"MIRARLOS A LOS OJOS ES MIRARNOS A NOSOTROS"
Experiencias de pastoral penitenciaria con
adolescentes en México.
"LOOKING OTHERS IN THE
EYES IS LOOKING AT OURSELVES"
Experiences of prison
ministry with teenagers in Mexico.
« LES REGARDER DANS LES YEUX, C’EST SE VOIR
SOI-MEME »
Expérience de pastorale pénitentiaire auprès
d’adolescents au Mexique.
« LES REGARDER DANS LES YEUX, C’EST SE VOIR
SOI-MEME »
Enrique
Ramírez, ss.cc.
Hace ya algunos
años que el prenoviciado sscc en
Guadalajara forma parte del equipo de pastoral penitenciaria que trabaja
con adolescentes en conflicto con la ley. Recientemente la Arquidiócesis ha
confiado dicha capellanía a nuestra
Congregación.
Una de
las tareas asociadas a esta encomienda es la de “hacer visible” la
situación de nuestros hermanos en reclusión. De ahí que nuestra oración, conversaciones
y homilías están empapadas de la experiencia del encuentro con los
adolescentes, de sus historias personales y familiares. Cuando a este respecto
compartimos nuestras inquietudes, la gente se entusiasma manifestando con su
interés la posibilidad de acompañarnos sobre todo al cuestionarnos sobre el
trabajo que allí desempeñamos. Por supuesto que nuestro trabajo tiene que ver
con la catequesis sacramental, la celebración de la eucaristía y del sacramento
de la reconciliación. Sin embargo, siempre hemos creído que lo importante no es
qué hacemos allá sino cómo lo hacemos
y que, en consecuencia nos sensibiliza a tal grado de hacernos sentir más
cercanos, más humanos, más hermanados. En el caso de los prenovicios les ayuda,
además, a discernir su vocación.
La violencia,
la injusticia, la corrupción, el robo, la extorsión, la prostitución, el
narcotráfico, el secuestro, el tráfico de personas, el abuso en sus diversas
manifestaciones, no son nuevos en nuestro país y, sin embargo, en los últimos
10 años han ido adquiriendo nuevas expresiones, más inhumanas, más crudas, más
sin sentido (si vale la expresión), y lo que es peor, más cercanas a nosotros y
a nuestras familias. La vida cotidiana
de los adolescentes a quienes acompañamos está alimentada de este horror.
Sobre todo allá donde pareciera que la muerte va ganándole terreno a la vida.
Más de 21 millones de niños y adolescentes
mexicanos viven en la pobreza y otros 6
millones viven en pobreza extrema. Pobreza que
les impone como corolario el castigo de vivir privados de lo que ya sabemos: salud,
educación, techo, transporte, vestido y de los recursos más básicos para vivir
y en muchos casos para sobrevivir y prosperar.
La
pobreza les ha arrebatado la necesidad de definir su lugar en el mundo, la
posibilidad de enamorarse, el reconocimiento del otro y la participación activa
en su comunidad. Sufren algún tipo de abandono y desatención por parte de sus
padres; han aprendido a desconfiar sistemáticamente en los demás y a pensar que
la vida no vale nada. La misma pobreza les ha nublado la diferencia entre el
vivir o morir. Les ha robado su ser diferentes. Muchos los vemos sólo como
estadística y pasamos de largo haciéndolos y haciéndonos in-diferentes y lo que
es evidente en este caso, como dice Amartya
Sen, premio Nobel de Economía, a la pobreza
sólo la podemos entender cuando la concebimos como una de las formas que niegan
la libertad. Y a estos adolescentes la pobreza les robó su libertad.
Las
adolescentes merecen una atención especial ya que, además de lo anterior, su
reclusión tiene un sabor a discriminación e inequidad, a abuso físico y sexual,
a victimización simplemente por ser mujeres.
Cómo lo hacemos
En este Centro se
pueden encontrar niños y adolescentes de entre 14 y 18 años de edad y
ocasionalmente algunos casos de jóvenes mayores de 18. Son menores infractores,
es decir, que han realizado alguna conducta tipificada como delito en la ley
penal o en las leyes especializadas y están recibiendo tratamiento intramuros.
