Sunday, March 8, 2015

El paradigma de la ternura / The paradigm of tenderness / Le paradigme de la tendresse
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Alex Vigueras Cherres ss.cc.
Provincial de Chile

El Papa nos ha invitado a la “revolución de la ternura” que –me parece- es una forma muy adecuada de llamar a este proceso trasformador que él quiere impulsar. La ternura –me decía un actor que trabaja con las emociones- es el cuidado por el frágil de aquél que también se sabe frágil. No es el fuerte protegiendo al débil, no es el que lo tiene todo ayudando al que no tiene, no es el sabio conduciendo al ignorante.

Durante mucho tiempo en la Iglesia nos sentimos seguros, fuertes, y nos pareció que trabajar por el Reino de Dios era una gesta épica, digna de héroes que querían darlo todo por ayudar a los demás. La Iglesia, con su poder, terminaría influyendo en las personas y en las sociedades; la Iglesia con su testimonio sería elocuente en manifestar qué es lo verdadero y lo bueno y lo bello. Esa ilusión se ha hecho pedazos. La crisis de los abusos de menores nos ha puesto cara a cara con nuestra desnudez. Hemos sentido vergüenza, nos ha entristecido el daño provocado y nos ha conmovido tanto dolor causado por quienes estábamos llamados a cuidar, acompañar, orientar a la gente.

Si la ternura es la relación de dos seres humanos que se saben frágiles, entonces Dios aparece en todo su esplendor. Se hace vivo, realmente necesario para caminar, para volver a levantarse. La transformación de la Iglesia pasa por confiarnos más en Dios, por darle más espacio en nuestro corazón, para dejar que él vaya modelando nuestro corazón según el corazón de Cristo. La verdadera trasformación la llevará adelante Dios mismo; sin él estamos perdidos o llegaremos, a lo más, a transformacioncitas. Creo que sin pasar por la fragilidad es muy difícil llegar a confiarse de verdad en Dios como el único necesario.

La transformación del Evangelio tiene que ver con un poder que se ejerce desde la fragilidad. Preparando la homilía de la Navidad meditaba en la fuerza transformadora que ejerce el niño en el pesebre de Belén a partir de la fuerza trasformadora que ejerce una guagua entre nosotros:
 -  Cuando nace una guagua nos trae alegría. Una alegría extraordinaria, difícil de expresar en palabras, una alegría desbordante. Es posible que antes del nacimiento haya habido recriminaciones: porque no era el momento de quedar embarazada, porque los papás son tan jóvenes, por la mala situación económica, etc. Cuando nace la guagua se impone la misericordia (ella misma es la misericordia), se terminan las recriminaciones y todo se llena de alegría. Los abuelos enojados se transforman en abuelos chochos. 
-          La guagua nos hace fuertes. Los papás son capaces de trasnochar noches seguidas, acompañar a sus guaguas prematuras al lado de las incubadoras. Y si hay alguna amenaza son capaces de dar la vida por defender a su hijo o hija. Los papás y mamás jovencitos se vuelven sabios, con una fortaleza que sorprende. 
-          La guagua nos trae esperanza, nos abre al futuro que queremos para ella. Una esperanza que se abre por el amor. La vida adquiere un nuevo sentido. Cuando acompañaba a mujeres que trabajaban en la prostitución me di cuenta que muchas de ellas solo estaban vivas por causa de sus hijos. Sus hijos las habían salvado del suicidio. 
-          La guagua nos trae paz. Cuando hay un ambiente tenso, frío y aparece una guagua todo se transfigura: comienza uno a hacerle muecas, otro se ríe, otro le da la mano…y nadie siente vergüenza. Es como si esa guagua desconocida se transformara en ese instante en nuestro hijo o en nuestro hermanito. Se instala una brisa de ternura y de paz en el ambiente. ¿Han visto algo más pacífico que una guagua durmiendo?
Pero, pongamos atención en la desproporción que hay entre el efecto que la guagua produce y lo que la guagua hace. Sin hacer nada lo transforma todo. Su necesidad de ser cuidada y amada desata un torbellino de amor omnitransformante. No es una transformación llevada adelante desde el poder y la coacción. No hay lobby ni discursos elocuentes que busquen convencernos. Es como si la fragilidad nos pusiera más claramente delante de su dignidad simple y pura. Y eso todo lo cambia, porque despierta el amor.

