Wednesday, June 25, 2014

Feast of the Sacred Heart 

Fête du Sacré-Coeur 

Fiesta del Sagrado Corazón

COM-UNION 2, July 15, 1997

English / Français / Español
Richard McNally sscc

AFTER  THE Vatican Council the parish church of my childhood was remodeled to conform to the renewed liturgy. The large  crucifix was removed and put in its place was a representation of the risen Christ. Rather than to indicating a deeper sense of the paschal mystery it seems to indicate rather a misunderstanding and perhaps some discomfort with Christ triumphant in death.

The Gospel of John says, “They will look on the one whom they have pierced.” The wounded Jesus hangs on the cross in death. And we will look on him, we are called to contemplate him. But it is difficult. We would rather turn our eyes away from a wounded dead man. And especially if we accept the fact that we are the ones who have wounded and pierced him. It would be easier if we just skipped this part of the paschal event went right to the resurrection.

But it is our vocation "to contemplate, live and announce to the world God's love which was mode flesh in Jesus." (Constitutions art.2) Without contemplating it is impossible to live that love or proclaim it in an authentic way. To contemplate is to look upon, to gaze intently, to give all our attention the pierced one, to be drawn into the mystery of his suffering love so as to find there wisdom and life.

St. Paul speaks of "knowing the love of Christ which is beyond all knowledge." There are so many things to know in life. We have each spent years being educated so as to know. But what is most important to know is really unknowable. We can never grasp fully the deepest truth, which is the love of Christ. We can only contemplate it and  in contemplating it not seek to grasp it but allow ourselves to be grasped by it.

In one of his many writings on the heart of Christ, Karl Rahner says that it is incorrect to say that the heart is a symbol of love. The human heart, the deepest center of the human person, is the place of love but it is also the place of sin, the opposite of love. It is not only that we are immersed in the sin of the world but that we choose to embrace this sin from time to time. Only the heart  of Christ is the symbol of pure love, for there is no sin in him, only love. And our sin has pierced that heart. It is because of our sin that he is wounded. "We contemplate him whom we have pierced."

The Good News is that the dead Christ, pierced by us, pierced for us, pours forth blood and water. As the preface of the Mass says, he is "the fountain of sacramental life in the church".  Christ in death, dead from the wounds that we have inflicted, is living  and life- giving.

The patristic tradition that gave birth to the devotion to the Sacred Heart continuously returned to this image of the pierced one. Christ is pierced so that life flows forth, the life of the church, born from his side, the life of the sacraments, the gift of the Holy Spirit. Later the fathers would say that Christ was pierced so that we could enter into his interior and find their wisdom and life. In the seventeenth century St. John Eudes would say that the most horrible thing imaginable is sin for it was responsible for the death of God's son. But as horrible as sin is, the Good News is that the love of God incarnate in Christ triumphs. The dead Jesus overcomes the sin which  causes  his death.
               
In the chapel of the Visitation in Paray-le-Monial there is a mosaic. It represents one of the revelations to St. Margaret Mary when she said the Lord appeared to her on the cross and his wounds were glowing like five suns. The fire of his love renders his wounds glorious. In contemplating him we are enflamed. We contemplate him and we are empowered to live and proclaim. His love transforms the woundedness of sin. The continual call to repentance is life giving and establishes us in solidarity with all those "who  are victims of injustice, hatred and sin in the world". (Constitutions art. 4) Continually entering into communion with the fire that is Jesus leads  us to radiate Christ in ways we are not aware of. We proclaim his love not only in words and works but we radiate Christ in everything even in sickness and incapacity right up until the moment of death.

A few weeks ago l received a letter from a sister l know who is approaching her 90th birthday. She remarked that her long life seems so short. l imagine that it is so for each one of us and especially so when you consider the "breadth and length, the height and depth" of the love of Christ. At the moment of death it must seem that one has hardly begun to know Christ.

On this our patronal feast let us ask the grace of knowing  the love of Christ more and more for each of our brothers and sisters so that we might proclaim that love to our world.



Después del Concilio Vaticano, la parroquia de mis tiempos de niño fue remodelada para adaptarse a la liturgia renovada . El gran crucifijo fue quitado y se puso en su lugar una imagen de Cristo resucitado. En lugar de indicar un sentido más profundo del misterio pascual, parece indicar un mal entendimiento y acaso un cierto desasosiego con el Cristo triunfante de la muerte.

El Evangelio de Juan dice: "Verán al que traspasaron". El maltratado Jesús es colgado de la cruz para morir. Y nosotros lo veremos así, ya que estamos llamados a contemplarle en este estado. Pero es duro. Nos gustarla apartar los ojos de un hombre malherido. Especialmente si nos damos cuenta que somos nosotros los que le hemos malherido y traspasado. Sería más fácil si obviáramos esta parte del acontecimiento pascual y nos fijáramos directamente en la resurrección.