Cada uno de los adolescentes que ingresan, llega con historias y contextos
diferentes. Historias y contextos que en el momento del ingreso, se vinculan
necesariamente a una institución que tiende a desconfiar de la persona y de sus
propias capacidades. Un sistema que los asume como enfermos que necesitan
tratamiento, alguien peligroso que puede contaminar y que debe ser regulado.
En este
sentido, la dinámica comunicacional dentro de un módulo, por ejemplo, está
marcada necesariamente por los roles y funciones que ejercen, custodios,
psicólogos, servicio social, y los mismos adolescentes. Los adolescentes
aprenden a desconfiar. Cada uno desconfía del otro, no sólo por el hecho de
tener que sobrevivir en un ambiente adverso, sino, como ya hemos dicho, porque
la vida les ha enseñado a desconfiar. Y aunque entre ellos se genera una cierta
camaradería, se sienten solos y difícilmente comparten sus sentimientos.
El “otro” se asume como amenaza,
con indiferencia o miedo, y no
como oportunidad de encuentro y crecimiento. Si la propia identidad se va
construyendo en la relación con el otro, el camino de la “reinserción social” se ve lejano. La propia identidad se limita a ser
la de “aquel que es amenaza”.
Por eso,
el encuentro con los adolescentes no es fácil a primera vista. Sin embargo,
poco a poco se va dando un mutuo compartir de mundos: el mundo externo y el
mundo interno del adolescente y el nuestro. Al principio no se sabe cómo estar
cerca, cómo hablarles, cómo dirigirse a ellos. Por lo general surge la
impostura, el agente de pastoral que quiere ser “su padre” o “su madre” o el
que sólo los ve como víctimas, o el que les habla como si fueran poco
inteligentes. Una de las claves para superar las relaciones basadas en los
roles y los prejuicios, es la congruencia
de emociones. Decir cómo me siento y por qué, hace que comprendan y empiecen
también a manifestar sus sentimientos reales. Cuando nos revelamos como personas,
ellos consideran revelar sus temores, deseos y arrepentimientos. Cuando nos
preocupamos en compartir no sólo lo
que “conocemos de Dios” sino nuestra
experiencia de Dios, favorecemos su propia experiencia de encuentro con el Señor
al igual que su confianza y apertura.
El
encuentro se va construyendo con confianza, paciencia y empatía. Hacemos un
esfuerzo constante para permitirnos comprender a los adolescentes sin
evaluarlos o enjuiciarlos de manera inmediata tomando en cuenta su contexto, su
historia personal y familiar, lo que para cada uno es valioso o no. Muchos de
ellos ya no creen en la posibilidad de un proyecto de vida diferente. Ni
siquiera creen en la posibilidad de un proyecto de vida al salir. Tienen miedo,
por ejemplo, de ser asesinados o de que las circunstancias rebasen sus buenas
intenciones. Nuestro espíritu de familia, nuestras relaciones cálidas,
sencillas y fraternas con ellos favorecen la experiencia de ser personas dignas
de confianza. El perdón en la cárcel
pasa por la experiencia de volver a confiar en la persona. Perdonar es
volver a confiar como Dios vuelve a confiar en nosotros cada vez que regresamos
a Él. Y no nos deja hablar, sólo nos abraza y vuelve a hacer alianza con
nosotros. “Confío en ti” se ha hecho prácticamente parte de la fórmula de
absolución que usamos en el sacramento de la reconciliación.
Se trata de encontrarse con personas únicas, irrepetibles e importantes. Hacer a un lado la in-diferencia. Reconocer la diferencia, presupuesto necesario para la relación con el “otro”. Poner toda la atención sobre alguien que generalmente no la recibe. Reconocer su nombre y rostro concretos. Aceptarlos como personas tal y como son, es decir, aceptar sus sentimientos, actitudes y creencias, aunque esto signifique aceptar que no piensen o sientan como nosotros mismos. Esto, les ayuda a ser ellos mismos y esta es la forma en la que hemos descubierto que podemos construir puentes para la relación entre ellos y con nosotros. Además, hemos ido percibiendo que de esta manera, poco a poco va desapareciendo la tendencia a corregirlos, fijarles objetivos, moldearlos, manejarlos, encauzarlos o imponerles lo que creemos que debe ser. Es decir, que poco a poco los vamos respetando más y ellos van experimentando respeto.