De este modo, - me parece- la ternura se nos presenta como una manera de hacer las cosas. En la historia de la Iglesia da la impresión que hemos tenido claridad respecto al “qué” anunciar, pero nos hemos equivocado en los “cómos”, en las maneras de vivir y anunciar la buena noticia. Se nos han contagiado las maneras del mundo que busca transformarlo todo desde el poder, convencer por el miedo, imponer los propios criterios cueste lo que cueste.

La ternura capta mejor lo cotidiano, logra adentrase en las hermosas vidas mínimas de la gente. La ternura logra captar el brillo de una lágrima y decir la palabra necesaria o, tal vez, sin palabras, acompañar…consolar. La ternura es siempre concreta y personal. La ternura hace posible el “alelús” (“unos a otros”: ámense unos a otros, lávense los pies unos a otros…).

En Filipinas el Papa nos dio un ejemplo de ternura. En la misa final en Manila una niña le pregunta llorando: “¿Por qué sufren los niños?”. Él podría haber intentado una reflexión teológica o sapiencial para responder, pero simplemente le dijo: “Esa es la única pregunta que no tiene respuesta, la pregunta que solo podemos formular llorando…sean valientes, no tengan miedo de llorar”. De este modo, el Papa se ha mostrado frágil, perplejo al no saber responder; y la pequeña niña le dio un largo abrazo.

Creo que no es tan descabellado pensar que el Dios de Jesús es un Dios perplejo, que se queda sin respuestas frente a la muerte de su Hijo. Probablemente en la resurrección no se resuelve el misterio ni se aclaran todas las preguntas, ni se iluminan todas las oscuridades; pero Dios abraza con ternura, desde su propia fragilidad, la vida humana entera. Un abrazo en que ni el dolor, ni la podredumbre, ni oscuridad alguna se quedan fuera.

Si la ternura es el cuidado por el frágil, entonces, necesariamente nos lleva a los pobres, a los lugares donde están aquellos que lo pasan mal: los marginados, los que sufren, los que se sienten solos, los enfermos, los heridos, los que están a punto de colgarse, los que llevan el dolor tatuado en la piel, los insignificantes a los ojos del mundo. Por eso es relevante la invitación del Papa Francisco a ser una Iglesia en salida, una Iglesia en la que los pobres sean el horizonte y el criterio desde el cual todo se mira.

Si la ternura es el cuidado por el frágil, entonces, nos lleva a prestar más atención a nuestros hermanos ancianos. Es una invitación a sentirlos parte de nuestra familia, a preocuparnos por los que les pasa, a visitarlos, a rezar por ellos, a alegrarnos con ellos.

Si la ternura es el cuidado por el frágil, entonces no debemos tener miedo a mirar nuestra propia fragilidad. No debemos quedarnos paralizados en las vergüenzas de nuestras promesas incumplidas, de nuestro pecado. Es la invitación a dejarnos abrazar por el amor misericordioso de Dios. La fragilidad permite que surja el amor verdadero, ese que se manifiesta nítidamente en la ternura.

Relacionarnos, ejercer el poder desde la ternura, mirar al otro, mirar la vida desde la ternura; mirar el sufrimiento, las contradicciones “en el modo de la ternura”. Y abrazarlo todo, aunque sea llorando.



The paradigm of tenderness

The Pope has invited us to make “the revolution of tenderness” which –in my opinion- is a very accurate way to name this transforming process that he wants to inspire. as An actor, who works with emotions, used to say to me, tenderness is caring for the fragile by one who also considers  himself fragile. It is not the strong one protecting the weak one; it is not the one who has everything helping the one who has nothing; it is not the wise one guiding the ignorant. No! Tenderness is caring for the fragile by who also considers himself fragile.

For a long time, we have felt safe and strong within the Church, and we even thought that working for God`s Kingdom was a worthy heroic deed (an epic achievement) of those who wanted to give everything to help others. The Church, with its power, would end up having influence on the people and the society; the Church, with its testimony, would be eloquent in stating what is true, good and beautiful.

That illusion  has been broken into pieces. The crisis of the sexual abuse of children has put us face to face with our fragility. We have felt ashamed. The harm caused by this situation has made us feel sad and perplexed because we were called to take care of people, to accompany them and to a guide for them.

Tenderness is the relationship between two human beings that consider themselves fragile. Then to them God appears in all His splendor. God is alive, really needed to keep us moving and to be raised again.

