Sunday, May 29, 2016

"MIRARLOS A LOS OJOS ES MIRARNOS A NOSOTROS"
Experiencias de pastoral penitenciaria con adolescentes en México.

"LOOKING OTHERS IN THE EYES IS LOOKING AT OURSELVES"
Experiences of prison ministry with teenagers in Mexico.

« LES REGARDER DANS LES YEUX, C’EST SE VOIR SOI-MEME »
 Expérience de pastorale pénitentiaire auprès d’adolescents au Mexique. 



Enrique Ramírez, ss.cc.

Hace ya algunos años que el prenoviciado sscc en Guadalajara forma parte del equipo de pastoral penitenciaria que trabaja con adolescentes en conflicto con la ley. Recientemente la Arquidiócesis ha confiado dicha capellanía a nuestra Congregación.

Una de las tareas asociadas a esta encomienda es la de “hacer visible” la situación de nuestros hermanos en reclusión. De ahí que nuestra oración, conversaciones y homilías están empapadas de la experiencia del encuentro con los adolescentes, de sus historias personales y familiares. Cuando a este respecto compartimos nuestras inquietudes, la gente se entusiasma manifestando con su interés la posibilidad de acompañarnos sobre todo al cuestionarnos sobre el trabajo que allí desempeñamos. Por supuesto que nuestro trabajo tiene que ver con la catequesis sacramental, la celebración de la eucaristía y del sacramento de la reconciliación. Sin embargo, siempre hemos creído que lo importante no es qué hacemos allá sino cómo lo hacemos y que, en consecuencia nos sensibiliza a tal grado de hacernos sentir más cercanos, más humanos, más hermanados. En el caso de los prenovicios les ayuda, además, a discernir su vocación.

La violencia, la injusticia, la corrupción, el robo, la extorsión, la prostitución, el narcotráfico, el secuestro, el tráfico de personas, el abuso en sus diversas manifestaciones, no son nuevos en nuestro país y, sin embargo, en los últimos 10 años han ido adquiriendo nuevas expresiones, más inhumanas, más crudas, más sin sentido (si vale la expresión), y lo que es peor, más cercanas a nosotros y a nuestras familias. La vida cotidiana de los adolescentes a quienes acompañamos está alimentada de este horror. Sobre todo allá donde pareciera que la muerte va ganándole terreno a la vida.

Más de 21 millones de niños y adolescentes mexicanos viven en la pobreza y otros 6 millones viven en pobreza extrema. Pobreza que les impone como corolario el castigo de vivir privados de lo que ya sabemos: salud, educación, techo, transporte, vestido y de los recursos más básicos para vivir y en muchos casos para sobrevivir y prosperar.

La pobreza les ha arrebatado la necesidad de definir su lugar en el mundo, la posibilidad de enamorarse, el reconocimiento del otro y la participación activa en su comunidad. Sufren algún tipo de abandono y desatención por parte de sus padres; han aprendido a desconfiar sistemáticamente en los demás y a pensar que la vida no vale nada. La misma pobreza les ha nublado la diferencia entre el vivir o morir. Les ha robado su ser diferentes. Muchos los vemos sólo como estadística y pasamos de largo haciéndolos y haciéndonos in-diferentes y lo que es evidente en este caso, como dice Amartya Sen, premio Nobel de Economía, a la pobreza sólo la podemos entender cuando la concebimos como una de las formas que niegan la libertad. Y a estos adolescentes la pobreza les robó su libertad.

Las adolescentes merecen una atención especial ya que, además de lo anterior, su reclusión tiene un sabor a discriminación e inequidad, a abuso físico y sexual, a victimización simplemente por ser mujeres.

Cómo lo hacemos

En este Centro se pueden encontrar niños y adolescentes de entre 14 y 18 años de edad y ocasionalmente algunos casos de jóvenes mayores de 18. Son menores infractores, es decir, que han realizado alguna conducta tipificada como delito en la ley penal o en las leyes especializadas y están recibiendo tratamiento intramuros. Cada uno de los adolescentes que ingresan, llega con historias y contextos diferentes. Historias y contextos que en el momento del ingreso, se vinculan necesariamente a una institución que tiende a desconfiar de la persona y de sus propias capacidades. Un sistema que los asume como enfermos que necesitan tratamiento, alguien peligroso que puede contaminar y que debe ser regulado.