Tal vez
la próxima vez que nos pregunten qué hacemos en la pastoral penitenciaria,
podríamos responder que parte de nuestro trabajo es sólo acompañar para que los
adolescentes comprendan un poco más cómo se sienten, aceptarlos tal y como son
y crear un ambiente de libertad que les permita expresar sus pensamientos, sus
sentimientos y su manera de ser.
Lo que nos deja
Una de las cosas que se nos hizo atractiva cuando nos
invitaron a trabajar en la pastoral penitenciaria, fue el trabajo en equipo, inter-congregacional y con laicos de diversas
parroquias de la diócesis. Ahora bien, el trabajo nos ha dado para más.
La búsqueda de la propia vocación implica necesariamente
al otro. Cualquier encuentro, si es verdadero, produce una transformación mutua
que necesariamente nos modifica. El
encuentro con los adolescentes cuestiona nuestra identidad y nuestro quehacer
personal y comunitario, por lo que
se hace más evidente su proceso de construcción, de conversión. Cada encuentro
plantea nuevas preguntas para el discernimiento vocacional. Cada encuentro
ayuda a buscar respuestas a la pregunta por el qué quieres de mi Señor y dónde.
Es un privilegio que nos da identidad y nos ayuda a crecer como personas, como
hermanos, como hijos, como amigos, como formadores y formandos, y como
cristianos.
Tener la oportunidad de trabajar cada semana con los adolescentes en conflicto con la ley nos ayuda a ser un poco más conscientes de nuestras omisiones en la transformación de la realidad y a entender la situación de descomposición social que vive nuestro país con una visión más integral, desde las personas y sus procesos, víctimas o victimarios de una sociedad a la que pertenecemos y que nosotros mismos hemos colaborado a construir. Al final ¿quiénes son las víctimas y quiénes los victimarios?
Los adolescentes son nuestro espejo social,
congregacional y personal. Contaba un prenovicio que la primera vez que
acompañó a los adolescentes y que estos, al final de la catequesis, pidieron en
oración a Dios su libertad, el prenovicio se conmovió y se dio cuenta de sus
propias cárceles y esclavitudes.
Prácticamente, no tenemos contacto con los papás y las
mamás. Pero en cada historia compartida se reflejan sus rostros, sus propias
historias, dramas, carencias y omisiones. Se asoma la terrible amenaza de un
círculo vicioso difícil de romper que los padres heredaron de los suyos y que
parece repetirse en sus hijos.
También acompañamos el otro lado, el de la autoridad carcelaria, custodios,
directivos y personal administrativo. Cristianos que se esfuerzan en hacer su
trabajo. Preocupados por la dificultad de no poder vivir coherentemente su vida
cristiana presas del sistema al que pertenecen. Con las dificultades propias de
la vida familiar, sus frustraciones, el dinero que no alcanza, el hijo
desobediente o el esposo irresponsable. Y a la vez, trabajadores ocupados en el
futuro de los adolescentes que custodian, a quienes muchas veces ven como sus
propios hijos y a quienes están dispuestos a dar un buen consejo que les ayude a
salir adelante.
Nuestro trabajo tiene, entonces, un impacto en el proceso vocacional de los prenovicios, en nuestra
vida comunitaria y en nuestras relaciones con la gente de la comunidad en la
que vivimos. Nos deja una vida
espiritual enriquecida que se traduce en relaciones distintas y más
consistentes entre nosotros.
Tal vez
la próxima vez que nos pregunten qué hacemos en la pastoral penitenciaria,
podríamos responder que parte de nuestro trabajo es favorecer las condiciones
para que los adolescentes se miren y nosotros los miremos a los ojos.
Que la
comunidad, que los imagina como auténticos monstruos, conozca su dignidad y no
sus desgracias. Empezar a entender que la humanidad que hay ahí es una forma en
la que la comunidad se conoce a sí misma. Entender que no son desecho de “la
sociedad” sino reflejo de lo que somos. Conocerlos nos ayuda a conocernos. El amor todo lo puede.
LOOKING OTHERS IN THE
EYES IS LOOKING AT OURSELVES
Experiences of prison
ministry with teenagers in Mexico.
Enrique Ramírez, ss.cc.