Mas  nuestra vocación es "contemplar, vivir y anunciar al mundo el Amor de Dios encarnado en Jesús" (Constituciones, art.  2). Sin contemplarlo es imposible vivir este amor o proclamarlo de una manera auténtica . Contemplar es considerar, mirar fijamente, prestar toda la atención al Crucificado, para sentirnos ton envueltos en el misterio de su amor doliente que encontremos allí entendimiento y vida.

San Pablo habla del "conocimiento del amor de Cristo que supera toda sabiduría". Son muchas las cosas que hay que saber en la vida . Hemos empleado años en ser educados para saber. Pero lo más importante de lo que hay que conocer es realmente incognoscible. Nunca podemos aprehender la verdad más profunda, que es el amor de Cristo. Solamente podemos contemplarla y contemplándola no podemos atraparla sino ser atrapados por ella.

En uno de sus muchos escritos acerca del corazón de Cristo, Karl Rahner dice que es incorrecto decir que el corazón es un símbolo del amor. El corazón humano, el centro más profundo de la persona humana, es el lugar del amor pero también lo es del pecado, lo opuesto al amor. Sucede que no solamente estamos inmersos en el pecado del mundo, sino que también nosotros por nuestra cuenta cometemos este pecado de vez en cuando. Solamente el corazón de Cristo es el símbolo del amor puro, pues no hay pecado en El, solamente amor. Y nuestro pecado ha traspasado ese corazón. Por nuestro pecado Él está crucificado. "Contemplamos Aquel a quien hemos traspasado".

La Buena Noticia es que Cristo muerto, traspasado por y para nosotros, derrama sangre y agua. Según dice el prefacio de la Misa, Él es "la fuente de la vida sacramental en la Iglesia".  Cristo conducido a la muerte, muerto por las heridas que nosotros le hemos infligido, está vivo y da vida. La tradición patrística que dio origen a la devoción del Sagrado Corazón se refiere constantemente a esta imagen del traspasado. Cristo está traspasado para que esa vida suya fluya, es la vida de la Iglesia, nacida de este costado, la vida de los sacramentos, el don del Espíritu Santo.

Posteriormente, a los Padres les gustará decir que Cristo fue traspasado para que pudiéramos entrar en su interior y encontrar conocimiento y vida. En el s.XVII a san Juan Eudes le gustará decir que la cosa más horrible imaginable es el pecado  porque  fue el responsable de la muerte del Hijo de Dios. Pero aún cuando sea ton horroroso el pecado, la Buena Noticia es que triunfa sobre él el amor de Dios encarnado en Cristo. El Jesús muerto se coloca por encima del pecado que provoca su muerte.

En la capilla de la Visitación en Paray-le­ Monial hay un mosaico. Representa una de las revelaciones a Sta. Margarita María, cuando ella dice que el Señor se le aparece sobre la cruz y con sus llagas brillando como soles. El fuego de su amor transforma sus llagas gloriosas. Al contemplarle nos enardecemos. Le contemplamos y nos fortalecemos para  vivir y proclamar. Su amor transforma las heridas del pecado. La constante llamada a la conversión (arrepentimiento) nos da vida y nos coloca en solidaridad con todos aquellos "que son víctimas de la injusticia, el odio y el pecado en el mundo" (Constituciones,  art. 4) . El entrar continuamente en comunión con el fuego que es Jesús nos !leva a irradiar a Cristo alrededor de una manera  que no percibimos como. Proclamamos su amor no solamente  de palabra y de obra sino que irradiamos a Cristo de modo pleno, incluso en medio de la enfermedad y la incapacidad, hasta el mismo instante de la muerte.

Hace unas semanas recibía  una carta de una hermana que, según yo sé, va a cumplir sus 90 años. Me indicaba que su larga vida le parece corta. Supongo que eso nos posa a todos nosotros y especialmente cuando consideramos "la anchura y la longitud, la altura y la profundidad" del amor de Cristo. En el momento de la muerte seguramente parecerá que uno apenas ha empezado a conocer a Cristo.

 Cada vez que celebremos nuestra fiesta patronal, pero también constantemente pidamos para nuestros hermanos y hermanas la gracia de conocer más y más el amor de Cristo para que podamos proclamarlo a nuestro mundo  de hoy.


Après le Concile Vatican II, l’église paroissiale de mon enfance fut refaite pour se conformer à la liturgie renouvelée. On enleva le grand crucifix pour le remplacer par une grand image du Christ ressuscité. Plutôt que indiquer un sens profond du mystère pascal, il indiquait bien plus une incompréhension ou peut-être un certain malaise avec le Christ triomphant, même dans a mort.

