Saturday, February 22, 2020

Pensando en educadores Sagrados Corazones en este tiempo


Por Matías Valenzuela sscc (Chile)


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  • Siguiendo a Jesús junto con María
El centro de la espiritualidad de los Sagrados Corazones es Jesús. En realidad, podríamos decir que él es el centro de cualquier camino de espiritualidad cristiana, pero en el caso nuestro ello se concreta en la búsqueda de sintonizar con los sentimientos, las opciones y las actitudes profundas de Jesús. Por ello decimos que estamos llamados a entrar en su corazón al modo como lo plantea la carta a los Filipenses de San Pablo cuando invita a sus hermanos en la fe a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús (Filipenses 2,1-11).
A lo largo de la historia de nuestra Congregación esto se ha dicho de diversas maneras. En primer lugar tal como lo afirmaron nuestros fundadores, Pedro Coudrin y Enriqueta Aymer, se expresó a través de la consagración a los sagrados corazones de Jesús y de María, que implica una pertenencia a ellos, entrando en el dinamismo de su amor a Dios y por toda la humanidad. Aquí María aparece asociada a la misión de Jesús, ella es su primera discípula y nosotros estamos llamados a caminar con ella y como ella en el seguimiento de su hijo Jesús.
Posteriormente, en la revisión post conciliar que implicó una nueva redacción de las constituciones, la manera de expresar esta centralidad de Jesús fue la siguiente. Se dijo que nuestra vocación y misión es: contemplar, vivir y anunciar el amor de Dios encarnado en Jesús. Aquí se destaca el amor de Dios, pero sin separarlo de Jesús quien lo encarna, lo anuncia y transmite a todos a través de la entrega definitiva de su vida. Un valor adicional de la renovación del Vaticano II es que volviendo a las fuentes, entre ellas las Escrituras, hace reconocer que ese amor de Dios encarnado en Jesús no se reduce al misterio redentor de la Cruz y la Resurrección, sino que abarca todo el camino del Hijo de Dios que se hace uno de nosotros a través de la encarnación y luego pasa por este mundo haciendo el bien (Hechos 10,38) con un determinado modo de ser y de vivir; que aquellos que nos hemos sentido llamados a seguirlo debemos conocer y hacer nuestro.
Esta espiritualidad tiene mucho que ver con la dimensión afectiva de la vida y, a la vez, con el centro profundo de cada uno, con nuestra interioridad. No por nada podemos ser llamados corazonistas. Ya que la comunión con el Señor está llamada a ser muy íntima. Por ello mismo, una de las prácticas principales de nuestra tradición es la adoración que nos sitúa junto a Jesús, prolongando la eucaristía, las más de las veces en silencio, queriendo conectarnos desde lo más hondo de nosotros mismos con Él. Allí Jesús se relaciona con su Padre en comunión con el Espíritu Santo penetrando en un misterio de diálogo, de escucha, de silencio y de amor donde toda la realidad es acogida e iluminada. Estamos llamados a ser hombres y mujeres de corazón, conectados interiormente con nosotros mismos y desde ahí abiertos a los demás y en especial al Señor.
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  • Reparando en las brechas, adorando y caminando con nuestro Pueblo
El número dos de las Constituciones de la Congregación de los Sagrados Corazones se inicia con las siguientes palabras: “Conscientes del poder del mal que se opone al amor del Padre y desfigura su designio sobre el mundo, queremos identificarnos con la actitud y obra reparadora de Jesús”.
Es un texto denso que plantea una de las ideas matrices de nuestra espiritualidad desde sus orígenes. Se trata de la fuerza destructora del pecado que amenaza permanentemente la obra de Dios, la vida de la humanidad y el pueblo de Dios, la casa común y la entera creación. El texto invita a una mirada lúcida, atenta, sin ingenuidades, consciente de las heridas personales y sociales, de sus causas y consecuencias, de las fuerzas que ejercen violencia contra el reino de Dios (“el  reino de Dios sufre violencia”, Mateo 11,12). A esto se opone tanto la ceguera como la indiferencia.
Frente a ese mal y a esa violencia, nosotros estamos llamados a “a vivir el dinamismo del amor salvador” (Constituciones 2) y dejarnos embargar de celo por la misión. Esa misión es la de Jesús, que ha venido a traer vida y vida en abundancia (cf. Juan 10,10), asumiendo sobre sí el peso de nuestros pecados, haciéndose solidario de nuestros padecimientos, hasta la entrega completa de su sangre en la Cruz. La fractura que produce nuestro pecado es reparada por Jesús sellando una alianza nueva y definitiva que restaura la unión con Dios y con toda la humanidad. El misterio de la redención es un misterio de unidad y de amor, que conjuga la misericordia, la justicia y la paz.