For a few years already, the sscc
pre-novitiate in Guadalajara has
been part of the prison ministry team that works with teenagers in conflict
with the law. Recently the Archdiocese has entrusted this chaplaincy to our Congregation.
One of the tasks associated with this assignment is that of “making
visible” the situation of our imprisoned brothers. So our prayer,
conversations and homilies are steeped in the experience of encounters with the
teenagers, and their personal and family histories. When we share our concerns
in this regard, people get excited expressing their interest in the possibility
of joining us; especially when asking us about the work that we do there. Of course,
our work has to do with catechesis, celebrating the Eucharist and the sacrament
of reconciliation. However, we have always believed that what matters is not
what we do there but how we do it. Hence
it sensitizes us to such a degree that we feel closer, more human and more
connected. In the case of the pre-novices, it helps them discern their vocation
as well.
Violence, injustice, corruption, theft, extortion, prostitution, drug trafficking,
kidnapping, human trafficking, and abuse in its various manifestations are not
new in our country. Yet, in the past 10 years, they have been acquiring new
expressions that are more inhuman, more brutal, and more senseless (if that is
a good expression). What is worse, they are closer to us and to our families. The daily life of the teenagers whom we
accompany is fed by this horror. Especially wherever death seems to be
gaining ground over life.
More than 21 million Mexican
children and teenagers live in poverty and another 6 million live in extreme poverty. A poverty that imposes on them,
as a corollary, the punishment of living deprived of what we already know:
health, education, home, transportation, clothing and the most basic resources
needed to live, and in many cases survive and thrive.
Poverty has robbed them of the need to define their place in the world,
the possibility of falling in love, the recognition of others and active
participation in their community. They suffer from some kind of abandonment and
neglect by their parents. They have learned, systematically, to distrust others
and to think that life is worth nothing. The same poverty has blurred the
difference between living and dying for them. It has robbed them of their being
different. Many of us see them only as a statistic and we pass them by, making
them and ourselves indifferent. And what is evident in this case, as Amartya
Sen, the Nobel laureate in economics says, we
can only understand poverty when we conceive it as one of the ways that deny
freedom. Poverty has robbed these teenagers of their freedom.
Teenage girls merit special attention since, in addition to the above;
their incarceration has a flavor of discrimination and inequality, of physical
and sexual abuse, of victimization simply for being women.
How we do it
In this Center, one can find children and teenagers between the ages of
14 and 18 and, occasionally, in some cases young people over 18. They are minor
offenders of the law, that is, they have engaged in some behavior classified as
a crime in penal law or in specialized laws and are receiving intramural
treatment. Each of the teenagers admitted arrives with a different history and
context. Histories and contexts that, at the time of entry, necessarily links
them to an institution that tends to mistrust the person and his or her own
abilities. A system that accepts them as patients who need treatment, someone
dangerous who can contaminate and who must be regulated.
Consequently, the roles and functions performed, guardians,
psychologists, social service, and the teenagers themselves, necessarily mark
the dynamics of communication within a module. The teenagers learn to distrust.
Each one distrusts the other, not only because of having to survive in an
adverse environment but also, as we have already said, because life has taught
them to distrust. And although they create a certain camaraderie among
themselves, they feel alone and have difficulty sharing their feelings.
The
“other” is seen as a threat, or with indifference or with fear, and not as an opportunity for encounter and growth. If
one’s own identity is being built upon a relationship to the other, the path to
“social reintegration” is far off. One’s
own identity is limited to being that of “the one who is a threat”.
At first sight therefore, meeting with the teenagers is not easy. However,
little by little it yields a mutual sharing of worlds: the external and
internal world of the teen and ours. At the start no one knows how to be close,
how to talk to them, how to address them. In general an artificiality arises,
the pastoral agent wants to be “their father” or “their mother” or only sees
them as victims, or speaks to them as though they were unintelligent. One of
the keys to overcoming relationships based on roles and prejudices is the congruency of feelings. Saying how I
feel and why makes them understand and they, too, begin to show their true
feelings. When we reveal ourselves as people, they consider revealing their
fears, desires and regrets. When we take the trouble to share not only what “we know about God” but our experience of God, we foster their own experience of meeting
the Lord as well as their trust and openness.