En este sentido, la dinámica comunicacional dentro de un módulo, por ejemplo, está marcada necesariamente por los roles y funciones que ejercen, custodios, psicólogos, servicio social, y los mismos adolescentes. Los adolescentes aprenden a desconfiar. Cada uno desconfía del otro, no sólo por el hecho de tener que sobrevivir en un ambiente adverso, sino, como ya hemos dicho, porque la vida les ha enseñado a desconfiar. Y aunque entre ellos se genera una cierta camaradería, se sienten solos y difícilmente comparten sus sentimientos.

El “otro” se asume como amenaza, con indiferencia o miedo, y no como oportunidad de encuentro y crecimiento. Si la propia identidad se va construyendo en la relación con el otro, el camino de la “reinserción social” se ve lejano. La propia identidad se limita a ser la de “aquel que es amenaza”.

Por eso, el encuentro con los adolescentes no es fácil a primera vista. Sin embargo, poco a poco se va dando un mutuo compartir de mundos: el mundo externo y el mundo interno del adolescente y el nuestro. Al principio no se sabe cómo estar cerca, cómo hablarles, cómo dirigirse a ellos. Por lo general surge la impostura, el agente de pastoral que quiere ser “su padre” o “su madre” o el que sólo los ve como víctimas, o el que les habla como si fueran poco inteligentes. Una de las claves para superar las relaciones basadas en los roles y los prejuicios, es la congruencia de emociones. Decir cómo me siento y por qué, hace que comprendan y empiecen también a manifestar sus sentimientos reales. Cuando nos revelamos como personas, ellos consideran revelar sus temores, deseos y arrepentimientos. Cuando nos preocupamos en compartir no sólo lo que “conocemos de Dios” sino nuestra experiencia de Dios, favorecemos su propia experiencia de encuentro con el Señor al igual que su confianza y apertura.

El encuentro se va construyendo con confianza, paciencia y empatía. Hacemos un esfuerzo constante para permitirnos comprender a los adolescentes sin evaluarlos o enjuiciarlos de manera inmediata tomando en cuenta su contexto, su historia personal y familiar, lo que para cada uno es valioso o no. Muchos de ellos ya no creen en la posibilidad de un proyecto de vida diferente. Ni siquiera creen en la posibilidad de un proyecto de vida al salir. Tienen miedo, por ejemplo, de ser asesinados o de que las circunstancias rebasen sus buenas intenciones. Nuestro espíritu de familia, nuestras relaciones cálidas, sencillas y fraternas con ellos favorecen la experiencia de ser personas dignas de confianza. El perdón en la cárcel pasa por la experiencia de volver a confiar en la persona. Perdonar es volver a confiar como Dios vuelve a confiar en nosotros cada vez que regresamos a Él. Y no nos deja hablar, sólo nos abraza y vuelve a hacer alianza con nosotros. “Confío en ti” se ha hecho prácticamente parte de la fórmula de absolución que usamos en el sacramento de la reconciliación.


Se trata de encontrarse con personas únicas, irrepetibles e importantes. Hacer a un lado la in-diferencia. Reconocer la diferencia, presupuesto necesario para la relación con el “otro”. Poner toda la atención sobre alguien que generalmente no la recibe. Reconocer su nombre y rostro concretos. Aceptarlos como personas tal y como son, es decir, aceptar sus sentimientos, actitudes y creencias, aunque esto signifique aceptar que no piensen o sientan como nosotros mismos. Esto, les ayuda a ser ellos mismos y esta es la forma en la que hemos descubierto que podemos construir puentes para la relación entre ellos y con nosotros. Además, hemos ido percibiendo que de esta manera, poco a poco va desapareciendo la tendencia a corregirlos, fijarles objetivos, moldearlos, manejarlos, encauzarlos o imponerles lo que creemos que debe ser. Es decir, que poco a poco los vamos respetando más y ellos van experimentando respeto.

Tal vez la próxima vez que nos pregunten qué hacemos en la pastoral penitenciaria, podríamos responder que parte de nuestro trabajo es sólo acompañar para que los adolescentes comprendan un poco más cómo se sienten, aceptarlos tal y como son y crear un ambiente de libertad que les permita expresar sus pensamientos, sus sentimientos y su manera de ser.