Desde los inicios nuestros fundadores quisieron entrar en este camino de reparación de todo aquello que atentaba contra el dinamismo del amor. Pensémoslos a ellos en el contexto de la Revolución Francesa en la que se atacó fuertemente a la Iglesia Católica y a la fe. Hoy, para nosotros, hijos e hijas de los Sagrados Corazones, llamados a ser conscientes y empáticos con el dolor de nuestro mundo, sigue siendo relevante esta perspectiva. Comprendiendo que quien repara e intercede por todos permanentemente es el Señor y nosotros estamos llamados a sumarnos en esa misión, prolongando su presencia en el mundo.
El camino de la reparación conduce a buscar las brechas, las fracturas, ahí donde la relación con Dios se está derrumbando (A. Toutin, La Reparación, Roma, 2016), porque es el mismo Dios quien suscita mediadores que como Jesús interceden por su pueblo, colaborando a unir lo que se había quebrado. “Hablaba [Yahveh] de exterminarlos, si no es porque Moisés, su elegido, se mantuvo en la brecha, en su presencia, para apartar el furor de destruirlos” (Salmo 106,23). Hay una ira, una indignación, que hunde sus raíces en el amor y que significa poner un límite a toda clase de abuso e idolatría, y que de algún modo está presente en el mismo Dios. Dios quiere la vida de su pueblo y de cada uno y cada una de nosotros y sabe que para ello necesitamos dejarnos amar por él. Pues cada vez que ponemos otra cosa en el centro de la vida, en el lugar de Él, caemos en un inevitable vacío auto-destructor.
Para empatizar con esta realidad y poder colaborar en su redención/sanación es necesario profundizar en los sentimientos de Jesús y a la vez caminar diariamente con nuestro Pueblo. Los educadores Sagrados Corazones están llamados a unirse al dinamismo del amor de Jesús a través de la adoración reparadora y a través del ejercicio de su propia vocación. Colaborando así en la comunión con todo el pueblo de Dios y ofreciendo su entrega por todo aquello que el Señor quiere sanar, liberar y redimir. Lo cual supone, de manera ineludible, estar cerca y empatizar con lo que ocurre a nuestros hermanos y a nuestro pueblo. Tal como lo expresa poéticamente nuestro hermano Esteban Gumucio: “No, no es desde mi ventana donde puedo escrutar los signos de tu venida hoy. Es al caminar al interior de lo que cada día le pasa a mi hermano y me pasa a mí; le pasa a mi pueblo y me pasa a mí” (cf. Esteban Gumucio, Cartas a Jesús, Santiago, 2014).
La identificación con la actitud y la obra reparadora de Jesús se lleva a cabo adorando y caminando, construyendo y renovando, en silencio ante el Señor y en el trabajo diario; como maestros, amigos, integrantes de una familia, vecinos, condiscípulos, docentes y compañeros.
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  • En comunión con toda la Iglesia, discernimos la voluntad de Dios, en vistas de la misión.
“La disponibilidad para las necesidades y urgencias de la Iglesia, discernidas a la luz del Espíritu, así como la capacidad de adaptación a las circunstancias y acontecimientos, son rasgos heredados de nuestros Fundadores” (Constituciones 6).
Los Sagrados Corazones estamos llamados a ser hombres y mujeres de Iglesia, siempre al servicio de la misión que Jesús le encomendó a la Iglesia en su conjunto. Por ello, disponibles y atentos a lo que las iglesias locales puedan ir requiriendo. Jamás encerrados en una burbuja aparte. Aunque tengamos una identidad propia y acentos específicos que aportar del evangelio. En este sentido, debemos reconocer que al interior de nuestra Iglesia hay una gran diversidad de carismas y de modos de vivir el Evangelio, que en ocasiones incluso aparecen como contradictorios. Ello no debe atemorizarnos ni aislarnos, sino que debe invitarnos a ensanchar la mirada y el corazón a fin de posibilitar una comunión más amplia, incluso en medio del disenso, es decir, donde no necesariamente estemos de acuerdo en todo.