L’Évangile selon saint Jean dit : « Il porteront leurs yeux sur celui qu’ils ont transpercé ». Jésus meurtri pend mourant sur la croix. Et nous porterons nos yeux sur lui, car nous sommes appelés à le contempler. Mais, combien il est difficile de le faire ! Notre réaction sera plutôt de ne pas regarder cet homme meurtri et mourant. Encore plus, si nous acceptons le fait que c’est nous qui l’avons ainsi blessé et transpercé. Ce serait sans doute plus facile, si nous pouvions nous épargner cette partie de l’évènement pascal, pour aller tout droit à la résurrection…


Cependant, notre vocation c’est « contempler, vivre et annoncer au monde l’amour de Dieu incarné en Jésus » (Constitutions, art. 2). Sans le contempler, il est impossible de vivre cet amour ou de le proclamer de façon authentique. Contempler, c’est regarder attentivement, voir intentionnellement, donner toute notre attention au transpercé, pour être conduits à la profondeur du mystère de son amour dans sa souffrance, pour y trouver sagesse et vie.

St. Paul parle de « connaître l’amour du Christ qui est au-delà de toute connaissance ». Il y a tellement de choses à connaître dans la vie. Nous avons passé, chacun et chacune de nous, tant d’années à être éduqués dans le savoir. Mais, ce qui est le plus important de savoir est inconnaissable et dépasse toute connaissance. Nous ne pourrons jamais sonder complètement la vérité la plus profonde qu’est l’amour du Christ. Nous pouvons seulement le contempler et, en le contemplant, ne pas essayer de le saisir, mais nous laisser saisir par lui.

Dans un de ses nombreux écrits sur le cœur du Christ, Karl Rahner dit que ce n’est pas correct de dire que le cœur est un symbole de l’amour. Le cœur humain, le centre le plus profond de la personne humaine, est un lieu d’amour, mais aussi de péché qui est l’opposé de l’amour. Non seulement nous sommes immergés dans le péché du monde, mais encore que nous avons choisi de tomber dans le péché de temps à autre. Seul le Cœur du Christ est le symbole de l’amour pur, car il n’y a pas de péché en lui, il n’y a pas que de l’amour. Et notre péché a transpercé ce cœur. C’est pour notre péché qu’il est blessé. « Nous contemplons celui que nous avons transpercé ».

La Bonne Nouvelle est que le Christ mort, transpercé par nous, transpercé pour nous, répand du sang et de l’eau. Comme le dit la préface de la Messe, « il est la source de la vie sacramentelle dans l’Église ». Le Christ mourant, mort par les blessures que nous lui avons infligées, vit maintenant et donne la vie. La tradition patristique, qui est à l’origine de le dévotion au Sacré-Cœur, retourne constamment à cette image du transpercé. Le Christ est transpercé, pour que de lui la vie jaillisse en abondance : la vie de l’Église, née de son côté ; la vie des sacrements ; le don de l’Esprit Saint. 

Eglise Sainte Famille, Moorea (Tahiti)
Plus tard, les Pères diront que le Christ fut transpercé pour que nous puissions entrer dans son intérieur et trouver sagesse et vie. Au XVII siècle, St. Jean Eudes disait que la chose la plus horrible que nous puissions imaginer est le péché, puisqu’il fut le responsable de la mort du Fils de Dieu. Mais aussi horrible que le péché puisse être, la Bonne Nouvelle est que l’amour de Dieu incarné dans le Christ en triomphe. La mort de Jésus surmonte le péché qui cause sa mort.

À la chapelle de la Visitation à Paray-le-Monial, il y a une mosaïque. Elle représente une des révélations à Sainte Marguerite-Marie, lorsqu’elle raconta que le Seigneur lui apparut sur la croix et ses blessures resplendissaient comme cinq soleils. Le feu de son amour rend ses blessures glorieuses. En le contemplant, nous somme enflammés. Nous le contemplons et nous recevons le pouvoir de vivre et de proclamer. Son amour transforme la blessure du péché. L’appel constant au repentir donne la vie et nous établit en solidarité avec tous ceux qui sont « victimes du péché du monde, de l’injustice et de la haine » (Constitutions, art. 4). Entrant continuellement en communion avec le feu qui est Jésus, nous rayonnons le Christ parfois sans en être conscients. Nous ne proclamons pas son amour seulement en paroles et actions, mais nous rayonnons le Christ en tout, même dans la maladie et l’incapacité, continuellement jusqu’au moment de notre mort.

Il y a quelques semaines, je recevais une lettre d’une sœur que je connais et qui approche de ses 90 ans. Elle fait remarquer que sa longue vie lui semble trop courte. J’imagine qu’il en va ainsi pour chacun de nous et, particulièrement, lorsqu’on considère « la largeur et la longueur, la hauteur et la profondeur » de l’amour du Christ. Au moment de la mort, il doit nous sembler que nous avons à peine commencé à connaître le Christ.

En cette notre fête patronale, demandons la grâce de connaître de plus en plus l’amour du Christ pour chacun de nos frères et sœurs, de telle manière que nous puissions proclamer cet amour à notre monde.

Jeepney, Manila 


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