Lo que nos deja

Una de las cosas que se nos hizo atractiva cuando nos invitaron a trabajar en la pastoral penitenciaria, fue el trabajo en equipo, inter-congregacional y con laicos de diversas parroquias de la diócesis. Ahora bien, el trabajo nos ha dado para más.

La búsqueda de la propia vocación implica necesariamente al otro. Cualquier encuentro, si es verdadero, produce una transformación mutua que necesariamente nos modifica. El encuentro con los adolescentes cuestiona nuestra identidad y nuestro quehacer personal y comunitario,  por lo que se hace más evidente su proceso de construcción, de conversión. Cada encuentro plantea nuevas preguntas para el discernimiento vocacional. Cada encuentro ayuda a buscar respuestas a la pregunta por el qué quieres de mi Señor y dónde. Es un privilegio que nos da identidad y nos ayuda a crecer como personas, como hermanos, como hijos, como amigos, como formadores y formandos, y como cristianos.


Tener la oportunidad de trabajar cada semana con los adolescentes en conflicto con la ley nos ayuda a ser un poco más conscientes de nuestras omisiones en la transformación de la realidad y a entender la situación de descomposición social que vive nuestro país con una visión más integral, desde las personas y sus procesos, víctimas o victimarios de una sociedad a la que pertenecemos y que nosotros mismos hemos colaborado a construir. Al final ¿quiénes son las víctimas y quiénes los victimarios?

Los adolescentes son nuestro espejo social, congregacional y personal. Contaba un prenovicio que la primera vez que acompañó a los adolescentes y que estos, al final de la catequesis, pidieron en oración a Dios su libertad, el prenovicio se conmovió y se dio cuenta de sus propias cárceles y esclavitudes.

Prácticamente, no tenemos contacto con los papás y las mamás. Pero en cada historia compartida se reflejan sus rostros, sus propias historias, dramas, carencias y omisiones. Se asoma la terrible amenaza de un círculo vicioso difícil de romper que los padres heredaron de los suyos y que parece repetirse en sus hijos.

También acompañamos el otro lado, el de la autoridad carcelaria, custodios, directivos y personal administrativo. Cristianos que se esfuerzan en hacer su trabajo. Preocupados por la dificultad de no poder vivir coherentemente su vida cristiana presas del sistema al que pertenecen. Con las dificultades propias de la vida familiar, sus frustraciones, el dinero que no alcanza, el hijo desobediente o el esposo irresponsable. Y a la vez, trabajadores ocupados en el futuro de los adolescentes que custodian, a quienes muchas veces ven como sus propios hijos y a quienes están dispuestos a dar un buen consejo que les ayude a salir adelante.

Nuestro trabajo tiene, entonces, un impacto en el proceso vocacional de los prenovicios, en nuestra vida comunitaria y en nuestras relaciones con la gente de la comunidad en la que vivimos.  Nos deja una vida espiritual enriquecida que se traduce en relaciones distintas y más consistentes entre nosotros.

Tal vez la próxima vez que nos pregunten qué hacemos en la pastoral penitenciaria, podríamos responder que parte de nuestro trabajo es favorecer las condiciones para que los adolescentes se miren y nosotros los miremos a los ojos.
Que la comunidad, que los imagina como auténticos monstruos, conozca su dignidad y no sus desgracias. Empezar a entender que la humanidad que hay ahí es una forma en la que la comunidad se conoce a sí misma. Entender que no son desecho de “la sociedad” sino reflejo de lo que somos. Conocerlos nos ayuda a conocernos. El amor todo lo puede.

Comunidad sscc de Guadalajara

LOOKING OTHERS IN THE EYES IS LOOKING AT OURSELVES
Experiences of prison ministry with teenagers in Mexico.
Enrique Ramírez, ss.cc.

For a few years already, the sscc pre-novitiate in Guadalajara has been part of the prison ministry team that works with teenagers in conflict with the law. Recently the Archdiocese has entrusted this chaplaincy to our Congregation.