El Papa Francisco ha dicho que es el Espíritu Santo quien posibilita la unidad en la Iglesia, pero una unidad que no es uniformidad, sino que es armonía, como en la música polifónica en la que se ensamblan diversas notas e instrumentos permitiendo la unidad en la diversidad. A ello estamos llamados activamente: a ser constructores de comunión, como en la eucaristía, donde nos encontramos personas muy distintas en torno a la mesa de Jesús conmemorando su entrega y a la vez acogiendo con alegría la buena noticia del Reino. Ahí, en la mayor diversidad, cada uno acude como respuesta a un llamado, dejándose amar, sanar y salvar y desde ahí; uniéndose a todos los que han querido escuchar ese mismo llamado. Cada uno por su propio camino y todos a la vez, pecadores perdonados.
Hoy, más que nunca, estamos llamados a formar una Iglesia sinodal, donde caminemos juntos y entre todos la construyamos. La responsabilidad de la Iglesia es de todos los bautizados y de todos los hombres y mujeres que de algún modo se han sentido tocados por la mirada de Jesús, que propone un camino-con-otros y un ser-para-los-demás. En esta Iglesia del siglo XXI no puede haber cristianos de primera y segunda categoría; sino que todos estamos llamados a discernir juntos la voluntad de Dios, aportando y respetando el carisma, el ministerio y el estado de vida al que hayamos sido llamados y que hemos abrazado desde la igualdad fundamental de todos los bautizados.
En este camino el anuncio del Evangelio, de la Buena Noticia del Reino de Dios que llega a nosotros a través del rostro de Jesús y cuyos primeros destinatarios son los pobres y los que sufren, es un aspecto ineludible de nuestra misión. Una comunidad educativa que no responda a la urgencia de la evangelización estará olvidando la razón fundamental para la cual fue creada. Esto implica anunciar a Jesús, a tiempo y a destiempo, de palabra y mucho más con nuestras opciones y gestos, es decir, con nuestro testimonio. Incluso más, cuando invitamos a nuestros jóvenes a elegir su vocación de cara a las necesidades de nuestro mundo y escuchando aquello que late en lo hondo del corazón humano, ahí también estamos ofreciendo un rol evangelizador y estamos siendo Buena Noticia para los pobres.
El discernimiento es siempre para tomar una decisión de cara a la misión que se nos ha confiado, para definir hacia dónde y cómo nos impulsa el Espíritu, a fin de anunciar el Amor. La docencia también es una vocación, que se enmarca en el amplio espectro de la vocación cristiana y se une a la misión de toda la Iglesia. Desde esa particular relación educador-alumno en el contexto de una comunidad educativa. Tiene un sentido propio, una belleza específica y una gran responsabilidad. Cada comunidad y cada docente también deberán discernir esos modos y esos caminos para ser fieles aquí y ahora, al llamado que el Señor les ha hecho.
Hoy esto es un mandato irrenunciable, ya que estamos en un cambio de época, donde surgen nuevos paradigmas que influyen en el modo de ser personas y de habitar en el mundo. Estos cambios, que nos confunden e inquietan, exigen mucho diálogo y, sobre todo, una escucha atenta de la realidad. Sin temores, sino con la confianza recia en la ternura providente de Dios. Él, que sabe todo, y no deja de cuidarnos jamás, es el fundamento, la roca firme de nuestro camino. Es una marcha en tanteo, donde la oscuridad es oportunidad para buscar la luz y mantenerla encendida en el corazón.
Es muy hermoso reconocer que nuestra Iglesia desde sus orígenes, como lo muestra el capítulo 15 del libro de los Hechos, ha discernido lo que el Espíritu quiere para la comunidad en tiempos de cambio y donde la intención es que la salvación alcance a todos no imponiendo más cargas que las esenciales en sintonía con el querer del Señor.
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  • Desarrollando ciertas habilidades pedagógicas y de gestión
  • Cultivar el sentido de Iglesia y de Congregación, desde la pertenencia a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
  • Educar en el silencio y en la escucha del corazón.
  • Educar en la práctica de la adoración reparadora, uniéndose a Jesús en su presencia eucarística y con Él al Padre y a toda la humanidad.
  • Educar en la lectura, reflexión e iluminación de la Palabra de Dios.
  • Educar en la relevancia de los ritos y de los símbolos, y particularmente de los sacramentos, que nos conectan con lo esencial.
  • Educar en la capacidad de decidir, y de hacerse responsable de las propias elecciones y sus consecuencias.
