Por Edgar Pacheco Bárcenas sscc (México)
La situación actual nos apremia a tomar conciencia de lo que vivimos a causa de la pandemia (COVID-19), la cual nos ha llevado a mirar nuestra realidad, y ser conscientes de lo frágiles y vulnerables que somos. Por una parte, el COVID-19 no hace distinción alguna. Afecta a todos, a ricos, pobres, ancianos, jóvenes y niños. Y por otra, ha hecho más visible la gran desigualdad en la que vivimos. Podemos constatar que lo que deja a su paso, a parte de una gran cantidad de muertes, es también mayor pobreza y desempleo, en donde los más afectados son los pobres, nuestros hermanos y hermanas que viven al día y que para el modelo capitalista en el que vivimos, y que sí hace distinción, son y somos vistos como objetos de remplazo. Hoy más que nunca las palabras de Jesús resuenan con más fuerza en nuestros corazones: “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, era forastero y me acogiste, estaba desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y acudiste a mí” (Mt 25, 35-36). Dios nos habla constantemente por medio de nuestros hermanos los pobres, que han sentido fuertemente las consecuencias de esta pandemia.
La cuarentena que se ha implementado para controlar la propagación de este virus, ha afectado fuertemente la realidad de los pobres y marginados que, aun conociendo los peligros existentes, se ven obligados a salir, ya que: “si no salen no tiene pa´ la comida”. No es lo mismo estar en cuarentena con la seguridad de que no te faltará nada, porque a pesar de todo se sigue recibiendo un sueldo, aun estando en casa, ya que el negocio o empresa en el que se trabaja es indispensable para la sociedad, que estar en cuarentena con la angustia de no saber qué se comerá al día siguiente (realidad que viven la mayoría de la población en América Latina), o con el temor de enfermar y no tener buena seguridad económica o, además, vivir con la angustia y el peligro constante de ser despedidos porque una empresa o trabajo que no genera, no puede pagar a sus empleados.
El paso del COVID-19 nos ha obligado a aceptar que nuestro sistema de salud es deficiente, puesto que se ha visto sobre pasado por el gran número de contagios, y la enorme escasés de insumos sanitarios para atender dignamente a los enfermos, y para proteger a los cientos de médicos y enfermeros (as) que atienden a todos nuestros hermanos que requieren atención hospitalaria, y que frente a esta contingencia suplican la ayuda de un respirador o una cama en algún hospital. Incluso el sistema de salud privada, también se ha visto rebasado por la gran cantidad de contagiados.
Lo que estamos viviendo, nos tiene que llevar a hacer una relectura de nuestra realidad. Hace más de 50 años nuestros hermanos Obispos, en Medellín, reflexionaban y analizaban cuál era el papel de la Iglesia en América Latina, en un contexto marcado por violencia, golpes militares, muerte, represión, etc. Este evento y otros en la historia nos enseñan que la Iglesia siempre debe de cuestionarse su papel en el momento que está viviendo. Hoy a nosotros nos toca reflexionar y pensar cuál es el papel de la Iglesia. Como sabemos al inicio de esta contingencia, una de las medidas preventivas, fue el cerrar las iglesias para impedir cualquier tipo de contagio, reduciendo a un inicio la experiencia de fe, a celebraciones eucarísticas a puertas cerradas, con un mínimo de personas. Con el paso del tiempo, como Iglesia hemos ido reflexionando acerca de las acciones que debemos tomar a raíz de esta contingencia, reconociendo que no se puede abandonar a las ovejas cuando el peligro asecha, pues nuestros hermanos se encuentran “angustiados y abatidos como ovejas sin pastor” (Mt 9,36), y al no poder acceder a las iglesias para tener ese encuentro con Dios, hace que se sientan más vulnerables y sumergidos en una gran angustia ante todo lo que viven. Esto ha sido un desafío, puesto que nos ha llevado a buscar las formas y mecanismos para poder acompañar desde la distancia a todas las personas que necesitan de Dios, que va desde la necesidad que surge de no poder asistir a las celebraciones eucarísticas, hasta el saber cómo acompañar a nuestros hermanos que se encuentran enfermos de COVID-19, o que lamentablemente han perdido la vida y no pueden ser despedidos como se debe por miedo al contagio, o, el apoyo a nuestros hermanos los pobres que no tienen que comer. Para poder atender estas necesidades, las distintas redes sociales han sido de gran ayuda, para ir al encuentro de ellos y para hacer sentir a nuestros hermanos que se les acompaña y consuela. No podemos ignorar que nuestro pueblo sufre, nuestros pobres claman con gritos ensordecedores: “tengo hambre”, “no tengo trabajo”, “me van a despedir”, “no me van a indemnizar”, “vivo de lo que vendo”, “quiero un trabajo bien pagado”, y, otros tantos gritos que reclaman ser escuchados. Como iglesia seguimos trabajando en los mecanismos de ayuda que se deben de implementar, no a corto tiempo sino a largo plazo para poder salir en ayuda de los pobres.