The encounter builds with trust, patience and empathy. We make an ongoing effort to allow ourselves to understand the teens without evaluating them or immediately passing judgement on them, taking into account their context and their personal and family history, what is or is not valuable for each one. Many of them no longer believe in the possibility of a different life plan. They do not even believe in the possibility of a life plan on getting out. For example, they are afraid of being assassinated or that circumstances will overrun their good intentions. Our family spirit, our warm-hearted, simple and fraternal relationship with them foster an experience of being trustworthy people. Forgiveness in prison goes through the experience of trusting in the person again. To forgive is to trust again, as God trusts us again each time we return to Him. He does not allow us to speak; he only embraces us and makes a covenant with us again. “I trust you” has practically become part of the formula of absolution that we use in the sacrament of reconciliation.
It is about meeting with unique, incomparable and important people. Setting aside indifference. Recognizing difference, a necessary presupposition for relationships with the “other”. Giving complete attention to someone who generally does not receive it. Recognizing his or her particular name and face. Accepting them as people just as they are which is accepting their feelings, attitudes and beliefs even though this means accepting that they do not think or feel as we ourselves do. This helps them to be themselves. We have discovered this is the way for us to build bridges for the relationship between them and us. In addition, we are realizing that in this way, our tendency to correct them, set goals for them, mold them, manage them, indict them or impose on them what we think ought to be is slowly disappearing. Slowly we are respecting them more and they are experiencing respect.
Perhaps the next time they ask us what we are doing in prison ministry,
we will be able to respond that part of our work is just accompaniment, so that
the teenagers can understand a little more how they feel. It is accepting them
just as they are and creating an environment of freedom that allows them to
express their thoughts, their feelings and their way of being.
What it gives us
One of the things that attracted us, when they invited
us to work in prison ministry, was the teamwork,
both inter-congregational and with laity from various parishes in the diocese.
Having said that, the work has given us much more.
The search for one’s vocation necessarily involves the
other. Any encounter, if it is real, produces a mutual transformation that
necessarily changes us. The encounter
with the teens calls into question our identity and our personal and community
work. So their process of construction, of conversion becomes more evident.
Each encounter poses new questions for vocational discernment. Each encounter
helps to seek answers to the question: what do you want from me Lord and where?
It is a privilege that gives us identity and helps us to grow as persons, as
brothers, as sons, as friends, as formators and persons in formation, and as
Christians.
Having the opportunity, each week, to work with
adolescents in conflict with the law helps us be a little more aware of our oversights
in the transformation of reality. In addition, it helps us understand the
situation of social breakdown in our country with a more global view, from
people and processes, victims or victimizers of the society to which we belong
and which we ourselves have helped to build. In the end who are the victims and who are the victimizers?
The teenagers are our social, congregational and
personal mirrors. One pre-novice recounted that the first time he accompanied
the teenagers, when, these asked for their freedom in praying to God at the end
of the catechesis, the pre-novice got emotional and became aware of his own
prisons and slaveries.
In reality, we do not have contact with the fathers
and mothers. However, each shared story reflects their faces, their own
stories, dramas, lacks and failures. The terrible threat of a vicious cycle
that is difficult to break rears it head. One that the parents inherited from
theirs and which seems to repeat itself in their children.
We also accompany the other side, the prison authority, guardians, directors
and administrative personnel. Christians who make and effort to do their job. Concerned
about the difficulty of not being able to coherently live their Christian
lives, prisoners of the system to which they belong. With their own
difficulties with family life, their frustrations and not enough money, and the
disobedient child or the irresponsible spouse. At the same time, workers concerned
about the future of the teenagers that they guard, whom they often see as their
own children and to whom they are prepared to give some good advice that might
help them get ahead.
Our work, then, has an impact on the vocational process of the pre-novices, on our
community life and on our relationships with the people in the community in
which we live. It gives us an enriched spiritual life that translates into distinct
and more consistent relations between us.
Maybe the next time they ask us what we do in prison ministry, we could
answer that a part of our work is to foster conditions so that the teenagers might
look at themselves and we might look them in the eyes. May the community that
imagines them to be real monsters, recognize their dignity and not their
misfortunes. To begin to understand that the humanity that is there is one way through
which the community gets to know itself. To understand that they are not
“society’s” waste but rather a reflection of who we are. Getting to know them
helps us to know ourselves. Love
conquers all.
