. Heureusement nous pouvons compter sur le témoignage radical de Damien qu’il vaudrait la peine de relire à la lumière d’une bonne théologie de nos Constitutions. Récemment il nous a été rappelé que nous sommes ministres de l’adoration réparatrice (38° Chapitre général)



Damien: Reparation and Adoration

Damien was not an emotionless priest; 
he was human, at once tender and tough, 
who left the prints of his boots in history.
P. Hubert Lanssiers, ss.cc.

            “Damien is a miracle,” said Theresa of Calcutta.  It is not possible to discover the history of Damien without being moved to your very depths.  It is not possible to touch his leprous hands covered with wounds and remain indifferent before the suffering of the poor.  It is not possible to look upon his disfigured face like that of the Crucified, without a glimpse of the spiritual depth of his extreme love.  Damien inspires, disturbs, challenges…

            
Destined to communion with the Master

            The history of Damien on the Island of Molokai can be seen as a paradigm of the fruitful relationship between reparation and adoration in our spiritual tradition.  It almost spontaneously evokes the “to work and to pray” of Saint Benedict, the father of our Rule of Life.  In the annual retreat of my province, a Benedictine said, using the metaphors of the soul and the body: “the soul of my work is prayer, the body of my prayer is work”.  In this regard I am struck by what Damien wrote in one of his letters when he worked as a young priest in Kohala.

“Unfortunately, what is missionary life if not a fabric of pain and misery?  One spends all of his time in menial tasks like Martha and has very little time to sit at the feet of the Lord like Mary Magdalene.  Happy those missionaries who have to deal only with ministry!  We, however, have to deal with the material aspects of our mission stations, something that causes us much preoccupation…” (24 October 1865)

            There is no doubt that Damien made a journey of conversion as a missionary in Hawaii.  Damien not only had to overcome his prejudices about health, the sexual conduct and the religious beliefs of the Hawaiians, but also to confront his own  conceptions.  A tree is a symbol of his journey.  He spent the first nights in Kalawao sleeping under a pandanas tree because he could not avoid his repugnance for the inhabitants of the island.  Sixteen years later he would be buried beneath this same tree, as a sign of his desire to remain forever with his beloved lepers.

            I say all of this because Damien learned how to integrate work and prayer in his ministry; following his allegorical daily reading in which he experientially understood that Martha and Mary are one person: “as I have our Lord near me, I am always happy and content, and I work with enthusiasm for the happiness of my dear lepers.”  (December 8 1881)

            Actually when I speak of reparation and adoration, I intend to draw attention to a key aspect of our religious identity. The close link between work and prayer appears in its fullness in the letters of Damian.  He writes that when leprosy began to attack his body, "without the constant presence of our Divine Master in my poor chapel I could never persevere in joining my fate to the lepers of Molokai" (26.Agosto. 1886). Communion with the Master is destined to communion with the lepers. 

            I made myself a leper with the lepers

It suffices to compare references of reparation in the preliminary chapter (1817) with the first chapter (1990) of the Constitutions to realize the evolution. The preliminary chapter discusses Eucharistic adoration as a form of redressing “the injuries done to the Sacred Hearts of Jesus and Mary by the countless crimes of sinners” (art. 3).  However,  the first chapter speaks of reparation as communion with Jesus in his identification with  a reparative attitude and collaboration with those working to build a world of justice and love, a sign of the kingdom of God (cf. art . 4). We say that the sense of reparation is made explicit as service to the wounded body of Christ in the world.

In fact, a review of the history of reparation permits us to appreciate its parameters.  This is the case of the Church Fathers, who present reparation as the action of Christ to restore the image of God in man. Much later spirituality would highlight that the Christian is invited to participate in the restorative work of Jesus in the Church and the world. The words of the Crucifix of San Damiano, “Francis, repair my Church," made ​​the Poor Man of Assisi join his heart to the Lord's passion, opening the wound of love that would be visible in the stigmata at the end of his life.