The Church`s transformation means to trust God, to give Him a place in our heart, letting Him model our heart according to Christ`s heart. The true transformation will be carried out by God himself; without him we are lost or, at the most, we will achieve only “minor transformations.” I think that without feeling fragile it is very difficult to really get to trust God as the only one who is necessary. The Gospel’s transformation has to do with a power that works itself out from a position of fragility.

While I was meditating on the Christmas homily, I moved from the transforming power that any infant has over us to the transforming power that the baby in the manger in Bethlehem has:

- When a baby is born, it brings us joy, an extraordinary joy, difficult to express in our own words. We are brimming over with joy. It may be possible that before the birth, there might have been disapprovals: it wasn´t the right time to get pregnant, the parents are so young, there’s a bad economic situation, etc. But as soon as the baby is born, compassion prevails, (the baby itself is merciful!), the reproaches end and there is joy galore. Even annoyed grandparents are delighted!



- The baby makes us strong. Its parents are able to stay up night after night alongside their premature babies in their incubators. If there is any threat, they are prepared to give their lives to protect their son or daughter. Young fathers and mothers become wise with an amazing strength.

- The baby brings us hope. It opens the doors of the future we want for him or her. A door to hope is opened by love. Thus, life takes on a new meaning. When I ministered to women that worked as prostitutes, I realized that many of them were alive because of their children. Their children had saved them from committing suicide.

- The baby brings us peace. The atmosphere may be tense and cold but when the baby appears, everything is transformed: we start to make funny faces, to laugh and give the baby a hand… nobody feels embarrassed. It is as if that unknown baby may become our own son or daughter, our little brother or sister. There is a gentle breeze of tenderness and peace in the atmosphere. Is there anyone more peaceful than a sleeping baby?

But let us pay attention to the distance between the effect that the baby produces and what the baby does. Without even moving a finger it transforms everything. The baby’s  need to be cared for and loved triggers a whirlwind of love that transforms everything. It is not a transformation carried out from power or pressure. There are no eloquent speeches trying to persuade us. Fragility, as it were, places us, face-to-face,  in front of dignity, simple and pure. All is changed. Love is awakened.

Thus, -I think- tenderness is presented to us as a way to do things. In the history of Church it seems that we have always been clear about “what” we have to announce. But we have been mistaken about “how” to do it, about how to live and announce the good news. We have been infected by how the world transforms everything through power or convinces through fear or impose its criteria, whatever the price.

Tenderness understands what is daily. Tenderness inserts itself into people`s beautiful yet simple lives. Tenderness knows the delicacy of a tear, how to say the right word while saying nothing, to share…to comfort. Tenderness is always particular and personal. Tenderness makes it possible “to be there for each other”: to be the other, love one another, wash each other’s feet …).

Pope Francis gave us a good example of tenderness. When celebrating the last Mass in Manila, a girl, in tears, asked him: “Why do children suffer?” He may have tried a theological reflection to give her an answer; however, he simply told her: “That`s the only question that has no answer, that`s the only question we can ask by crying… Be brave, don`t be afraid of crying”. Thus, the Pope has shown his fragility, bewildered by not being able to give an answer…and the little girl gave him a big hug.

In my opinion, it is not so ridiculous to think that Jesus´s God is a bewildered God, who finds no answers facing his son´s death. Perhaps, the mystery is not solved by his Resurrection. The questions are not answered, nor is the darkness vanished. But God embraces with tenderness, through his own fragility, the whole of human life. An embrace from which, neither pain, nor darkness stand apart.

If tenderness is the caring for the fragile, then it necessarily takes us to the poor, to the places where those who suffer are outcasts, to those who feel alone, those who are injured, those who have the pain tattooed on their skin, those who mean nothing to the rest of the world. That is why the invitation of Pope Francisco to become an open Church is relevant: a Church in which the poor are the horizon from which everything else is looked at.

If tenderness is the caring for the fragile, then tenderness brings us to pay more attention to our elderly brothers and sisters. It is an invitation to be sensitive to them as part of our families, to be concerned for them, to visit them, to pray for them and be happy with them.
If tenderness is the caring for the fragile, then we mustn`t be afraid of our own fragility. We mustn`t be paralyzed in the shame of our broken promises, of our sin. Tenderness is the invitation to let ourselves be embraced by the merciful love of God. Fragility lets true love appear which then is clearly manifested by tenderness.

We have to be connected, to use power through tenderness, to look at the other, to look at life from within tenderness, to look at the suffering  and contradictions “in the language of tenderness” and to embrace, though it be in tears.