One of the tasks associated with this assignment is that of “making visible” the situation of our imprisoned brothers. So our prayer, conversations and homilies are steeped in the experience of encounters with the teenagers, and their personal and family histories. When we share our concerns in this regard, people get excited expressing their interest in the possibility of joining us; especially when asking us about the work that we do there. Of course, our work has to do with catechesis, celebrating the Eucharist and the sacrament of reconciliation. However, we have always believed that what matters is not what we do there but how we do it. Hence it sensitizes us to such a degree that we feel closer, more human and more connected. In the case of the pre-novices, it helps them discern their vocation as well.

Violence, injustice, corruption, theft, extortion, prostitution, drug trafficking, kidnapping, human trafficking, and abuse in its various manifestations are not new in our country. Yet, in the past 10 years, they have been acquiring new expressions that are more inhuman, more brutal, and more senseless (if that is a good expression). What is worse, they are closer to us and to our families. The daily life of the teenagers whom we accompany is fed by this horror. Especially wherever death seems to be gaining ground over life.

More than 21 million Mexican children and teenagers live in poverty and another 6 million live in extreme poverty. A poverty that imposes on them, as a corollary, the punishment of living deprived of what we already know: health, education, home, transportation, clothing and the most basic resources needed to live, and in many cases survive and thrive.

Poverty has robbed them of the need to define their place in the world, the possibility of falling in love, the recognition of others and active participation in their community. They suffer from some kind of abandonment and neglect by their parents. They have learned, systematically, to distrust others and to think that life is worth nothing. The same poverty has blurred the difference between living and dying for them. It has robbed them of their being different. Many of us see them only as a statistic and we pass them by, making them and ourselves indifferent. And what is evident in this case, as Amartya Sen, the Nobel laureate in economics says, we can only understand poverty when we conceive it as one of the ways that deny freedom. Poverty has robbed these teenagers of their freedom.


Teenage girls merit special attention since, in addition to the above; their incarceration has a flavor of discrimination and inequality, of physical and sexual abuse, of victimization simply for being women.

How we do it

In this Center, one can find children and teenagers between the ages of 14 and 18 and, occasionally, in some cases young people over 18. They are minor offenders of the law, that is, they have engaged in some behavior classified as a crime in penal law or in specialized laws and are receiving intramural treatment. Each of the teenagers admitted arrives with a different history and context. Histories and contexts that, at the time of entry, necessarily links them to an institution that tends to mistrust the person and his or her own abilities. A system that accepts them as patients who need treatment, someone dangerous who can contaminate and who must be regulated.

Consequently, the roles and functions performed, guardians, psychologists, social service, and the teenagers themselves, necessarily mark the dynamics of communication within a module. The teenagers learn to distrust. Each one distrusts the other, not only because of having to survive in an adverse environment but also, as we have already said, because life has taught them to distrust. And although they create a certain camaraderie among themselves, they feel alone and have difficulty sharing their feelings.

The “other” is seen as a threat, or with indifference or with fear, and not as an opportunity for encounter and growth. If one’s own identity is being built upon a relationship to the other, the path to “social reintegration” is far off. One’s own identity is limited to being that of “the one who is a threat”.

At first sight therefore, meeting with the teenagers is not easy. However, little by little it yields a mutual sharing of worlds: the external and internal world of the teen and ours. At the start no one knows how to be close, how to talk to them, how to address them. In general an artificiality arises, the pastoral agent wants to be “their father” or “their mother” or only sees them as victims, or speaks to them as though they were unintelligent. One of the keys to overcoming relationships based on roles and prejudices is the congruency of feelings. Saying how I feel and why makes them understand and they, too, begin to show their true feelings. When we reveal ourselves as people, they consider revealing their fears, desires and regrets. When we take the trouble to share not only what “we know about God” but our experience of God, we foster their own experience of meeting the Lord as well as their trust and openness.


The encounter builds with trust, patience and empathy. We make an ongoing effort to allow ourselves to understand the teens without evaluating them or immediately passing judgement on them, taking into account their context and their personal and family history, what is or is not valuable for each one. Many of them no longer believe in the possibility of a different life plan. They do not even believe in the possibility of a life plan on getting out. For example, they are afraid of being assassinated or that circumstances will overrun their good intentions. Our family spirit, our warm-hearted, simple and fraternal relationship with them foster an experience of being trustworthy people. Forgiveness in prison goes through the experience of trusting in the person again. To forgive is to trust again, as God trusts us again each time we return to Him. He does not allow us to speak; he only embraces us and makes a covenant with us again. “I trust you” has practically become part of the formula of absolution that we use in the sacrament of reconciliation.


