En esta entrevista, concedida a la revista Vida Nueva (nº 3255, de 22-28 enero 2022), nuestro hermano Álex Vigueras sscc, de la Provincia de Chile, comparte su experiencia sinodal.
Alex Vigueras Cherres nació hace 57 años en un campamento minero dedicado a la extracción del salitre, en pleno desierto de Atacama. Conoció la Congregación de los Sagrados Corazones en la Parroquia Universitaria, cuando estudiaba Medicina en la Universidad de Concepción. Terminado el cuarto año, ingresó en la congregación seducido por las comunidades en la Iglesia y por la experiencia misionera; sobre todo, por el sentido de la vida, del dolor y la muerte, respuestas que no encontraba en la Medicina.
“Me fascinó y entré”, dice aún con emoción. Ha trabajado con jóvenes, ha sido formador en su congregación y superior provincial. Ahora es párroco en Diego de Almagro, pequeño pueblo en medio del desierto de Atacama, en el norte chileno. Escribe poesía y la musicaliza. Ha grabado cinco discos. Hoy por hoy, es integrante del equipo del Sínodo y del proceso de discernimiento para la Asamblea Eclesial nacional de Chile.
PREGUNTA.- ¿Qué significa la sinodalidad en la Iglesia?
RESPUESTA.- Es una invitación a cambiar para ser más fieles a aquello que somos: Iglesia de Cristo, Pueblo de Dios, en camino a la plenitud del Reino. Plenitud que anhelamos y que, al mismo tiempo, portamos, que todo ser humano lleva en sí, no solo el cristiano. Sinodalidad dice más que “comunión”. Solemos malentender la comunión como armonía entre los que formamos la Iglesia. La comunión es poner en común el don que cada uno tiene, que cada uno es. Eso está más cercano de la sinodalidad. Y eso es mucho más bello y complejo que la pura armonía, esa mirada integra mejor el conflicto, la alteridad, la pluralidad.
Siempre desviarse
P.- ¿Cuál es, entonces, su importancia y valor?
R.- En relación a “caminar juntos”, Jesús caminaba para hacerse el encontradizo, para estar allí donde estaba la gente que tenía necesidades, que le buscaba. Su itinerario es un constante desviarse a partir de las necesidades de la gente. Y no es que luego él retorne a un lugar central; está siempre en camino. Caminar es siempre desviarse.
La sinodalidad es más que un caminar de iguales. La invitación de Jesús no es a relacionarnos con los demás de igual a igual. Nos invita a hacernos siervos, a lavar los pies. Solo una actitud como esa puede garantizar una sinodalidad verdadera, cueste lo que cueste.
Caminamos juntos, aunque nos han dado ganas de tirarlo todo por la borda por una Iglesia que ha sido motivo de vergüenza, que a veces quiere ser una élite espiritual, con formas que hoy escandalizan; abandonar porque nos sentimos perdidos. Sin embargo, hemos querido seguir caminando como Rut al lado de Noemí (“no insistas que te deje… tu pueblo será mi pueblo, tu Dios será mi Dios”). Y eso porque hemos experimentado a Dios mismo caminando a nuestro lado con esa sorprendente fidelidad. Fidelidad expresada en tanta gente que nos ha alentado, que nos ha acompañado, que no nos ha abandonado.
P.- Y todo con un coronavirus de por medio…
R.- La pandemia ha mostrado que necesitamos caminar juntos, porque solo juntos podemos salvarnos. Eso nos pone en el horizonte de la ternura, que es el cuidado por el frágil, pero de aquel que también se sabe frágil. El Papa ha puesto de relieve la solidaridad como el cuidado de la fragilidad, del frágil; pero no aparece todavía la otra parte, la que hace de la solidaridad ternura: el que cuida es también frágil. Caminar juntos, más que una opción, es una necesidad… y, de paso, el paradigma de la ternura nos purifica de nuestras pretensiones elitistas. Tenemos que mirar la sinodalidad desde el amor y desde la cruz, como consecuencia de un amor así de exagerado. La sinodalidad crucifica.