Le paradigme de la tendresse

Le pape nous a invités à la « révolution de la tendresse ». C’est une manière très opportune, me semble-t-il, de nous faire entrer dans ce dynamisme de renouvellement qu’il veut promouvoir. La tendresse, me disait un spécialiste qui travaille sur les émotions, c’est prendre soin du fragile par quelqu’un qui lui-même se sait fragile. Ce n’est pas le fort  qui protège le faible. Ce n’est pas celui qui possède tout  qui aide celui qui n’a rien. Ce n’est pas le savant qui enseigne l’ignorant.

Durant de nombreuses années dans l’Eglise nous nous sentions forts, sûrs de nous-mêmes. Il nous semblait que travailler pour le règne de Dieu était une aventure épique, réservée à des héros qui devaient tout donner pour aider les autres. L’Eglise, avec tout son pouvoir, devait exercer son influence sur les personnes et  la société ; l’Eglise pensait devoir décider du vrai, du bon et du beau sur tout. Ce projet a  volé en éclats. Les abus  sur les mineurs lui  ont fait prendre conscience de sa nudité. Nous avons éprouvé honte  et tristesse devant tout le mal commis. Et nous en avons été bouleversés, alors que nous étions appelés à prendre soin des personnes, les accompagner, les guider.

Si la tendresse est une relation entre deux personnes qui se savent fragiles, alors Dieu apparaît dans toute sa splendeur. Il se fait présent. Il nous devient vraiment nécessaire pour avancer et pour nous remettre debout. La transformation de l’Eglise passe par une plus grande confiance en Dieu, en lui accordant plus d’espace en nos cœurs, en le laissant modeler notre cœur à l’image du Cœur du Christ. La véritable transformation nous conduira à Dieu lui-même. Sans lui nous serions perdus ou nous ne parviendrions tout au plus qu’à de toutes petites transformations sans importance. Je crois que, sans passer par le chemin de la fragilité, il est très difficile de se confier en vérité à Dieu comme l’unique nécessaire.

La transformation qu’apporte l’Evangile est à relier à la capacité de transformation qui vient de la fragilité. En préparant l’homélie de Noël, je méditais sur la force de transformation qu’exerce le petit enfant de la crèche de Bethléem. Et je la comparais à la force de transformation  qu’exerce l’arrivée d’un bébé parmi nous.

-          Quand nait un petit bébé, il nous apporte la joie. Une joie extraordinaire, difficile à définir avec des mots, une joie débordante. Il est possible qu’avant sa naissance il y ait eu des questionnements négatifs : pour la maman, était-il  le moment indiqué pour être enceinte ? les parents n’étaient-ils pas trop jeunes ? leur situation économique était-elle favorable ? etc… Puis quand arrive le bébé, c’est la miséricorde qui éclate ! (lui-même est miséricorde !) Les doutes disparaissent et c’est le comble de la joie. Les grands parents qui avaient pu être fâchés auparavant, deviennent des papas et mamans gâteaux !

-          Le petit enfant nous rend forts. Les parents sont capables de passer des nuits blanches consécutives, d’accompagner des prématurés en couveuses. Et s’il y a quelque danger ils sont capables de donner leur vie pour leur fils ou leur fille. De jeunes papas et mamans deviennent subitement plein de sagesse,  avec une force intérieure extraordinaire.

-          Le bébé nous apporte  l’espérance. Il nous ouvre à l’avenir que nous désirons pour lui. Une espérance qui débouche sur l’amour. La vie se colore sous un jour nouveau. Quand j’accompagnais des femmes qui travaillaient dans le monde de la prostitution j’ai découvert que beaucoup d’entre elles continuaient à vivre à cause de leur enfant. Leur enfant les sauvait du suicide.

-          Le petit enfant nous apporte la paix. S’il y a une ambiance de tension, de froid, quand apparait l’enfant,  tout s’illumine : l’un fait le pitre, l’autre sort une blague, un autre tend la main… et personne ne ressent ni gène ni honte. C’est comme si ce petit inconnu se transformait subitement en son propre enfant ou petit frère. Une brise de tendresse et de paix souffle sur tout le monde. Avez-vous vu quelque chose de plus paisible qu’un bébé en train de dormir ?

Et remarquez le décalage  qui existe entre l’influence de la présence d’un bébé et son action réelle. Il ne fait rien  et il transforme tout. Son besoin d’être entouré et aimé déclenche un tourbillon d’amour absolument extraordinaire. Ce n’est pas une transformation due à un  pouvoir ou à une pression. Il n’y a pas de lobby ni de discours éloquents qui chercheraient à nous convaincre. C’est comme si sa fragilité nous faisait percevoir plus clairement  sa dignité pure et simple. Et cela change tout, car cela éveille l’amour.