It is about meeting with unique, incomparable and important people. Setting aside indifference. Recognizing difference, a necessary presupposition for relationships with the “other”. Giving complete attention to someone who generally does not receive it. Recognizing his or her particular name and face. Accepting them as people just as they are which is accepting their feelings, attitudes and beliefs even though this means accepting that they do not think or feel as we ourselves do. This helps them to be themselves. We have discovered this is the way for us to build bridges for the relationship between them and us. In addition, we are realizing that in this way, our tendency to correct them, set goals for them, mold them, manage them, indict them or impose on them what we think ought to be is slowly disappearing. Slowly we are respecting them more and they are experiencing respect.

Perhaps the next time they ask us what we are doing in prison ministry, we will be able to respond that part of our work is just accompaniment, so that the teenagers can understand a little more how they feel. It is accepting them just as they are and creating an environment of freedom that allows them to express their thoughts, their feelings and their way of being.

What it gives us

One of the things that attracted us, when they invited us to work in prison ministry, was the teamwork, both inter-congregational and with laity from various parishes in the diocese. Having said that, the work has given us much more.

The search for one’s vocation necessarily involves the other. Any encounter, if it is real, produces a mutual transformation that necessarily changes us. The encounter with the teens calls into question our identity and our personal and community work. So their process of construction, of conversion becomes more evident. Each encounter poses new questions for vocational discernment. Each encounter helps to seek answers to the question: what do you want from me Lord and where? It is a privilege that gives us identity and helps us to grow as persons, as brothers, as sons, as friends, as formators and persons in formation, and as Christians.

Having the opportunity, each week, to work with adolescents in conflict with the law helps us be a little more aware of our oversights in the transformation of reality. In addition, it helps us understand the situation of social breakdown in our country with a more global view, from people and processes, victims or victimizers of the society to which we belong and which we ourselves have helped to build. In the end who are the victims and who are the victimizers?

The teenagers are our social, congregational and personal mirrors. One pre-novice recounted that the first time he accompanied the teenagers, when, these asked for their freedom in praying to God at the end of the catechesis, the pre-novice got emotional and became aware of his own prisons and slaveries.

In reality, we do not have contact with the fathers and mothers. However, each shared story reflects their faces, their own stories, dramas, lacks and failures. The terrible threat of a vicious cycle that is difficult to break rears it head. One that the parents inherited from theirs and which seems to repeat itself in their children.

We also accompany the other side, the prison authority, guardians, directors and administrative personnel. Christians who make and effort to do their job. Concerned about the difficulty of not being able to coherently live their Christian lives, prisoners of the system to which they belong. With their own difficulties with family life, their frustrations and not enough money, and the disobedient child or the irresponsible spouse. At the same time, workers concerned about the future of the teenagers that they guard, whom they often see as their own children and to whom they are prepared to give some good advice that might help them get ahead.

Our work, then, has an impact on the vocational process of the pre-novices, on our community life and on our relationships with the people in the community in which we live. It gives us an enriched spiritual life that translates into distinct and more consistent relations between us.


Maybe the next time they ask us what we do in prison ministry, we could answer that a part of our work is to foster conditions so that the teenagers might look at themselves and we might look them in the eyes. May the community that imagines them to be real monsters, recognize their dignity and not their misfortunes. To begin to understand that the humanity that is there is one way through which the community gets to know itself. To understand that they are not “society’s” waste but rather a reflection of who we are. Getting to know them helps us to know ourselves. Love conquers all




« Les regarder dans les yeux, c’est se voir soi-même »
 Expérience de pastorale pénitentiaire auprès d’adolescents au Mexique.
Enrique Ramirez, ss.cc.

Depuis quelques années déjà le pré-noviciat sscc de Guadalajara fait partie de l'équipe de pastorale pénitentiaire qui accompagne des adolescents hors la loi. L'Archidiocèse en a récemment confié l'aumônerie à notre Congrégation.

