Friday, April 16, 2021

Pedro Casaldáliga, abrazar la utopía del reino en lo pequeño


Por Nicolás Viel sscc (Chile)

Hace algunos meses hemos vivido como Iglesia latinoamericana, la pascua de Pedro Casaldáliga (1928-2020); pastor, teólogo y poeta. Este misionero fue obispo de Sâo Felix de Araguaia (Mato Grosso, Brasil), una diócesis enorme que recorrió junto a muchos compañeros y compañeras de camino. Su vida, sus gestos, sus silencios y sus versos son una semilla que está comenzando a germinar, como el grano de trigo que al morir da mucho fruto (Jn 12, 24).


Durante ocho años padeció un Parkinson, el que lo fue preparando para el momento de su muerte. En medio de su despedida, nos conmovieron sus pies descalzos, la biblia abierta sobre su cuerpo, los indígenas cargando su féretro, esa tumba sencilla mirando al río junto a un peón y una prostituta. Toda su vida, sus causas y su muerte, están llenas de belleza y sentido. Hay mucho de su vida que le puede decir algo a nuestro andar. Sería pretencioso decir una palabra definitiva, por tanto, sólo me atrevo a atisbar algunas ideas de carácter pastoral, que la vida de este referente de nuestra Iglesia de América Latina nos puede regalar.


Una vida que amó y sufrió a la Iglesia


La vida de Pedro Casaldáliga no se puede comprender sin su pertenencia a la Iglesia. Su testimonio de amor eclesial, nos puede inspirar para vivir una relación madura con la Iglesia, que sea capaz de cultivar la amabilidad junto con el sentido crítico y la corrección fraterna. “El amor maduro a la Iglesia deberá ser siempre un amor crítico, sobre todo cuando en la Iglesia predominen otros intereses que los del Reino”.


En esta línea, una relación madura con la Iglesia, sabe identificar el núcleo fundamental de la fe, de lo accesorio, incorporando en su capacidad de discernimiento la “jerarquía de verdades” (UR 11), que el Papa Francisco ha resaltado en sus reflexiones (EV 36, 246). Para el misionero claretiano, la verdad fundamental de la fe es Dios y el amor histórico al pueblo sufriente. Cuando uno revisa su correspondencia, no deja de impresionar su libertad y honestidad para decir las cosas. En una carta directa a Juan Pablo II, afirma: “para muchos de nosotros, ciertas estructuras de la Curia no responden al testimonio de simplicidad evangélica y de comunión fraterna que el Señor y el mundo reclaman de nosotros; ni traducen en sus actitudes, a veces centralizadoras e impositivas, una catolicidad verdaderamente universal(…)”. Casaldáliga critica desde un profundo amor y compromiso. No tiene miedo en expresar sus sueños, o su molestia con lo que considera equivocado.


La crítica de Casaldáliga nunca se hace desde afuera y siempre comienza por sí mismo, “nosotros, con frecuencia, los miembros de la jerarquía, no reconocemos de hecho a los laicos como adultos y corresponsables en la Iglesia, o queremos imponer ideologías y estilos personales, exigiendo uniformidad o atrincherándonos en el centralismo”.


Casaldáliga amó profundamente a la Iglesia, y en nombre de ese amor, la criticó cuando la vio acomodada y centrada en sí misma. En la misma línea del Papa Francisco, animó a la Iglesia a salir hacia el sufrimiento de los pobres, instándola a “beber el cáliz de los Pobres”. Su experiencia de Iglesia fue sumamente comunitaria, abierta y dialogal. Puso en el centro de su quehacer pastoral, la construcción de cultura de la solidaridad, que opta incontestablemente por los empobrecidos y sus causas. Para el obispo, vivir en la Iglesia, supone vivir en tensión y que esa tensión, siendo muy exigente, tiene enorme belleza.


