Friday, June 19, 2020

Vivir el dinamismo del Amor Salvador



por Felipa Fernández sscc (España)

Vivimos en un mundo donde impera la injusticia estructural, avanza a pasos agigantados la desigualdad y reina una frustración generalizada. En este mundo complejo, roto, desquiciado, desolado y desgarrado que nos toca vivir podemos quedar atrapadas en él, enredadas en el lamento y la queja, bloqueadas e instaladas en la tristeza, en la desesperanza, buscando culpables, juzgando y condenando… añadiendo más sufrimiento al sufrimiento, o podemos “entrar en el dinamismo interior del Amor de Cristo por el Padre y por el mundo” (Cf. Art. 6 de nuestras Constituciones) y “vivir ese dinamismo del Amor Salvador” (ídem art. 2).
Entre los muchísimos textos que nos remiten a ese “dinamismo” en el Antiguo y el Nuevo Testamento elijo estos dos:
El Señor dijo: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos.
Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel,…
El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto cómo son oprimidos por los egipcios.
Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas» (Ex 3,7-10).
En seguida, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.
Al verla, el Señor se llenó de compasión y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, yo te lo ordeno, levántate».
El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. (Lc 7,11-15).
Ver, oír, conocer, moverse hacia… para liberar, aliviar, consolar esta es la dinámica del Amor de Dios, el dinamismo que recorre la Biblia. El Amor del Padre, manifestado en Jesús, es compasivo y misericordioso. Al descubrir la praxis de Jesús en los Evangelios vemos que conecta con el sufrimiento de las personas, tiene compasión por las que sufren a su alrededor, “va”, “mira, ve”, “siente compasión”, “se acerca”, y “hace algo” ante el sufrimiento. 

No bloquear el Evangelio
Al ver las noticias, caminar por las calles o, simplemente, conversar con personas a nuestro alrededor es fácil darse cuenta que muchas personas están sufriendo por diferentes circunstancias. La tendencia es juzgar y asumir que sus circunstancias negativas son consecuencia de sus malas decisiones, o también instalarnos en la desesperanza, el lamento, la queja y así bloquear el Evangelio, pues no soy cauce de la misericordia, de la ternura, de la compasión de Dios.
El dinamismo del Amor Salvador es compasivo. La compasión es “padecer con”, “sufrir juntos” y se manifiesta al percibir y comprender el sufrimiento de los demás y, por lo tanto, produce el deseo de aliviar, reducir o eliminar este sufrimiento. No es un hecho puntual, es una actitud, una manera de ser una dinámica, un estilo de vida que marca mi humanidad y la manera como veo la vida y las personas. Toca mi humanidad y humaniza. La experiencia de la propia necesidad, fragilidad o vulnerabilidad, palpar la propia limitación, nos “reconcilia” con nuestra humanidad, nos hacemos más “humanos” y desde nuestra humanidad podemos humanizar. En este sentido, podemos decir que la experiencia del dolor nos humaniza, nos “ablanda” y sensibiliza ante el dolor ajeno. Pero la compasión genuina nace de una fuente todavía más honda: no es solo la experiencia de la propia vulnerabilidad, sino la conciencia de una Identidad compartida. No somos seres separados que, eventualmente, se ayudan unos a otros, sino que constituimos una Unidad, por lo que nadie me resulta indiferente. El bien de los otros es mi bien; su dolor, mi dolor.
La compasión nos reta a que mi perspectiva, mi mirada no se centre solamente en lo que a mí me pasa sino ver la realidad en la que vivo y entender que el sufrimiento del otro, la realidad del otro siempre ha sido un clamor que en realidad no he visto. Nos reta a darnos cuenta de que es lo que está pasando, qué hay detrás de lo aparente. Nos reta a no precipitarnos en victimizar, en generar víctimas, a no añadir más sufrimiento al sufrimiento. Es una invitación a mirar la realidad con entrañas compasivas, tener una mirada como la mirada de Jesús, hacer nuestros sus ojos, mirar el mundo con su misma mirada, mirada que sabe intuir el amor donde otros ven solo pecado y repara en la buena semilla del campo, mientras otros solo ven malas hierbas y cizaña. Mirada que no se interesa nunca en el ayer, indiferente a lo que ha sido el pasado de una persona, lanzada en cambio hacia el futuro, viendo primaveras que ya florecen dentro de nuestros inviernos.