Une des tâches de cette pastorale est  de rendre « visible »  la situation de nos frères en prison. Aussi notre prière, nos échanges et nos homélies sont imprégnées de l'expérience de nos rencontres avec les adolescents, leurs antécédents personnels et familiaux. Quand, à ce sujet, nous partageons nos préoccupations avec les gens, ils s'enthousiasment et manifestent  leur désir de nous accompagner, particulièrement  en nous questionnant   sur le travail que nous y menons. Bien sûr, notre travail comprend  la catéchèse sacramentelle, la célébration de l'Eucharistie et le sacrement de  réconciliation. Cependant, nous avons toujours pensé que l’important n'est pas tant ce que nous  y faisons,  que la manière de le faire.  Cela nous amène à être attentifs,  à  nous rendre toujours plus proches, plus humains, plus fraternels. Dans le cadre du pré-noviciat, cela nous permet aussi de réaliser un meilleur discernement des vocations.

La violence, l'injustice, la corruption, le vol, la  prostitution, le trafic de drogue, les enlèvements,  les abus en tout genre ne sont pas nouveaux dans le pays, cependant, au cours des dix dernières années, ils ont pris  de nouvelles dimensions, plus inhumaines, plus brutales, plus insensés (si l'expression peut avoir un sens en ce cas), et ce qui est pire, toutes ces exactions nous  touchent aujourd’hui de plus près,  nous et nos familles. La vie quotidienne des adolescents que nous  accompagnons est remplie de cette horreur. Il semblerait  surtout que la mort gagne du terrain sur la vie.

Plus de 21 millions d'enfants et  adolescents mexicains vivent dans la pauvreté et 6  autres millions vivent dans une pauvreté extrême. Les corollaires de la pauvreté sont bien connus : privations dans les domaines de la santé, de l’éducation, des transports, de l’habitat, de l’habillement et des besoins biologiques les plus élémentaires pour vivre, et dans bien des cas, pour survivre et préparer un avenir.

La pauvreté leur a volé  la possibilité  de trouver leur   place en ce monde, ainsi que dans le domaine de l'amour, de la reconnaissance par les autres, pour une  véritable participation à la vie de la  communauté à laquelle ils appartiennent. Ils souffrent d'abandon et de négligence de la part de leurs parents; ils ont appris à se méfier systématiquement des autres et pensent que la vie ne vaut plus la peine d’être vécue. La pauvreté leur a même enlevé la notion de vie et de mort. Elle leur a volé le droit de pouvoir être différents. Certains ne les voient  qu’à travers  des statistiques et ils  passent  à côté d’eux,  en les rendant encore plus indifférents et nous rendant nous-mêmes indifférents vis-à-vis d’eux. Ce qui est clair dans ces situations, comme le dit  Amartya Sen,  prix Nobel en économie, c’est que « la pauvreté nous ne pourrons   la comprendre  que si nous la considérons comme une des formes  de perte  de liberté ». Et  la pauvreté leur a volé la liberté.


Les  adolescentes méritent une attention encore plus  particulière, car en plus de ce est dit précédemment,  leur  détention a un goût de discrimination et d'inégalité,  d’abus et sévices physiques et sexuels, tout simplement parce que ce sont des femmes.

Comment nous travaillons ?
 Dans ce centre nous rencontrons des enfants et adolescents  de 14 à 18 ans, et parfois en certains cas des jeunes gens de plus de 18 ans. Ce  sont des délinquants mineurs, c'est-à-dire qu’ ils ont eu des  comportements considérés comme délictueux devant la loi  pénale ou les lois spécialisées et donc  doivent être traités  derrière les murs d’une prison. Chaque adolescent qui entre là, arrive avec une histoire particulière avec  des contextes différents. Histoires et contextes qui, au moment de l'entrée, sont nécessairement relues par  une institution qui a tendance à se méfier des personnes et de leurs capacités réelles. Un système qui les considère comme des  malades  qui ont besoin d’un traitement, ou comme des individus dangereux qui peuvent troubler l’ordre et doivent être remis dans le droit chemin.

En ce sens, la dynamique de  communication, au sein d’un tel milieu, est nécessairement marquée par les rôles et fonctions que représentent les  gardiens, psychologues, services sociaux et les ados eux-mêmes. Les adolescents apprennent à se méfier. Chacun  suspecte  l'autre, non seulement pour survivre dans un milieu hostile, mais, comme nous l'avons déjà dit, parce que la vie leur a appris à se méfier. Et même si une certaine camaraderie peut naitre  entre eux, ils se sentent toujours seuls et partagent difficilement  leurs sentiments.

