Perpetual Adoration
Adoración perpetua
Adoration perpétuelle
by David P. Reid,
ss.cc.
50 years since Vatican II! Behold an
opportunity to look back and appreciate the changes. Here’s a change close to
the heart of every SSCC. Perpetual Adoration! The words are still a part of our
name but the meaning has been resourced. Yes, I loved the many stories of how
our sisters maintained perpetual adoration of the Most Blessed Sacrament in Fairhaven, Massachusetts, USA. Many
other convents around the world did the same but I mention Fairhaven because
for me that memory is indelible. We did the same in the Brothers’ formation
community but it is the image of the sisters that crystallizes the memory for
me. As the number of our sisters dwindled there were many heroic stories of
long hours spent by individual sisters before the Blessed Sacrament.
And then things changed. There was an
evident discontinuity. An hour came when no one could come. But there was also a
revelatory continuity. A new way of appreciating the old practice was revealed.
The genius of Vatican II is at work:
back to the sources and update! The re-interpretation of the tradition revealed
deep insights and made more explicit the liturgical connections which may have
been assumed but seldom expressed.
All time belongs
to him (Paschal Vigil).
Put into a simple phrase: Jesus is
perpetually before the Father on our behalf. The perpetual character comes from
Jesus ever in prayer addressed to the Father. We are baptized into this prayer.
From this participation we derive our life, sustenance and our vocation to
adore.
The perpetual character of the
adoration was never ours to maintain. There is but one prayer and that prayer
is Jesus. Jesus is the one who prays, in English: pray-er! Adoration for SSCC
is connecting with that one prayer ever lovingly addressed to the Father for
the gift of the Spirit, for ever and ever, Amen! The Father always hears this
prayer of Jesus and answers by raising Jesus from among the dead in the gift of
the Spirit (2 Corinthians 3:17).
The
Liturgical Connections
Our vocation is the perpetual
adoration of the Most Blessed Sacrament. From where does the Sacrament come?
From the prayer of Jesus addressed to the Father for the gift of the Spirit!
What gift of the Spirit? That question is answered in the twofold calling down of
the Spirit (epiclesis) at Mass.
The first epiclesis is the prayer before the narrative of institution: Make holy, therefore, we pray, by sending
down your Spirit upon them like the dewfall, so that they may become for us the
Body and Blood of our Lord Jesus Christ.(EP II) We ask through the power of the Spirit that the
gifts of bread and wine may become the body and blood of Christ, that is, that there
would be a sharing (koinonia) in the
death and resurrection of the Lord (1 Corinthians 10: 16). Then there is the second epiclesis after the narrative of
institution: Humbly we pray that
partaking of the Body and Blood we may be gathered into one by the Holy Spirit.
(EP II) We ask that those who share these gifts of the body and blood will
become the missionary body of Christ in the world. (Although we are grateful
for the restoration of the double epiclesis in the reform of Vatican II, they
are poorly presented and still need better expression, especially the second
epiclesis).
The Eucharist is a memorial of Jesus’
paschal self-donation in love. Consequent to his ministry of tablefellowship,
there is no surprise that he chose as his memorial a meal, an action in which
we participate, eating and drinking. The Blessed Sacrament retains the
sacramental symbolism of bread to be eaten, wine to be drunk; not a relic to be
displayed but an action to be joined. Thus, we ask in adoration to be drawn
into this action of our Trinitarian God, through the double epiclesis, a plea
succinctly echoed in the final doxology in the Eucharistic prayer: Through him, and with him, and in him, O
God, Almighty Father, in the unity of the Holy Spirit, all glory and honor is
yours, for ever and ever, Amen.
Let us recall from our Catechism that
a sacrament is a symbol that effects
what it symbolizes. If we envision the prayer of Jesus as perpetually being
heard (check Isaiah 55:10-11), then the symbolization in that prayer is always
effective. Our adoration of the Most Blessed Sacrament is an active involvement
in the process of effectively symbolizing the prayer of Jesus in its twofold
epiclesis. Our adoration is a communion, a koinonia
with the paschal character of the Eucharistic action of the Mass (first epiclesis).
That means for us SSCC an ever deepening intimacy with Jesus in the freedom of
his choice to join himself to the will of the Father to save us. Our adoration (second
epiclesis) is always focused on the mission of the church in the world and anticipates
the final commissioning: Ite, missa est,
go, you are sent. That means for us SSCC to live reparative love in perpetual
solidarity with those on the periphery (Luke 4).