Rescatar a Jesús de Nazaret como núcleo configurador


La vida de Casaldáliga es una llamado a recuperar el cristo-centrismo de nuestra vida de fe. La persona de Jesús se ha perdido no sólo de nuestros horizontes pastorales, sino de nuestra experiencia creyente. Jesús fue la principal causa de su vida y su muerte: “Mi fuerza y mi fracaso, eres tú /  Mi herencia y mi pobreza. Tú, mi justicia, Jesús (…) Mi muerte y mi vida. Tú
La experiencia creyente del obispo es la de un Dios que se encarna en un hombre pobre, cuyas manos y pies están llenos de tierra. Casaldáliga, en la misma línea del Papa Francisco, vivió convencido de que Jesús es el rostro de la misericordia del Padre. Toda su vida fue una búsqueda permanente de las opciones preferenciales de Dios por lo pequeño, lo irrelevante, lo marginal y lo pobre. “Eres un Dios escondido, pero en la carne de un hombre. Eres un Dios escondido en cada rostro de pobre. Más tu Amor se nos revela cuanto más se nos esconde”.
Hablar del rescate de Jesús, como centro configurador de nuestra vida de fe y de nuestra acción pastoral, quiere decir rescatar la humanidad de Jesucristo, o bien, la “versión de Dios, en pequeñez humana”.  Para Casaldáliga, “hay que evitar el espíritu triunfalista, pero hay que evitar, también, el espíritu derrotista y volver a Jesús de Nazaret. El seguimiento es la mejor definición de la espiritualidad cristiana, el seguimiento de Jesús con la opción por los pobres, el diálogo abierto, la solidaridad”.


Una pastoral centrada en la utopía del reino


El rescate de Jesús, trae consigo recuperar la centralidad de la utopía del proyecto del Reino, la cual crece en pequeñito (Mt 13, 31-35). Muchas veces se nos pierde el centro de nuestra misión y se nos olvida que la Iglesia, “debe definirse y comprenderse a sí misma desde el reino predicado e inaugurado por Jesús de Nazaret”. En muchas de sus cartas y poemas comparte la centralidad de las opciones que movilizan su vida, “servir al Reino sirviendo a la Humanidad a partir de la opción por los pobres”.
Para Casaldáliga la vida sin utopía y alegría no valen la pena. En este sentido, nuestro combate de la fe se juega en la fidelidad cotidiana, donde “mientras más utópicos, más cotidianos”. Aunque los horizontes utópicos de nuestro mundo se disipan en vidas calculadoras, la verdadera utopía del Reino siempre se está jugando la vida en medio de gestos concretos.
Una vida movilizada por la utopía del Reino es consciente de sus límites y debilidades, “a todos de vez en cuando el cansancio o la desilusión o los supuestos derechos del egoísmo se nos vienen encima, y nos dan ganas de bajar las armas y vivir como la mayoría”. En esto el obispo transparenta sus fragilidades de un modo muy hermoso, “si no he sabido hallarte siempre en todos, / nunca dejé de amarte en los más pobres”. No teme a reconocer el verse superado por el dolor y la injusticia, “por causa de tu causa me destrozo, como un navío, viejo de aventura”. A nivel pastoral se necesita discernir, porque el que quiere abrazar todas las causas, normalmente no termina abrazando ninguna.


Un caso concreto. En estos tiempos de pandemia no son pocos los jóvenes que abandonaron la capilla, para ir a servir a la olla popular. Pasaron de la eucaristía sacramental a la eucaristía existencial, reconociendo que “la libertad con hambre es una flor encima de un cadáver. Donde hay pan, allí está Dios”. Necesitamos una propuesta pastoral que rescate la centralidad del compromiso por el reino, sin abandonar la centralidad en Jesús. Inspirados en Casaldáliga, el reino debiera ser el gran tema de nuestra vida, “nunca te canses de hablar del Reino, nunca te canses de hacer el Reino, nunca te canses de discernir el Reino, nunca te canses de acoger el Reino, nunca te canses de esperar el Reino”.


Se trata de vivir una pastoral que sea buscadora del suburbio humano, de lo marginal, de los diferentes rostros de abandono, sufrimiento y marginación. Quizás necesitamos fomentar compromisos más modestos pero más profundos. Quizás es tiempo de jugarnos la vida en rostros concretos. Una pastoral buscadora de periferias sociales y existenciales, que animada por estos profetas, busque “humanizar la humanidad practicando la proximidad”.


Toda su acción pastoral consistió en una compasión activa, en dolerse con el dolor del otro, “porque tu soledad también es mía;/ y todo yo soy una herida, donde/ alguna sangre mana”. Su testimonio de vida y de fe, pueden inspirar a que nuestra Iglesia se reconecte con temas que en otras épocas fueron muy importantes; como el compromiso con los derechos humanos, la ética pública, el tejido colectivo, la política. Su vida nos invita a abrazar pequeñas utopías y causas en este presente, con sus límites y posibilidades.


Una pastoral que celebre la esperanza


Mirando la vida de este gran referente de nuestra iglesia, nos podemos preguntar ¿Cómo se sostiene la utopía hasta el final de la vida? ¿Cómo una vida puede albergar tanta esperanza en medio de tanto dolor y decepción? Una posible clave está en la capacidad de celebrar la esperanza.