 
            In his book "To Repair the World," Rabbi Emil Ludwig Fackenheim stressed that the unexplained event of the Holocaust (which killed six million Jews) is not only a stumbling block for the contemporary world, but also the original location and originator of a new humanity that can only survive by reconciling itself with God. The rite of Tikkun hatzot recalling the tears of God at midnight for his dead children is the awakening of the community to repair what is broken in the world. In reference to the divine-human work to "repair the world" (tikkun olam), the author says that reparation is the foundation of the present and future. One need not be surprised at the semantic potential of the symbolism of reparation for the healing of the victims in the world.

The living parable of Damien is a participation in the reparative work of Jesus. Leprosy patients who had been captured and held captive in Molokai became the passion of his life. In his first year on the island he writes that he made himself a leper with the lepers; in the last year of his life he says he dies in the same manner and with the same disease as his sheep in distress (1889). Damien was concerned that his friends had housing, dignity, food, joy, clothing, comfort and burial.  His presence is a sign that God has not forgotten the poor.

Pope Francis recalled that “When Saint Paul approached the apostles in Jerusalem to discern whether he was ‘running or had run in vain’ (Gal 2:2), the key criterion of authenticity which they presented was that he should not forget the poor (cf. Gal 2:10). This important principle, namely that the Pauline communities should not succumb to the self-centred lifestyle of the pagans, remains timely today, when a new self-centred paganism is growing. We may not always be able to reflect adequately the beauty of the Gospel, but there is one sign which we should never lack: the option for those who are least, those whom society discards.” (Evangelii Gaudium, n. 195) The beauty of the Gospel shone in Molokai!


Without the Blessed Sacrament I would not be able

I understand that in the Constitutions adoration is characterized by at least three essential elements: Eucharist, communion and reparation. It might seem obvious that adoration is Eucharistic; however, a way to precisely avoid its deformation is always to relocate it in the humus of the Eucharist. The Constitutions say that in our apostolic religious life “adoration is rooted in the celebration of the Eucharist. It is a time for contemplation with the Risen Jesus…” (art. 53). Adoration is not reduced to a private devotion but is oriented to the mystical body of Christ.

The heart of adoration consists in entering into communion with Jesus; we participate in his sentiments before the Father and the world (cf. art. 5). Adoration is an essential part of the heritage of our Congregation and its reparative mission in the Church precisely because our reparation is communion with Jesus, participation in the mission of the risen Jesus who sends us to proclaim the good news, recognition of our condition as sinners, solidarity with the victims of inequality and violence, and collaboration in building a world of justice and harmony. Every time we sit at the feet of the Lord our hearts expand, and we make our own the attitudes that led him to have his heart pierced on the cross.

We have seen how Damien acknowledges that without the presence of Christ in his chapel he could not unite his own fate to the fate of his lepers. In another letter he said: "Without the Blessed Sacrament a position like mine could not be endured” (December 8, 1881). Before Jesus present in the Blessed he knew how to repair, to accept the consequences of his service in his own flesh, the stigma of leprosy, “it is at foot of the altar where I frequently confess and where I seek relief from my pains” (November 26, 1885).

It is appropriate to emphasize that Damian established the practice of adoration in Molokai. In a letter to the Superior General he states that perpetual adoration is established in the chapel of the lepers: "it is true that it is quite difficult to maintain continuity in the hours since disease sometimes prevents members of the Adoration to come to church for half an hour; however, it is edifying to see them, at their corresponding hour, at adoration on their sickbeds in their humble cottages" (February 4, 1879).  In fact, this practice in Molokai is a beautiful example of Eucharistic adoration in the double movement of loving and being loved, of being repairers of the world from the love of God incarnate in Jesus.

The evangelical story of Damien results in the call to rediscover the value of reparative adoration in our lives. Many times we have accumulated motives for suspecting the deformation of the Eucharist and adoration taking them just as a “thing”. At the same time, we are living in a favorable time to recover the meaning of adoration. Fortunately we have the radical testimony of Damien, which would have to be re-read in the light of the good theology of our Constitutions. Recently we have been reminded that we are ministers of reparative adoration. ( 38 ° Chapter General) .