  • Introducir en el camino de la oración y especialmente de la adoración. La oración entendida como encuentro, como diálogo y como silencio que trae paz al corazón.
  • Formar en la opción preferencial por los más pobres, comprendida como una opción de amor y como una opción no excluyente, que persigue la construcción de un mundo más justo para todos. La cual implica también el contacto personal y la valoración y el respeto profundo por el rostro del otro, de todo otro.
  • Educar en el compromiso social y político, reflexionando la relación entre fe y política, así como la dimensión ecológica del cristianismo.
  • Educar en la construcción de comunidad, de vínculos de respeto y de fraternidad, de sentido de pertenencia.
  • Educar el espíritu de familia y la vocación a la alegría del amor que incluye la posibilidad del matrimonio y de los hijos, como camino de compromiso y entrega, como una verdadera vocación.
  • Formar para la misión, para ser Iglesia en salida, que va al encuentro de los que están alejados tal como lo hizo María en la Visitación.
  • Educar la dimensión científica, el método, la experimentación, admirando los aportes del desarrollo tecnológico y a la vez reflexionando los criterios necesarios para que esos avances estén al servicio de una vida más humana y digna para todos, en comunión con toda la creación.
  • Educar la dimensión artística, en la música, la danza, las artes visuales y las artes plásticas, conectando con la belleza y con la capacidad creativa de todo ser humano, donde también se hace presente la chispa divina. En este ámbito tiene mucho sentido sintonizar con las expresiones y las raíces culturales de cada pueblo, alimentando el sentido de pertenencia y el amor por las tradiciones que han dado vida a ese pueblo.
  • Educar en lo deportivo y en todo lo que tiene relación con la corporalidad, a través de la sana competencia y también a través del contacto con la naturaleza, en el excursionismo, el senderismo, la caminata y todo lo que permita un sano equilibrio de mente y cuerpo.
  • Educar en el sentido de pertenencia al propio territorio. Conociendo la historia de la propia tierra y sus símbolos, valorando sus espacios públicos, su arquitectura y descubriendo también sus desigualdades y heridas que requieren miradas de futuro en vistas de una vida mejor para todos.
  • La dimensión internacional de la Congregación invita a educar en la apertura a todos los pueblos y a ser especialmente acogedor con los inmigrantes, invitándolos a sentirse en casa.
  • “Para que el reinado de Dios se haga presente, buscamos la transformación del corazón humano” (Constituciones 6). Esto implica un trabajo muy personalizado y educarnos en el acompañamiento de procesos de vida y de fe, con finura, respeto y generosidad.
  • Educarnos en el ámbito de las emociones. Aprender a reconocerlas y expresarlas, respetuosa y asertivamente. Aprendiendo a gestionar las emociones negativas y a desarrollar las positivas. Haciéndonos capaces de contener y acompañar a otros en su crecimiento, maduración y transformaciones.
  • Los hermanos y hermanas de nuestra familia religiosa constituyen una sola Congregación. Esto nos conecta con el desafío de la igualdad entre varones y mujeres, reconociendo que somos diversos y complementarios.
  • Desde sus orígenes la Congregación tiene una rama secular. Sus miembros se comprometen a vivir la misión y el espíritu de la Congregación. Esto hace referencia a la pertenencia a la Congregación desde la condición de laicos.
  • Educarnos en una gestión que sea eficiente, con buenos niveles de comunicación y de transparencia, con capacidad de dialogar los temas antes de tomar las decisiones. Esforzándonos por no someter a las personas a un estrés que les haga daño sino que simplificando y priorizando el uso del tiempo y las tareas.
  • Generar las condiciones de trabajo que permitan la evaluación de los procesos y la expresión de lo que se puede mejorar.
  • Valorar la gratuidad, el tiempo del encuentro y la fiesta.
 Estas líneas han sido conversadas con algunos educadores que me han ayudado a complementarlas y pulirlas. Han sido escritas con mucho cariño y respeto por todos los que ejercen la vocación docente cada día. También se nutren del amor por el carisma de los Sagrados Corazones que se nos ha regalado y que puede seguir aportando a la vida de nuestra Iglesia y de nuestro Pueblo. Sabiendo que este es un tiempo exigente y que el camino se recorre paso a paso, partiendo desde el punto en que cada uno esté y acompañándonos mucho.
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3 comments:

  1. Hermano he sintonizado con su reflexión, comparto la vocación educadora en Colegio Reina de la Paz de Lima, gracias por enriquecernos con su experiencia.

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