Vatican II will be remembered for a)
going back to the sources (résourcement)
and b) updating for a new time (aggiornamento).
The double process reveals a great richness in the tradition and a big
missionary challenge for the future. Our practice of Perpetual Adoration of the Blessed Sacrament as
SSCC is well rooted in God’s gift of Liturgy and also a daring challenge to be, effectively, food for the world.
Adoración Perpetua
¡¡50 años desde el
Concilio Vaticano II! He aquí una oportunidad para mirar hacia atrás y apreciar
los cambios. Hay un cambio muy cercano al corazón de todos los SSCC: ¡la Adoración
Perpetua! Las palabras siguen siendo una parte de nuestro nombre, pero el
significado ha sido realimentado. Sí, me encantan las muchas historias sobre cómo
nuestras hermanas mantuvieron la adoración perpetua del Santísimo Sacramento en
Fairhaven, Massachusetts, EE.UU..
Muchos otros conventos de todo el mundo hicieron lo mismo pero menciono
Fairhaven porque para mí ese recuerdo es imborrable. También hicimos lo mismo
en la comunidad de la formación de los hermanos, pero es la imagen de las
hermanas la que se cristalizó en mi memoria. Cuando el número de nuestras
hermanas disminuyó hubo otras muchas heroicas historias de largas horas pasadas
por las hermanas individualmente ante el Santísimo Sacramento.
Y luego las cosas
cambiaron. Hubo una evidente discontinuidad. Llegó la hora en la que nadie pudo
ir. Pero también hubo una continuidad reveladora. Se puso de manifiesto una
nueva forma de apreciar la vieja práctica. El genio del Concilio Vaticano II estaba trabajando: volver a las fuentes y
actualizarse. La reinterpretación de la tradición reveló una visión profunda e
hizo más explícitas las conexiones litúrgicas que pudieron estar asumidas, pero
rara vez expresadas.
Todo el tiempo le pertenece (Vigilia Pascual).
Diciéndolo en una
frase sencilla: Jesús, en nuestro nombre, está perpetuamente ante el Padre. El
carácter perpetuo viene de Jesús, siempre en oración dirigida al Padre. Somos
bautizados en esta oración. De esta participación proviene nuestra vida, nuestro
sustento y nuestra vocación de adorar.
El carácter
perpetuo de la adoración nunca fue cosa nuestra el mantenerlo. No hay sino una
oración, y esa oración es Jesús. Jesús es el que ora. En inglés: “pray-er” (pray:
orar; “er”: el que hace algo). La Adoración para los SSCC es conectarse con esa
oración siempre amorosa dirigida al Padre por el don del Espíritu Santo, por
los siglos de los siglos, ¡amén! El Padre siempre escucha esta oración de Jesús
y responde resucitando a Jesús de entre los muertos en el don del Espíritu
Santo (2 Corintios 3,17).
Nuestra vocación es
la adoración perpetua al Santísimo Sacramento. ¿De dónde viene el sacramento? ¡De
la oración de Jesús, dirigida al Padre, por el don del Espíritu! ¿Qué don del
Espíritu Santo? Esa pregunta se responde en el doble llamamiento al Espíritu
(epíclesis) en la Misa.
La primera epíclesis es la oración antes del
relato de la institución: “Te pedimos que
santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para
nosotros Cuerpo y sangre de Jesucristo, nuestro Señor” (Plegaria
Eucarística II). Pedimos a través del poder del Espíritu que los dones del pan
y el vino se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, es decir, que haya un
compartir (koinonia) en la muerte y resurrección del Señor (1 Corintios 10, 16).
Luego está la segunda epíclesis,
después de la narración de la institución: “Te
pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo” (Plegaria Eucarística II). Le
pedimos que aquellos que comparten estos dones del cuerpo y la sangre se conviertan
en el cuerpo misionero de Cristo en el mundo. (Aunque estamos agradecidos por
la restauración de la doble epíclesis en la reforma del Concilio Vaticano II, están
pobremente presentadas y todavía necesitan una mejor expresión, sobre todo la
segunda epíclesis).