 « L'autre » se présente comme menace,  indifférence ou peur et non comme  possibilité de rencontre   et de croissance. S’il est vrai que l‘identité d’une  personne se construit dans  la relation à l'autre, pour eux la voie vers une  « réinsertion sociale » est très longue.  L’identité se réduit à celle «de  celui qui se présente comme menace ».

Pour cette raison  la rencontre avec ces adolescents n'est  pas très facile au départ. Cependant, peu à peu nait un partage entre deux  mondes différents : le monde extérieur et intérieur de l'adolescent et le nôtre. Au début on ne sait pas comment les approcher, comment leur parler, comment engager une relation. En général ça commence dans l’ambiguïté,  l’agent  pastoral  veut être « leur père », « leur mère » ou les voit uniquement comme  victimes, ou bien on leur parle  comme s'ils étaient diminués intellectuellement. Une des clés pour dépasser une relation faussée par l’image que l’on peut donner ou par des préjugés, c’est le partage  des émotions. Leur exprimer  simplement comment je me sens moi-même les aide à me comprendre et  également les aide à exprimer peu à peu leurs propres sentiments. Quand  nous nous dévoilons  comme personnes, eux aussi arrivent à exprimer leurs peurs, leurs désirs et regrets. Quand nous avons le souci d’un vrai  partage sur notre expérience de Dieu plutôt que sur nos connaissances de  Dieu, nous favorisons l’expression de leur propre expérience de rencontre avec le Seigneur, de leur  confiance et leur ouverture envers  lui.

La rencontre va, peu à peu,  se construire dans une  confiance réciproque, la patience et l’empathie. Nous nous  efforçons constamment  de  comprendre les ados sans jugement ni préjugés au départ, en prenant en compte  le contexte de leur existence, leur histoire personnelle et familiale, qu’elle soit, pour chacun d’eux, positive ou négative. Beaucoup d'entre eux ne croient plus en la possibilité d'un nouveau projet de vie. Ils ne croient pas à la possibilité d'un projet de vie à leur sortie. Ils ont peur, par exemple, d’être tués ou de perdre toutes leurs possibilités face aux évènements. Notre esprit de famille, nos  relations chaleureuses, simples et fraternelles avec eux  favorisent leur expérience de se sentir  personnes dignes de confiance. Le pardon en prison vient avec  l'expérience de la confiance. Pardonner c’est revenir à faire confiance, comme Dieu qui  nous refait  confiance chaque fois que  nous retournons à Lui. Il ne nous laisse pas parler, seulement il nous embrasse et renouvelle son  Alliance avec nous. « Je te fais confiance » est devenu pratiquement la formule d'absolution que nous  utilisons dans le sacrement de réconciliation.




Il s’agit de se reconnaître comme personnes uniques, irremplaçables et importantes ; laisser   l'indifférence ; reconnaître sa différence, condition indispensable pour une relation à « l'autre » ; porter  toute son attention à une personne qui habituellement ressent le regard indifférent de la part de tous ; reconnaître son  nom et son visage concret; les accepter comme personnes, tels qu’ils sont, c'est-à-dire, accueillir  leurs sentiments, leurs attitudes, leurs croyances, accepter qu’ils ne pensent ou ne sentent pas  comme nous. Tout cela va les aider à être eux-mêmes. C’est la manière que nous avons découverte pour construire  des ponts entre eux et nous avec eux. De plus, nous avons perçu ainsi  que  nous perdons peu à peu  notre tendance à vouloir les corriger, à leur fixer des objectifs, à leur imposer des modèles, à les manipuler, à les enfermer dans des schémas, à leur  imposer ce que nous pensons être bien pour eux. C'est-à-dire que peu à peu nous arrivons à les respecter davantage et eux-mêmes font l’expérience de ce  respect qui leur est porté.

Peut-être , une prochaine fois quand  vous nous demanderez ce que nous faisons en pastorale pénitentiaire, nous pourrons répondre  qu'une partie de notre travail consiste uniquement en un accompagnement pour que les  ados comprennent  un peu mieux ce qu’ils  ressentent eux-mêmes, en les acceptant tels qu’ils sont et en créant  un climat de liberté qui leur permette  d'exprimer leurs pensées, leurs sentiments et leur manière d'être.