« Les regarder dans les yeux, c’est se voir
soi-même »
Expérience de pastorale pénitentiaire auprès
d’adolescents au Mexique.
Enrique Ramirez, ss.cc.
Depuis quelques années déjà le pré-noviciat sscc de
Guadalajara fait partie de l'équipe de pastorale pénitentiaire qui accompagne
des adolescents hors la loi. L'Archidiocèse en a récemment confié l'aumônerie à
notre Congrégation.
Une des tâches de cette pastorale est de rendre « visible » la situation de nos frères en prison. Aussi notre
prière, nos échanges et nos homélies sont imprégnées de l'expérience de nos
rencontres avec les adolescents, leurs antécédents personnels et familiaux.
Quand, à ce sujet, nous partageons nos préoccupations avec les gens, ils
s'enthousiasment et manifestent leur
désir de nous accompagner, particulièrement
en nous questionnant sur le travail que nous y menons. Bien sûr,
notre travail comprend la catéchèse
sacramentelle, la célébration de l'Eucharistie et le sacrement de réconciliation. Cependant, nous avons toujours
pensé que l’important n'est pas tant ce que nous y faisons,
que la manière de le faire. Cela
nous amène à être attentifs, à nous rendre toujours plus proches, plus
humains, plus fraternels. Dans le cadre du pré-noviciat, cela nous permet aussi
de réaliser un meilleur discernement des vocations.
La violence, l'injustice, la corruption, le vol, la prostitution, le trafic de drogue, les enlèvements, les abus en tout genre ne sont pas nouveaux
dans le pays, cependant, au cours des dix dernières années, ils ont pris de nouvelles dimensions, plus inhumaines, plus
brutales, plus insensés (si l'expression peut avoir un sens en ce cas), et ce
qui est pire, toutes ces exactions nous
touchent aujourd’hui de plus près,
nous et nos familles. La vie quotidienne des adolescents que nous accompagnons est remplie de cette horreur. Il semblerait
surtout que la mort gagne du terrain sur
la vie.
Plus de 21 millions d'enfants et adolescents mexicains vivent dans la pauvreté
et 6 autres millions vivent dans une
pauvreté extrême. Les corollaires de la pauvreté sont bien connus :
privations dans les domaines de la santé, de l’éducation, des transports, de l’habitat,
de l’habillement et des besoins biologiques les plus élémentaires pour vivre,
et dans bien des cas, pour survivre et préparer un avenir.
La pauvreté leur a volé la possibilité
de trouver leur place en ce monde, ainsi que dans le domaine
de l'amour, de la reconnaissance par les autres, pour une véritable participation à la vie de la communauté à laquelle ils appartiennent. Ils
souffrent d'abandon et de négligence de la part de leurs parents; ils ont
appris à se méfier systématiquement des autres et pensent que la vie ne vaut
plus la peine d’être vécue. La pauvreté leur a même enlevé la notion de vie et
de mort. Elle leur a volé le droit de pouvoir être différents. Certains ne les
voient qu’à travers des statistiques et ils passent à côté d’eux,
en les rendant encore plus indifférents et nous rendant nous-mêmes indifférents
vis-à-vis d’eux. Ce qui est clair dans ces situations, comme le dit Amartya Sen, prix Nobel en économie, c’est que « la
pauvreté nous ne pourrons la comprendre
que si nous la considérons comme une des
formes de perte de liberté ». Et la pauvreté leur a volé la liberté.
Les adolescentes méritent une attention encore
plus particulière, car en plus de ce est
dit précédemment, leur détention a un goût de discrimination et
d'inégalité, d’abus et sévices physiques
et sexuels, tout simplement parce que ce sont des femmes.
Comment nous travaillons ?
Dans ce centre
nous rencontrons des enfants et adolescents de 14 à 18 ans, et parfois en certains cas des
jeunes gens de plus de 18 ans. Ce sont des
délinquants mineurs, c'est-à-dire qu’ ils ont eu des comportements considérés comme délictueux
devant la loi pénale ou les lois
spécialisées et donc doivent être
traités derrière les murs d’une prison.