Ainsi, me semble-t-il, la tendresse se présente à nous comme un style de comportement. Dans le passé en Eglise, il semble que nous ayons  su clairement « ce que » nous devions annoncer, mais nous nous sommes trompés sur le « comment », comment vivre et annoncer la bonne nouvelle. Nous nous sommes laissés contaminer par les méthodes du monde qui cherche à transformer tout par le pouvoir, à convaincre en faisant appel à la peur, à imposer ses critères à tout prix.

La tendresse est  sensible au quotidien. Elle saisit la beauté des vies simples des gens humbles. La tendresse saisit l’éclat d’une larme. Elle sait dire le mot juste, ou peut-être ne rien dire du tout. Elle sait accompagner, consoler. La tendresse est toujours concrète et personnelle. La tendresse rend possible l’aller et le retour (« les uns et les autres » : aimez-vous les uns les autres, lavez-vous les pieds les uns aux autres)


Il y a quelques jours, le pape  nous a donné un bel exemple de tendresse. A la messe finale à Manille, une fillette le questionnait tout en pleurant : « Pourquoi les enfants souffrent ? » Il aurait pu répondre avec un raisonnement  théologique ou une parole de sagesse, il lui dit simplement : « Là est l’unique question qui n’a pas de réponse. La seule réponse que nous pouvons formuler c’est de pleurer… soyez courageux, n’ayez pas peur de pleurer. » De cette manière le pape s’est montré fragile, hésitant, ne sachant que répondre ; et la gamine lui donna un long baiser.

Je crois qu’il n’est pas tellement déplacé de penser que le Dieu de Jésus est un Dieu perplexe, qui reste sans réponse face à la mort de son fils. Probablement tout le mystère n’est pas résolu par la résurrection. Des questions restent sans réponse. Beaucoup d’obscurités persistent. Mais Dieu, à partir de sa fragilité même, embrasse avec tendresse, la vie humaine dans sa totalité. Une étreinte qui embrasse  tout,  y compris la douleur, la pauvreté, les obscurités.

Si la tendresse est le soin porté au plus fragile, alors obligatoirement elle nous conduira vers les pauvres, sur les lieux où tant de gens vivent mal : les marginaux, ceux qui souffrent, ceux qui se sentent seuls, les malades, les blessés de la vie, ceux qui sont sur le point de se suicider, ceux qui portent la douleur collée à leur peau, les insignifiants aux yeux de la société. Pour cela l’invitation du pape François est significative, quand il nous dit d’être une Eglise en sortie, une Eglise où les pauvres sont l’horizon et le critère à partir desquels tout doit être regardé.

Si la tendresse est le soin porté au plus fragile, alors elle nous entraine à prêter plus d’attention à nos frères anciens. Elle est une invitation à les sentir membres de notre famille, à nous préoccuper de ce qui leur arrive, à les visiter, à prier pour eux, à nous réjouir avec eux.

Si la tendresse est le soin porté au plus fragile, alors nous  n’avons pas à avoir peur de notre propre fragilité. Nous ne pouvons pas rester paralysés par la honte de ne pas avoir tenu nos promesses, de notre péché. Elle est une invitation à nous laisser embrasser par l’amour miséricordieux de Dieu. La fragilité permet au véritable amour de se manifester clairement.

Nous mettre en relation, exercer le pouvoir à partir de la tendresse, regarder l’autre, regarder la vie à partir de la tendresse ; regarder la souffrance, les contradictions «  sur le mode de la tendresse ». Et embrasser tout… même si c’est avec des larmes.



2 comments:



  1. Creio que este escrito do nosso irmão Lalo chega em um momento bem oportuno. Por um lado, estamos em um período quaresmal pelo qual somos convidados a rever se realmente amamos, se realmente transparecemos a ternura de Deus. Por outro lado, as imagens demostram bem como nosso Papa Francisco derrama a ternura de Deus frente aos doentes, idosos, pessoas com necessidades especiais, crianças, bebês, pessoas marginalizadas. Sem dúvida nosso Papa é a imagem de uma Igreja quaresmal, em caminho à Páscoa da ternura do Senhor! Obrigado Pe Lalo. Pe Luiz Antonio ss.cc. - Roma

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