Ce qui nous reste à faire.
L'une des choses qui nous a motivés, au départ,  quand on nous a invités à travailler en pastorale pénitentiaire fut le travail en équipe, en inter- congrégations et en lien avec des laïcs  de différentes paroisses du diocèse. Aujourd’hui avec  l’expérience acquise nous pouvons affirmer que nous avons découvert davantage.

La recherche de sa propre  vocation suppose  nécessairement l'autre. Toute rencontre, si elle est vraie, apporte  une transformation mutuelle qui forcément nous fait évoluer. La rencontre avec les adolescents questionne  notre propre identité et notre agir. Ainsi devient plus clair notre processus de  construction et  de conversion. Chaque rencontre entraine  de nouvelles questions pour un discernement de vocation. Chaque rencontre  aide à se poser personnellement la question : Que veut le Seigneur pour moi et où me veut-il ? C'est une belle occasion qui nous amène à découvrir notre propre identité et nous aide à grandir comme personnes, comme frères, comme fils, comme amis, formateurs et candidats, et comme chrétiens.

Avoir l’occasion de   travailler chaque semaine avec des adolescents en conflit avec la loi nous aide à être un peu plus conscients  de nos omissions dans la transformation de la réalité et à mieux comprendre la situation de décomposition  sociale que vit notre pays,  avec une perspective plus globale, à partir de personnes concrètes et de leur évolution,  victimes ou responsables des exactions   d'une société  à laquelle nous appartenons nous-mêmes et dont la construction nous concerne aussi. À la fin qui sont les victimes et qui sont les responsables de leur situation?

Les adolescents sont notre miroir social, religieux sscc et personnel. Un pré-novice racontait que la première fois qu’il eut l’occasion d’accompagner  des adolescents et que ceux-ci, à la fin de la catéchèse, avaient prié, demandant à Dieu leur liberté, le pré-novice avait été ému  et avait pris conscience de ses propres prisons et servitudes.

Pratiquement, nous n'avons pas contact avec les papas et mamans de ces jeunes. Mais chaque histoire partagée reflète leurs visages, histoires propres,  drames,  faiblesses et omissions. Nous constatons alors  la menace terrible d'un cercle vicieux, difficile à casser : les parents ont héritées des erreurs des leurs  qui  semblent  se reproduire en leurs enfants.  

Nous soutenons également l'autre partie du milieu pénitentiaire : personnel,  gardiens, directeurs et personnel administratif dans son ensemble. Ce sont aussi des chrétiens qui s'efforcent de bien faire leur travail, préoccupés par la difficulté de ne pas pouvoir toujours se comporter  en   cohérence avec les exigences  d’une vie chrétienne, prisonniers du système auquel ils appartiennent ; avec leurs difficultés propres à la vie familiale, frustrations, argent qui ne suffit pas, fils désobéissant ou  mari irresponsable…. Et en même temps, ce sont des travailleurs soucieux  de l'avenir des adolescents dont ils ont  la garde et que bien souvent ils voient comme leurs propres fils et auxquels  ils ne manquent pas de donner un bon conseil pour  les aider à aller de l'avant.

Alors notre travail a un impact sur le processus de la vocation  des pré-novices, la vie de notre communauté et nos relations avec les gens dans la Communauté à laquelle nous appartenons. Il nous amène à une vie spirituelle plus riche qui se traduit par des relations distinctes  et plus intenses  entre nous.


Peut-être la prochaine fois que vous  nous demanderez  ce que nous faisons en pastorale pénitentiaire, nous pourrions répondre qu'une partie de notre travail est de favoriser les conditions pour que les ados se regardent et que nous-mêmes les  regardions  dans les yeux. Que la Communauté qui  les imaginait comme de véritables petits monstres, découvre leur dignité et pas seulement leurs misères. Découvrir  que l'humanité qui est présente là,  est une partie  d’humanité où se situe notre propre communauté.  Comprendre que ces jeunes   ne sont pas des déchets de l’humanité mais bien  le reflet de ce que nous sommes. Les connaître nous aide  à nous connaître. L’amour peut tout.


Langue source
En el caso de los prenovicios les ayuda, además, a discernir su vocación.

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