Chaque adolescent qui entre là, arrive avec une histoire particulière avec des contextes différents. Histoires et contextes
qui, au moment de l'entrée, sont nécessairement relues par une institution qui a tendance à se méfier des
personnes et de leurs capacités réelles. Un système qui les considère comme des
malades qui ont besoin d’un traitement, ou comme des individus
dangereux qui peuvent troubler l’ordre et doivent être remis dans le droit
chemin.
En ce sens, la dynamique de communication, au sein d’un tel milieu, est
nécessairement marquée par les rôles et fonctions que représentent les gardiens, psychologues, services sociaux et
les ados eux-mêmes. Les adolescents apprennent à se méfier. Chacun suspecte
l'autre, non seulement pour survivre dans un milieu hostile, mais, comme
nous l'avons déjà dit, parce que la vie leur a appris à se méfier. Et même si
une certaine camaraderie peut naitre entre eux, ils se sentent toujours seuls et
partagent difficilement leurs
sentiments.
« L'autre » se
présente comme menace, indifférence ou
peur et non comme possibilité de
rencontre et de croissance. S’il est
vrai que l‘identité d’une personne se
construit dans la relation à l'autre, pour
eux la voie vers une « réinsertion
sociale » est très longue. L’identité se
réduit à celle «de celui qui se présente
comme menace ».
Pour cette raison la rencontre avec ces adolescents n'est pas très facile au départ. Cependant, peu à
peu nait un partage entre deux mondes différents :
le monde extérieur et intérieur de l'adolescent et le nôtre. Au début on ne
sait pas comment les approcher, comment leur parler, comment engager une
relation. En général ça commence dans l’ambiguïté, l’agent
pastoral veut être « leur père »,
« leur mère » ou les voit uniquement comme
victimes, ou bien on leur parle comme
s'ils étaient diminués intellectuellement. Une des clés pour dépasser une
relation faussée par l’image que l’on peut donner ou par des préjugés, c’est le
partage des émotions. Leur exprimer simplement comment je me sens moi-même les
aide à me comprendre et également les
aide à exprimer peu à peu leurs propres sentiments. Quand nous nous dévoilons comme personnes, eux aussi arrivent à
exprimer leurs peurs, leurs désirs et regrets. Quand nous avons le souci d’un
vrai partage sur notre expérience de
Dieu plutôt que sur nos connaissances de Dieu, nous favorisons l’expression de leur
propre expérience de rencontre avec le Seigneur, de leur confiance et leur ouverture envers lui.
La rencontre va, peu à peu, se construire dans une confiance réciproque, la patience et
l’empathie. Nous nous efforçons
constamment de comprendre les ados sans jugement ni préjugés
au départ, en prenant en compte le
contexte de leur existence, leur histoire personnelle et familiale, qu’elle
soit, pour chacun d’eux, positive ou négative. Beaucoup d'entre eux ne croient
plus en la possibilité d'un nouveau projet de vie. Ils ne croient pas à la
possibilité d'un projet de vie à leur sortie. Ils ont peur, par exemple, d’être
tués ou de perdre toutes leurs possibilités face aux évènements. Notre esprit
de famille, nos relations chaleureuses,
simples et fraternelles avec eux
favorisent leur expérience de se sentir personnes dignes de confiance. Le pardon en
prison vient avec l'expérience de la
confiance. Pardonner c’est revenir à faire confiance, comme Dieu qui nous refait confiance chaque fois que nous retournons à Lui. Il ne nous laisse pas parler,
seulement il nous embrasse et renouvelle son Alliance avec nous. « Je te fais confiance » est
devenu pratiquement la formule d'absolution que nous utilisons dans le sacrement de
réconciliation.
Il s’agit de se reconnaître comme personnes uniques,
irremplaçables et importantes ; laisser l'indifférence ; reconnaître sa différence,
condition indispensable pour une relation à « l'autre » ; porter toute son attention à une personne qui
habituellement ressent le regard indifférent de la part de tous ; reconnaître
son nom et son visage concret; les
accepter comme personnes, tels qu’ils sont, c'est-à-dire, accueillir leurs sentiments, leurs attitudes, leurs
croyances, accepter qu’ils ne pensent ou ne sentent pas comme nous. Tout cela va les aider à être
eux-mêmes. C’est la manière que nous avons découverte pour construire des ponts entre eux et nous avec eux. De plus,
nous avons perçu ainsi que nous perdons peu à peu notre tendance à vouloir les corriger, à leur
fixer des objectifs, à leur imposer des modèles, à les manipuler, à les
enfermer dans des schémas, à leur
imposer ce que nous pensons être bien pour eux. C'est-à-dire que peu à
peu nous arrivons à les respecter davantage et eux-mêmes font l’expérience de
ce respect qui leur est porté.