La Eucaristía es un
memorial de la Pascua de auto-donación de Jesús en el amor. Como consecuencia
de su ministerio de comensalía, de mesa común, no es ninguna sorpresa que él
eligiese como su memorial una comida, una acción en la que participamos comiendo
y bebiendo. El Santísimo Sacramento mantiene el simbolismo sacramental de pan
para ser comido, vino para ser bebido; no es una reliquia para ser mostrada, sino
una acción a la que unirse. Por lo tanto, pedimos en la adoración ser
arrastrados en esta acción de nuestro Dios Trinitario, a través de la doble epíclesis,
una súplica que sucintamente resuena en la doxología final de la Plegaria
Eucarística: “Por Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y
toda gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
Recordemos de
nuestro catecismo que un sacramento
es un símbolo que efectúa lo que simboliza. Si visualizamos la oración de Jesús
como siendo escuchada perpetuamente (ver Isaías 55, 10-11), entonces, la
simbolización en esa oración es siempre eficaz. Nuestra adoración al Santísimo
Sacramento es una participación activa en el proceso de eficazmente simbolizar la oración de Jesús en su doble
epíclesis. Nuestra adoración es una comunión, una koinonía con el carácter
pascual de la acción eucarística de la Misa (primera epíclesis). Eso significa
para nosotros SSCC una intimidad cada vez más profunda con Jesús en la libertad
de su elección para unirse a la voluntad del Padre para salvarnos. Nuestra
adoración (segunda epíclesis) está siempre centrada en la misión de la Iglesia
en el mundo y anticipa el encargo final: “Ite,
missa est”, “id, sois enviados”. Eso significa para nosotros SSCC vivir el
amor reparador en solidaridad perpetua con los de la periferia (Lucas 4).
El Vaticano II será
recordado por a) volver a las fuentes (résourcement)
y b) por la actualización para un nuevo tiempo (aggiornamento). El doble proceso revela una gran riqueza en la
tradición y un gran desafío misionero para el futuro. Nuestra práctica de la
Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento como SSCC está bien arraigada en don de Dios de la Liturgia
y es también un desafío audaz para
ser, efectivamente, alimento para el mundo.
Adoration perpétuelle
50 ans depuis le Concile Vatican II.
Voilà une bonne occasion de regarder en arrière et apprécier les
changements. Il y a un changement qui nous touche particulièrement tous les
SSCC : «l’Adoration perpétuelle ! » Les mots font toujours partie de notre patrimoine, mais le contenu de
ce terme a été enrichi. Oui, j'aime beaucoup toutes les histoires
de nos Sœurs qui ont maintenu longtemps l'adoration perpétuelle du Saint
Sacrement à Fairhaven,
Massachusetts, USA. Beaucoup d’autres communautés de par le monde ont fait de même, mais je
mentionne Fairhaven parce que pour moi c’est un souvenir inoubliable. Nous
avons aussi nous avons fait de même dans
notre communauté de formation, mais le souvenir des sœurs est celui qui m’a
marqué le plus. Lorsque le nombre de nos sœurs a diminué il y eut beaucoup d'histoires héroïques
au sujet des heures interminables passés
par les sœurs, seules, devant le Saint Sacrement.
Et puis les choses ont changé. Il y
eut une rupture évidente. Vint le temps où il n’avait plus personne pour aller à l’adoration. Mais il y eut tout
de même une certaine continuité. Une nouvelle manière d’appréhender l’ancienne pratique
se fit jour. L’esprit du Concile
Vatican II a porté des fruits : revenir aux sources et se mettre à jour. La réinterprétation
de la tradition fit découvrir une nouvelle
manière de considérer les choses, plus approfondie, et fit ressortir et mit en évidence des liens avec la liturgie
qui, jusqu’alors n’étaient pas manifestes.
Pour le dire simplement : Jésus est perpétuellement devant
le Père en notre nom. Le caractère « perpétuel » vient de Jésus.
Il est toujours en prière, tourné vers
le Père. Nous sommes baptisés dans cette prière. Notre vie, notre
soutien, notre vocation pour l’adoration viennent de cette participation.