Nadie quiere pertenecer a un grupo en el que no haya alegría. Si no hay jóvenes en nuestras parroquias es porque, muchas veces, no hay alegría y fiesta. Lo hermoso de una pastoral que celebra es que tiene a su base una esperanza cargada de significación teológica, “ya que debe entenderse como ratificación de la causa de Jesús por parte de Dios, como confirmación de su proyecto e identidad; y tiene corolario antropológico, puesto que alimenta la fe en nuestra propia resurrección”. El mismo Casaldáliga vivió su vida entre la lucha y la fiesta: “Yo pecador y obispo, me confieso (…) de no perder el sueño, ni el canto, ni la risa, de cultivar la flor de la Esperanza, entre las llagas del resucitado”.


La vida de Casaldáliga nos inspira para que nuestra pastoral sea una celebración donde todos encuentren lugar, sin jerarquías, ni primeros puestos, sin excluidos ni marginados, donde la diversidad sea la regla, donde se celebre el hecho de hacer comunidad que gasta la vida en causas que valen la pena. Que nuestros espacios pastorales sean mesas sencillas y festivas, que anticipen la fiesta definitiva, donde Dios sea todo en todos (cf. 1 Cor 15,28).


En nuestras celebraciones alimentamos la utopía por el reino, recuperamos fuerzas para nuestras causas. No son festejos vacíos, ni búsquedas de entretención sin rumbo. A pesar de días grises, de noches oscuras y de tiempos difíciles se puede celebrar, porque nuestra vida está sostenida en una esperanza teologal, que nos permite integrar los fracasos y las ausencias del camino.


La vida de Pedro Casaldáliga se mantuvo firme en medio de la persecución y la amenaza. Todo su andar fue un abrir surcos de esperanza para su prelatura de Sao Félix. Vivió amenazado de muerte durante muchos años, pero aún así en los momentos más críticos, no dejó de celebrar, porque es la celebración la que mantiene viva la esperanza. Incluso la indignación ética frente a la realidad es una indignación esperanzada. Sólo una vida profundamente arraigada en Jesús, sostenida por la esperanza, puede celebrar en medio de la noche del dolor humano.


Casaldáliga, inspirador del Papa Francisco


Nuevamente nuestra Iglesia latinoamericana nos regala un testimonio de coherencia y libertad, cuya vida trasluce evangelio por todas partes. Por nuestra parte, tenemos la responsabilidad de conocer y transmitir su historia y poesía, estando atentos a las tentaciones de moda que nos acechan, “renunciar a la memoria, renunciar a la cruz, renunciar a la utopía o esperanza”. En la memoria nos jugamos el futuro.


No deja de ser esperanzador que muchas de sus inquietudes sobre la Iglesia, la opción por los pobres, el compromiso social y político, parecen haber encontrado eco en el Papa Francisco. Para ambos “la Iglesia no es para sí; es para el Reino, y ha de estar al servicio del mundo -violento y pobre-, como su maestro Jesús, que "no vino para ser servido sino para servir" (Mt 20, 28)”. Tanto Pedro como Francisco, sueñan con una Iglesia dialogante con fuerte sentido comunitario, que viva desde la centralidad en Jesús y la utopía del reino, que sea capaz de celebrar la vida y la esperanza en medio del dolor y el sufrimiento. 


Este testigo de la Iglesia latinoamericana nos invita a jugarnos la gran utopía del reino en lo pequeño. Y para esto aconseja, “hay que saber llevar la Vida y la Política y la Iglesia con cierto garbo, sin amarguras, tirando para adelante, siempre. El Reino, no lo olviden, siempre es mayor”. En su funeral el actual obispo de São Félix do Araguaia expresó: "soñó, y soñó con los pies en la tierra, porque no sólo permaneció en el sueño, sino que trató de vivir y luchar para que este sueño se hiciera realidad”.


La vida resucitada de Casaldáliga está comenzando a germinar con una fuerza inusitada. Su vida nos habla de una mística de lo pequeño y una mística del arraigo. Todo su andar fue ligero de equipaje, para caminar el camino del evangelio de los pobres. “No tener nada. No llevar nada. No poder nada. No pedir nada. Y, de pasada, no matar nada; no callar nada. Solamente el Evangelio, como una faca afilada (…)”. Su partida nos atisba la resurrección, que muchas veces se nos nubla en medio de tanto dolor humano. Mientras tanto las pequeñas comunidades de la Iglesia latinoamericana no dejarán de agradecer la vida de su profeta y poeta.




1 comment:

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