La primera mirada de Jesús
Johann Baptist Metz hace notar una cosa extraordinaria: la primera mirada de Jesús en el evangelio no se fija nunca en el pecado de una persona, sino siempre en su sufrimiento y sus necesidades. Para socorrer. La mirada de Jesús repara en la fragilidad, y no produce nunca violencia, empodera (“tu fe te ha salvado”), restituye la dignidad y devuelve la esperanza.
¡Cuántas miradas hacia fuera y hacia las periferias (las existenciales y las geográficas) cargadas de desdén, de pavor, de dictámenes negativos, esconden miradas hacia dentro cargadas de escasa empatía personal, de rencores o frustraciones personales! Mirarnos dentro, o mejor, contemplarnos dentro, con la más limpia de las miradas compasivas y empáticas, nos pone en situación de aprender a mirar hacia fuera con una mirada diferente: una mirada cordial, una mirada amable, una mirada comprometida y comprometedora.
Las miradas de Jesús le nacen siempre de dentro, de las entrañas: nacen de su corazón. Por eso, Jesús no mira sin ver, no mira sin contemplar, no mira la corteza sino la médula de la gente; mira al corazón porque mira desde su corazón. Son miradas cargadas de misericordia, de ternura, de compasión, de clemencia. Miradas que sanan, miradas que ungen, miradas que limpian, miradas penetrantes.
Ante las heridas de la vida algo de nosotros quisiera no mirar, cerrar los ojos y volver la cabeza. Como hacen –lo revela el último juicio- los falsos discípulos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento o desnudo?” (Mt 25,44). Han mirado sin ver, no han tenido ojos para ver las heridas del mundo. Ciegos de corazón. A nosotros, en cambio, nos importa la mirada… (Gino Rigoldi).
El dinamismo del Amor Salvador nos invita a acercarnos, movernos hacia... Y no “pasar de largo” como el sacerdote y el levita de la parábola. Acercarse para comprender, conocer el porqué, la motivación profunda de ese sufrimiento, de ese dolor. Compasión sin comprensión puede ser muy ciega y podemos ser muy torpes en el modo de acercarnos al dolor del otro porque podemos proyectar nuestro propio dolor en lugar de escuchar el suyo.
Comprender desde la compasión es comprender sin juzgar. Cuando juzgamos nos sentimos mejores y la mayoría de las veces que juzgamos, en el fondo, condenamos o sentenciamos. La compasión comprende sin juzgar y sin sentenciar y cuando la otra persona se siente mirada sin juicio entonces desaparecen los bloqueos y puede ser liberada. En la medida que nos vamos transformando, nuestra mirada de la realidad cambia en el modo que tenemos de entenderla. Esa mirada hacia fuera y hacia dentro, urgente, es al mismo tiempo paciente respecto del otro, del mundo y de nosotros mismos.

Una comunidad compasiva
Una persona compasiva, una comunidad compasiva es alguien muy atento, terriblemente atento a la realidad, no solo visible, que es evidente, sino a la invisible que es la que es capaz de penetrar la compasión.
Y en esta dinámica, otro movimiento es hacer algo…el dolor requiere ser atendido, que se resuelva, por eso la respuesta debe ser ahora, debe ser rápida, en el momento, pero al mismo tiempo este ahora es amplio, profundo, extenso, no se acaba con nosotros, viene de muy lejos e irá mucho más lejos todavía. Lo importante es ser y mantenernos continuamente en ese dinamismo del Amor para desde la compasión ser cauces de misericordia, portadoras de ternura y alivio y generar dinámicas de esperanza.
El Dios del Éxodo, el Dios revelado en Jesús, sigue mirando, sigue escuchando el dolor de nuestro mundo y sigue invitando a generar dinámicas de sanación, de liberación, de alivio, de sentido, de esperanza y nos pide que seamos cauces de misericordia, ternura y compasión para nuestra gente y nuestros pueblos.  

2 comments:

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