Recordemos que la historia la construimos nosotros, y, es nuestra responsabilidad escribirla con renglones de fraternidad. Pensemos en todo lo que acontece, y preguntémonos ¿Qué es lo que nos pide Dios en esta realidad concreta? ¿Cómo podemos ayudar a nuestros hermanos más necesitados? ¿Cómo puedo hacer presente al Dios liberador, al resucitado, en medio de todos estos signos de muerte?
El tener contacto directo con una persona sospechosa de COVID-19, hizo que me enfrentara profundamente al miedo y la angustia que muchas familias viven en este tiempo. Pude darme cuenta de que no es lo mismo mirar la enfermedad desde fuera, a vivirla desde adentro. El día en que nos enteramos como comunidad de que uno de nuestros hermanos SS.CC. era sospechoso de COVID-19, todo cambió, surgió el miedo y el temor al contagio, puesto que nuestra comunidad, la cual considerábamos zona de seguridad, no existía más. Responder a ese desafío y descubrir lo que Dios me pedía en esta nueva realidad, comenzaba a ser angustiante. En un primer momento surgió el anhelo de escapar y buscar una zona de seguridad, pero eso implicaba abandonar a mi hermano en esos momentos de angustia. Entonces, hice un trabajo personal para empatizar con las emociones y sentimientos de aquellos 11 discípulos que al ver como apresaban a su Maestro, salieron huyendo de aquel lugar (del monte de los olivos), esto me ayudó a tomar fuerza y poder seguir al Señor en la nueva misión que me encomendaba. Con el correr de los días, y el ver la evolución de la enfermedad, iba acrecentando el temor al ser contagiado, puesto que yo me encargaba del bienestar en general de nuestro hermano enfermo: llevarle de comer, estar atento a sus medicamentos, estar en contacto con la doctora, etc. Pensaba en la experiencia de Damián el día que llegó a la isla de Molokai, el miedo que generaba el poder ser contagiado de lepra, pero también, pensaba en la alegría que sentía al servir a los leprosos, esto hizo que comenzara a tomar la experiencia como un contacto directo con el Cristo que sufre y que se hace presente en medio de nosotros. Pensaba en la angustia de miles de personas que atienden a sus familiares contagiados, sin contar con un equipo apropiado para impedir el contagio. No podía hacer otra cosa más que unirme a ellos por medio de la oración, la cual me iba fortaleciendo para poder seguir atendiendo a mi hermano. Esta experiencia hizo, que me diera cuenta de la angustia y el sufrimiento humano, pero también me llevó aun experiencia profunda de fe en el resucitado, en el Dios que busca la liberación de todos sus hijos, que sufren hoy en día a causa de la pandemia. Me ayudó a descubrir que en estos momentos nuestra arma más fuerte es la oración, pues en ella uno encuentra las fuerzas para poder enfrentar cualquier tipo de tribulación, sin ella uno siente que las fuerzas se agotan, pues en Dios encontramos la fuerza para seguir adelante. Actualmente no puedo ignorar el sufrimiento de las personas que cuidan y atienden a los enfermos, tanto en la casa como en los hospitales, el dolor de ver partir a un ser querido a causa de esta enfermedad sin poder despedirse, la angustia constante del personal médico de contagiarse y su frustración al trabajar turnos de 18 o 24 hrs y ver que la gente sigue saliendo a las calles sin cuidarse, pensando que el COVID-19 no existe y que solo es un invento del gobierno.
Una cosa nos debe quedar clara en este momento de la historia en que vivimos: tenemos que sacar lo mejor de nosotros: la solidaridad, el amor, el salir al encuentro del otro, el cuidado por el otro, preocuparnos por él y, más, hoy más que nunca tenemos que tomarnos de la mano de Jesús y actuar como él lo hacía con aquel que más lo necesitaba.
Excelente artículo, que nos invita a ser solidarios con los que sufren, y nos invita a permanecer fieles a Dios mediante la oración...
ReplyDeleteMuchas gracias, por tu reflexión solidaridad y tu amor a Dios.mi cuñado falleció y mi sobrina se culpaba porque ella piensa que le trajo el virus a casa porque trabaja en una clinica y ella misma estuvo enferma de covi.por fortuna ya esta bien
ReplyDeleteMuchas gracias, por tu reflexión solidaridad y tu amor a Dios.mi cuñado falleció y mi sobrina se culpaba porque ella piensa que le trajo el virus a casa porque trabaja en una clinica y ella misma estuvo enferma de covi.por fortuna ya esta bien
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