Peut-être , une prochaine fois quand vous nous demanderez ce que nous faisons en pastorale
pénitentiaire, nous pourrons répondre qu'une partie de notre travail consiste uniquement
en un accompagnement pour que les ados comprennent
un peu mieux ce qu’ils ressentent eux-mêmes, en les acceptant tels
qu’ils sont et en créant un climat de
liberté qui leur permette d'exprimer
leurs pensées, leurs sentiments et leur manière d'être.
Ce qui nous reste à faire.
L'une des choses qui nous a motivés, au départ, quand on nous a invités à travailler en
pastorale pénitentiaire fut le travail en équipe, en inter- congrégations et en
lien avec des laïcs de différentes
paroisses du diocèse. Aujourd’hui avec
l’expérience acquise nous pouvons affirmer que nous avons découvert
davantage.
La recherche de sa propre vocation suppose nécessairement l'autre. Toute rencontre, si
elle est vraie, apporte une
transformation mutuelle qui forcément nous fait évoluer. La rencontre avec les
adolescents questionne notre propre identité
et notre agir. Ainsi devient plus clair notre processus de construction et de conversion. Chaque rencontre entraine de nouvelles questions pour un discernement de
vocation. Chaque rencontre aide à se
poser personnellement la question : Que veut le Seigneur pour moi et où me
veut-il ? C'est une belle occasion qui nous amène à découvrir notre propre
identité et nous aide à grandir comme personnes, comme frères, comme fils,
comme amis, formateurs et candidats, et comme chrétiens.
Avoir l’occasion de
travailler chaque semaine avec
des adolescents en conflit avec la loi nous aide à être un peu plus conscients de nos omissions dans la transformation de la
réalité et à mieux comprendre la situation de décomposition sociale que vit notre pays, avec une perspective plus globale, à partir de
personnes concrètes et de leur évolution,
victimes ou responsables des exactions d'une
société à laquelle nous appartenons nous-mêmes
et dont la construction nous concerne aussi. À la fin qui sont les victimes et
qui sont les responsables de leur situation?
Les adolescents sont notre miroir social, religieux
sscc et personnel. Un pré-novice racontait que la première fois qu’il eut
l’occasion d’accompagner des adolescents
et que ceux-ci, à la fin de la catéchèse, avaient prié, demandant à Dieu leur
liberté, le pré-novice avait été ému et avait
pris conscience de ses propres prisons et servitudes.
Pratiquement, nous n'avons pas contact avec les papas
et mamans de ces jeunes. Mais chaque histoire partagée reflète leurs visages, histoires
propres, drames, faiblesses et omissions. Nous constatons alors
la menace terrible d'un cercle vicieux,
difficile à casser : les parents ont héritées des erreurs des leurs qui semblent se reproduire en leurs enfants.
Nous soutenons également l'autre partie du milieu
pénitentiaire : personnel,
gardiens, directeurs et personnel administratif dans son ensemble. Ce
sont aussi des chrétiens qui s'efforcent de bien faire leur travail, préoccupés
par la difficulté de ne pas pouvoir toujours se comporter en cohérence avec les exigences d’une vie chrétienne, prisonniers du système
auquel ils appartiennent ; avec leurs difficultés propres à la vie
familiale, frustrations, argent qui ne suffit pas, fils désobéissant ou mari irresponsable…. Et en même temps, ce sont
des travailleurs soucieux de l'avenir
des adolescents dont ils ont la garde et
que bien souvent ils voient comme leurs propres fils et auxquels ils ne manquent pas de donner un bon conseil
pour les aider à aller de l'avant.
Alors notre travail a un impact sur le processus de la
vocation des pré-novices, la vie de
notre communauté et nos relations avec les gens dans la Communauté à laquelle
nous appartenons. Il nous amène à une vie spirituelle plus riche qui se traduit
par des relations distinctes et plus
intenses entre nous.