Le caractère perpétuel de l’adoration n'a
jamais été notre affaire. Il y a
une prière unique et cette prière, c'est celle de Jésus. Jésus est
celui qui prie. En anglais: « pray-er » (« pray » : prier; « -er
»: celui qui fait quelque chose). L’Adoration pour les SSCC, c’est se
connecter à cette prière qui est toujours une prière aimante adressée au Père
par le don de l’Esprit, pour les siècles de siècles. Amen ! Le Père
écoute toujours cette prière de Jésus et y répond en le ressuscitant d'entre les morts par le don du Saint Esprit
(2 Corinthiens 3.17).
Les liens liturgiques
Notre vocation c’est l'adoration
perpétuelle du Saint-Sacrement. D'où vient le sacrement ? De la
prière de Jésus, adressée au Père, par le don de l'Esprit ! Quel don ? La
réponse à cette question se trouve dans la double invocation à l'Esprit Saint
(épiclèse) à la messe.
La première
épiclèse fait partie de la prière
avant le récit de l'institution : "Sanctifie ces offrandes
en répandant sur elles ton Esprit, qu'elles deviennent pour nous le corps et le sang de Jésus, le Christ, notre Seigneur" (Prière
Eucharistique II). Nous demandons par la puissance de l'Esprit que les
dons du pain et du vin deviennent le corps et le sang du Christ, c'est-à-dire,
qu'il y ait une communion (koinonia) à la mort et à la résurrection du Seigneur
(1 Corinthiens 10:16). La deuxième épiclèse
après le récit de l'institution dit : «Humblement, nous te demandons qu’en
ayant part au corps et au sang du Christ,
nous soyons rassemblés par l’Esprit-Saint
en un seul Corps " (Prière
eucharistique II). Nous demandons que ceux qui partagent ces dons du corps
et du sang deviennent le corps missionnaire du Christ dans le monde. (Même si nous sommes heureux de la
restauration de la double épiclèse par Vatican II, elles nous semblent
d’une expression encore trop pauvre et ont besoin d'être exprimées encore plus fortement, surtout la
seconde).
L'Eucharistie est un mémorial de la Pâque
de l'offrande de Jésus dans l'amour. Comme conséquence de son ministère de commensalité, de la table commune, il n'est pas étonnant qu'il ait
choisi comme Mémorial, un repas, une action à laquelle nous participons
tous en mangeant et en buvant. Le Saint-Sacrement maintient le symbolisme
sacramentel du pain pour être mangé et du vin pour être bu ; Il n'est pas
une relique à exposer, mais une action dans laquelle nous nous impliquons. Par conséquent,
nous demandons dans l’adoration d’être entrainés dans cette action du Dieu
trinitaire, à travers la double épiclèse, une demande reprise de façon ramassée
dans la doxologie finale de la prière eucharistique: «Par le Christ, avec
lui et en lui, à toi Dieu le Père tout-puissant, dans l'unité du
Saint-Esprit, tout honneur et toute
gloire pour les siècles des
siècles. Amen »
N'oublions pas notre catéchisme qui dit que
le sacrement est un signe qui
réalise ce qu’il signifie. Si nous considérons la prière de Jésus comme perpétuellement écoutée
(voir Esaïe 55, 10-11), alors le signe de cette prière est toujours
efficace. Notre adoration au Saint Sacrement est une participation active
à la prière de Jésus, exprimée dans le signe efficace de la double épiclèse. Notre
adoration est communion, une koinonia, avec le caractère Pascal de l'action
eucharistique de la Messe (première épiclèse). Cela signifie pour nous
SSCC, une intimité toujours plus
profonde avec Jésus dans la liberté de son choix pour rejoindre la volonté du
Père de nous sauver. Notre adoration (seconde épiclèse) est toujours centrée sur la
Mission de l'Eglise dans le monde et anticipe l’envoi final : «Ite, missa
est », « allez, vous êtes envoyés ». Cela signifie pour nous SSCC
vivre l’amour réparateur en solidarité
perpétuelle avec ceux de la périphérie
(Luc 4).
Vatican II devra toujours être rappelé (a)
comme retour aux sources (ressourcement) et (b) comme remise à
jour pour un temps nouveau (aggiornamento). Ce double
processus révèle la richesse de la tradition et un grand défi pour notre avenir
missionnaire. Notre pratique de l'adoration perpétuelle du Saint Sacrement
pour nous SSCC est bien enracinée dans le don de Dieu exprimé dans la Liturgie et elle est aussi un défi audacieux pour être effectivement
nourriture pour le monde.